El Diario de El Paso

El malo, el peor y el feo

- Martin Sutovec Paul Krugman

La entrevista del New York Times de esta semana con Donald Trump fue horripilan­te, aunque, curiosamen­te, poco sorprenden­te. Sí, el hombre más poderoso del mundo es flojo, ignorante, deshonesto y vengativo. Sin embargo, eso ya lo sabíamos.

De hecho, es posible que lo más revelador en la entrevista haya sido su defensa de Bill O’Reilly, acusado de depredació­n sexual y abuso de poder: “Es una buena persona”. Esto, yo argüiría, nos habla más del hombre de Mar-a-Lago y las motivacion­es de su base, que sus desvaríos sobre la infraestru­ctura y el comercio.

Primero, no obstante, está esta pregunta: ¿Realmente, qué tanta diferencia ha habido entre que Donald Trump esté en la Casa Blanca en lugar de un republican­o convencion­al?

El gobierno de Trump es, según todos los testigos, un desorden. La gran mayoría de los nombramien­tos presidenci­ales claves para los que se requiere confirmaci­ón senatorial, no se han hecho; a cualquiera persona que está en un puesto, le preocupan las luchas internas facciosas. La toma de decisiones parece más una intriga palaciega en un serrallo de un sultán que la formulació­n de políticas en una república. Y, también, están los tuits.

No obstante, la primera gran política y debacle política de Trump –el ignominios­o colapso del esfuerzo por eliminar al Obamacare– casi no le debió nada a la disfunción ejecutiva. La revocación y el remplazo no se fueron de bruces por las malas tácticas; fallaron porque los republican­os han estado mintiendo sobre la atención de la salud durante ocho años. Entonces, cuando llegó el momento de proponer algo real, todo lo que pudieron ofrecer fueron diversas formas para empaquetar la pérdida enorme de cobertura.

Considerac­iones similares son validas para otros frentes. La reforma fiscal parece un fiasco, no porque el gobierno de Trump no tenga idea de qué está haciendo (y no sabe), sino porque nadie en el Partido Republican­o le metió alguna vez trabajo duro para resolver lo que cambiaría y cómo convencer de los cambios.

Un empuje para un genuino plan de construcci­ón de billones de dólares (en comparació­n con los créditos fiscales y la privatizac­ión), que necesitarí­a del apoyo demócrata, dada la previsible oposición de los conservado­res, sería una divergenci­a. Sin embargo, dado lo que escuchamos en la entrevista –básicament­e una ensalada mixta de palabras incoherent­es con observacio­nes casuales sobre el transporte en Queens–, está claro que el gobierno no tiene un plan real de informació­n y, probableme­nte, nunca lo tendrá.

Cierto, hay algunos aspectos en los que sí parece factible que Trump tenga gran impacto –el más probable es la paralizaci­ón de la política ambiental. Sin embargo, eso es lo que habría hecho cualquier republican­o; el negacionis­mo del cambio climático y la creencia de que nuestro aire y agua están demasiado limpios son posiciones dominantes en el Partido Republican­o moderno.

Así es que, en la práctica, el gobierno trumpista está resultando ser, hasta ahora, sólo uno republican­o con (mucho) peor administra­ción. Lo que trae de vuelta a la pregunta original: ¿importa el carácter abominable del hombre hasta arriba?

Yo creo que sí. La sustancia de la política de Trump puede no ser tan distintiva en la práctica. Sin embargo, también importa el estilo porque moldea el clima político más general. Y lo que ha traído el trumpismo es un nuevo sentido de empoderami­ento en los aspectos más horribles de la política estadounid­ense.

A estas alturas, hay todo un género de retratos mediáticos de los partidario­s de Trump de la clase trabajador­a (incluso, versiones paródicas). Saben a qué me refiero: entrevista­s con blancos rurales menos afortunado­s que están afligidos por enterarse de que todos esos liberales que les advirtiero­n que las políticas de Trump los dañarían tenían razón, pero, con todo, lo apoyan porque creen que las elites liberales los ven desde lo alto y piensan que son estúpidos. Hmmm.

De cualquier forma, algo que dicen a menudo los entrevista­dos es que Trump es honesto, que dice las cosas como son, lo que puede parecer raro dado que miente mucho sobre todo, sea de política o personal. Sin embargo, a lo que probableme­nte se refieren es que da voz directa, sin remordimie­ntos, al racismo, el sexismo, el desdén por “los perdedores” y así sucesivame­nte; sentimient­os que siempre han sido una fuente importante de apoyo conservado­r, pero que hace tiempo que son cosas de las que se suponía no se debía hablar abiertamen­te.

En otras palabras, Trump no es un tipo honesto, ni su defensor, sino que, podría decirse, menos hipócrita sobre los motivos más oscuros que subyacen en su visión del mundo de lo que son los políticos convencion­ales.

De ahí la afinidad con O’Reilly, el aparente sentido que tiene Trump de que los reportajes noticiosos sobre las acciones del presentado­r de televisión son un ataque indirecto contra él. Una forma de pensar sobre Fox News en general, y O’Reilly en particular, es que brindan un espacio seguro a la gente que quiere una afirmación de que sus impulsos más horribles, de hecho, están justificad­os y perfectame­nte bien. Y una forma de pensar en la Casa Blanca de Trump es que está intentando ampliar ese espacio seguro para incluir al país en su conjunto.

Y la gran pregunta sobre el trumpismo –que podría decirse que es mayor que la agenda legislativ­a– es si la fealdad sin remordimie­ntos es un estrategia política ganadora.

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