Jared Kushner, el hombre de acero
Nueva York – ¿Por qué no solo le hilvanamos una capa roja, le ponemos licra, le pegamos una S estilizada en el pecho y terminamos el asunto? Superjared emprendió el vuelo. Es la cara del presidente Donald Trump con los chinos, y ya finalizó los detalles para la gran reunión en Mara-Loco a finales de esta semana. Fue el intermediario de Trump con los mexicanos, no hace mucho.
“Un secretario de Estado sombra”, llamó The Washington Post a Jared Kushner y eso fue muchísimo antes de que viajara a Irak el lunes, ganándole al secretario de Estado real, Rex Tillerson, en uno de los teatros de mayor consecuencia para la política exterior estadounidense.
La lista de cosas por hacer de Kushner, no la de Tillerson, contiene un puntito, pequeño e incómodo, de negociar una tregua duradera entre los israelíes y los palestinos. “Si tú no puedes producir la paz en Oriente Próximo, nadie puede”, Trump le dijo al vástago inmobiliario de 36 años de edad, quien no tiene absolutamente ningún antecedente en la diplomacia, desde el escenario en una fiesta por su toma de posesión.
La estrategia precisa es un secreto. Como Henry Kissinger, un asesor informal de Kushner y de otros en el gobierno de Trump, le dijo a Annie Karni de “Politico” a mediados de febrero: “A mí no me queda claro en qué forma es que él está a cargo, ya sea que esté encargado de la supervisión de la Casa Blanca o si se supone que él sea el negociador real. Ni tampoco se ha definido qué es lo que están negociando”.
¡Meros detalles! Solo déjenle las cosas a Kushner. El lo va a solucionar en esos momentos bajos, cuando no está supervisando la nuevecita Oficina de Innovación Estadounidense, cuya modesta ambición es una reorganización a gran escala del gobierno federal, que haga que sea más eficiente.
Su plan en ese frente ‘está’ claro. Simplemente, él hace todo por sí mismo. Tomen nota: cuando presenten su declaración de impuestos en un par de semanas, la pueden mandar al Servicio Tributario Interno (IRS) o a Kushner. El va a intervenir con la auditoría.
Yo bromeo y lo hago en línea con el tono bromista del continuo conteo que hacen los medios de las tareas que se le están acumulando a Kushner. Sin embargo, sus muchos mandatos no son un asunto de risa. Son el reflejo de algunas de las características más perturbadoras de Trump como presidente, y Kushner es un símbolo de sus delirios.
Trump sigue expandiendo la cartera abotagada de Kushner, mientras, desafortunadamente, deja a los organismos clave faltos de personal, “y ese es un signo de que no sabe cómo funciona el gobierno”, dijo alguien que fue funcionario en el gobierno de Bush y ha tenido trato amplio con Kushner.
“No hay un subsecretario de Estado”, me dijo el funcionario. “No hay subsecretario de la defensa”. Fue mencionando un conjunto de otros cargos que están vacantes, e insistió en que estos huecos no se pueden apuntar a algún deseo noble de reducir al gobierno y dijo que evitan, en gran parte, cualquier compleción significativa en cualquier idea audaz que se le pudiera ocurrir a Kushner. “Trump solo piensa: ‘Oh, sí, Jared está encargado de eso’. ¿Encargado de ‘qué’? ¿Qué es lo que está operando? Se necesita una infraestructura burocrática”.
La sobredependencia de Trump en Kushner ilustra la extraordinaria prima que le da a la lealtad. El estatus de Kushner como un visionario es totalmente discutible: su compañía inmobiliaria fue derecho de nacimiento y no una empresa emergente, y, como lo demostró Charles Bagli en “The Times” esta semana, una de las adquisiciones claves de Kushner, el rascacielos del número 666 de la Quinta Avenida, resultó ser un lastre. Sin embargo, se casó con Ivanka. Es parte de la familia. Y escogió las ambiciones políticas de su suegro en lugar de su propia reputación anterior como un hombre razonablemente preparado.
Kushner también ejemplifica el grado al que Trump no solo aprecia los ojos frescos de la gente de fuera de la política, lo cual es sensato, pero los fetichiza rotundamente, lo cual no es. El grado al que el gobierno ‘tiene’ ersonal, que abunda en crédulos gubernamentales y eso fue evidente en la composición y la introducción mal hechas de las órdenes ejecutivas, así como en el fallido intento para revocar el Obamacare.
La actitud displicente de Trump hacia los conflictos de interés está manifiesta en Kushner, quien, según se dice, habló sobre negocios gubernamentales con el embajador chino, cuando la compañía de su familia buscaba inversión china para su rascacielos.
Ese es el pensamiento mágico de Trump. Pareciera que el presidente ve que ciertas personas están exentas de las leyes de la gravedad y le ha dispensado a Kushner un sitio junto a él en ese panteón. Sigue diciéndonos que puede predecir el futuro y sigue diciéndose a sí mismo que Kushner puede hacer más malabares de los que hacían hasta los asesores de la Casa Blanca de antaño, más experimentados y brillantes. No parece que Kushner ponga reparos.
Gente de adentro me dice que cuando la improbable campaña electoral de Trump lo llevó a la victoria, Kushner y él se convencieron, no solo deque habían accedido a algo que todos los demás estaban pasando por alto sobre Estados Unidos, sino que habían accedido a algo que todos estaban pasando por alto sobre ellos dos. Kushner renació con poderes nuevos y ascendió a los cielos. ¡Es un ave! ¡Es un avión! Es ridículo.