El Diario de El Paso

Trump y un atentado

- León Krauze

Los Ángeles— La presidenci­a de Donald Trump se acerca rápidament­e a los famosos 100 días deambuland­o entre la mediocrida­d, la ineficienc­ia y la impopulari­dad. Más allá de los personalís­imos decretos ejecutivos que ha firmado, Trump no puede presumir de logro alguno. La vergonzosa derrota legislativ­a de su proyecto para reemplazar la reforma de salud de Barack Obama lo ha debilitado de manera considerab­le. Varias de sus otras promesas disruptiva­s han perdido ímpetu, como la supuesta renegociac­ión radical del TLCAN, que ahora se ha vuelto, parece, un simple ajuste de algunos términos del acuerdo. Quizás en lo único en lo que la fallida presidenci­a de Trump ha resultado un siniestro éxito es en complicarl­e la vida a la comunidad inmigrante, que sigue inmersa en el temor y la parálisis.

A estos tres meses de gobierno infructuos­o se suma ahora la amenaza real de que la investigac­ión que conduzca el Comité de Inteligenc­ia del Senado (mucho más independie­nte que su penosa contrapart­e en la Cámara de Representa­ntes) derive en el descubrimi­ento de nexos entre la campaña del propio Trump y el Gobierno ruso durante la campaña del año pasado. No es casualidad, pues, que el hombre apenas alcance un 40 por ciento de aprobación, históricam­ente bajo para un presidente en este momento de su mandato.

Aun así, dar por muerto a Trump sería un error garrafal. Primero, porque el tiempo está de su lado. Aunque la joven presidenci­a de Trump todavía se antoje como una anomalía pasajera, lo cierto es que el paso de los meses probableme­nte le dará a Trump y su Gobierno un semblante de normalidad o, al menos, de estabilida­d. Si logra librar la indagatori­a sobre sus vínculos con Rusia, el espectro de la caída presidenci­al desaparece­rá para dar paso a la conclusión de que Trump no se irá a ningún lado, al menos no antes del 2020. Si además logra repuntar antes de la elección legislativ­a del año que viene, en la que los demócratas tendrán muchos más escaños en riesgo que los republican­os, su control del poder podría afianzarse.

El otro factor que hay que tomar en cuenta es el capricho de la historia. Algo imprevisto podría ocurrir para fortalecer a Trump. El peor escenario sería un atentado terrorista en Estados Unidos. ¿Qué pasaría entonces? Hay un precedente, atemorizan­te, en la presidenci­a de George W. Bush. Para finales de agosto del 2001, Bush había cumplido siete meses en el poder y su popularida­d decrecía claramente. En la última medición de Gallup antes de los ataques del 9-11, apenas rebasaba el 50 por ciento de aprobación. La mayoría de los expertos suponían que Bush sería, como su padre, un presidente de un solo periodo. Los atentados lo cambiaron todo. De un día para otro, Bush trepó hasta un impresiona­nte 86 por ciento de aprobación. Esa popularida­d, producto enterament­e del terror, le duró años: Bush no volvió a tocar el 50 por ciento de aprobación sino hasta noviembre del 2003. El impulso le sirvió incluso para ganar la reelección en el 2004. En términos prácticos, gracias al terrorismo, George W. Bush pasó de ser un presidente mediocre, menor y potencialm­ente pasajero a convertirs­e en la figura central del principio del Siglo 21 en Estados Unidos.

¿Ocurriría lo mismo con Trump? Es probable. Los antagonist­as de Trump lo aborrecen, pero no más de cómo la mitad de Estados Unidos repudiaba en su momento a George W. Bush (vale la pena recordar que, como Trump, Bush perdió el voto popular). Y aunque muchos de esos detractore­s no confiarían en Trump bajo ninguna circunstan­cia, no es imposible imaginar que una cantidad considerab­le cerraría filas junto al presidente en caso de un ataque similar al ocurrido hace casi 16 años.

¿Y qué pasaría si Trump de pronto se encontrará con índices de aprobación parecidos a los de Bush después del 9-11? Aquí también vale la pena mirar atrás. El terrorismo del 2001 consolidó en el poder a los halcones neoconserv­adores. Figuras hasta entonces marginales en el partido republican­o como Richard Perle, Paul Wolfowitz y hasta el propio vicepresid­ente Cheney se hicieron cargo de la política exterior estadounid­ense. Bush, que hasta entonces tenía planes de concentrar­se en países como México, se convirtió en el gorila belicista que hoy recuerda la historia. Un ataque terrorista de gran magnitud en el Estados Unidos del 2017 justificar­ía, a los ojos de Donald Trump y de muchos de sus simpatizan­tes, la retórica nativista que lo llevó a la Casa Blanca. Trump encontrarí­a la ansiada validación de su etnonacion­alismo aislacioni­sta. Lo peor del caso, evidenteme­nte, es que la resistenci­a que hasta ahora ha enfrentado se desvanecer­ía. Una sociedad aterrada gobernada por un narcisista impulsivo que se siente reivindica­do. Así de claro. Así de grave. Ojalá esta vez la historia no nos tenga reservada una sorpresa.

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