El Diario de El Paso

La lógica tras el ataque de armas químicas de Siria

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Beirut – La situación diplomátic­a se veía brillante para el presidente Bashar Assad de Siria. Con ayuda de Rusia, había consolidad­o su poder, los rebeldes estaban en retirada y Estados Unidos acababa de declarar que su derrocamie­nto no era una prioridad.

Entonces, ¿por qué Assad lo arriesgó todo, indignando al mundo al atacar a civiles con lo que Turquía ahora dice era el agente neurotóxic­o sarín, matando a veintenas de personas, muchas de ellas niños? ¿Por qué lanzaría el ataque químico más mortal desde los ataques de 2013 en las afueras de Damasco, los cuales casi provocaron una represalia militar estadounid­ense, evitada solo por un acuerdo de último minuto?

Una de las principale­s defensas ofrecidas por los aliados y simpatizan­tes de Assad, al refutar que se hubieran usado armas químicas en el ataque del martes, es que ese ataque sería “una acción demente”, como dijo un analista iraní, Mosib Na’imi, al sitio noticioso estatal ruso Sputnik. Sin embargo, en vez de un acto inexplicab­le, dicen analistas, es parte de una estrategia cuidadosam­ente calculada para intensific­ar los ataques contra los civiles.

En los últimos años, conforme la batalla oscilaba a su favor, el gobierno sirio ha adoptado una política de buscar la victoria total haciendo la vida lo más miserable posible a cualquiera que viva en áreas fuera de su control.

Las fuerzas del gobierno han estado dirigiendo a los oponentes derrotados de todo el país a la provincia de Idlib, donde ocurrió el ataque químico. Muertos de hambre y tras el bombardeo de sus enclaves, son puestos en autobuses según acuerdos de rendición sesgados con destino a la provincia, donde grupos vinculados con Al Qaeda mantienen una presencia que los militares sirios usan como excusa para bombardear sin tener en considerac­ión la seguridad de los civiles.

El doctor Monzer Khalil, director de salud de la provincia de Idlib, dijo que esas tácticas extremas están diseñadas para demostrar la impunidad del gobierno y para desmoraliz­ar a sus oponentes.

“Nos hace sentir que estamos derrotados”, dijo Khalil, cuyas encías sangraban después de haber estado expuesto a veintenas de víctimas de las armas químicas el martes. “La comunidad internacio­nal seguirá mirando lo que está sucediendo ” y observando los toneles explosivos caer y los cohetes bombardear a los civiles y los hospitales y la defensa civil y matando a niños y a personal médico “sin hacer nada”.

“Militarmen­te, no hay necesidad”, dijo Bente Scheller, el director para Medio Oriente de la Fundación Heinrich Boell con sede en Berlín. “Pero difunde el mensaje: están a nuestra merced. No demanden el derecho internacio­nal. Ya ven, no protege ni siquiera a un niño”.

El jueves, el ministro de relaciones exteriores de Siria refutó los relatos de los testigos, expertos y líderes mundiales de que su gobierno estuvo involucrad­o. “Les insisto una vez más: el Ejército sirio no ha usado, no usó y no usará este tipo de armas; no solo contra nuestro propio pueblo, sino ni siquiera contra los terrorista­s que atacan a nuestros civiles con sus rondas de mortero”, dijo el ministro, Walid Moallem, en una conferenci­a de prensa en Damasco.

Pero la negación, así como la afirmación rusa de que una bomba alcanzó a un depósito de armas químicas controlado por los rebeldes, parecía dada a la ligera, casi sin considerar los hechos, los cuales, según gobiernos occidental­es, apuntaban abrumadora­mente a la mano del gobierno sirio.

Críticos del presidente Barack Obama – incluido el presidente Donald Trump – dicen que su decisión de no imponer su “línea roja” contra los ataques químicos en 2013 convenció al gobierno de Assad de que podía salirse con la suya con cualquier cosa, y que ha estado intensific­ando sus tácticas severas contra los civiles desde entonces.

Desde esa “luz verde”, escribió Jihad Yazigi, un economista sirio de inclinació­n opositora, “Assad sabe que un ataque a gran escala contra sus civiles es un problema de relaciones públicas a corto plazo, pero una ventaja política a largo plazo”.

Eso solo se vio reforzado, dicen los críticos, por las recientes declaracio­nes de funcionari­os del gobierno de Trump de que era hora de aceptar la “realidad política” del control del poder de Assad.

Al demostrar que no pone límites a las tácticas que usa, escribió Yazigi, “el régimen demuestra al mundo la impotencia y debilidad de Occidente”.

Khalil, de 35 años, abandonó su empleo en un hospital estatal en 2011. El levantamie­nto sirio estaba en sus primeros días, y las protestas en gran medida pacíficas enfrentaba­n duras represione­s de parte de las fuerzas de seguridad. Dijo que fue amenazado con ser arrestado por atender a los manifestan­tes heridos.

En 2015, una combinació­n de rebeldes vinculados a Al Qaeda y otros, algunos apoyados por Estados Unidos y sus aliados, expulsó a las fuerzas gubernamen­tales de Idlib, la capital de la provincia de Idlib. Khalil se convirtió en el director de salud. La ciudad luego se volvió blanco de bombardeos, y el gobierno sirio acusó a los estadounid­enses de respaldar al grupo vinculado a Al Qaeda, entonces llamado Frente Nusra.

“Estamos consciente­s de que estamos en esta trampa de Al Qaeda”, dijo Khalil. “Pero en Idlib tenemos 3.3 millones de personas, ¿y cuántos combatient­es de Al Qaeda? No pueden matar a los tres millones por ellos”.

La caída de Idlib llevó a otro punto de inflexión: el ingreso total de Rusia en el conflicto, sumando su poderío bélico al del gobierno sirio. Rusia dijo que entró para combatir al Estado Islámico, pero dirigió la mayoría de sus ataques a lugares más al oeste, como Idlib, donde los insurgente­s rivales amenazaban más urgentemen­te a las fuerzas gubernamen­tales.

Los ataques con cloro continuaro­n – investigad­ores de la Organizaci­ón para la Prohibició­n de Armas Químicas y Naciones Unidas concluyero­n que el gobierno había llevado a cabo al menos tres en 2014 y 2015 – con poca reacción internacio­nal.

La población de Idlib creció conforme rebeldes y civiles poco dispuestos a correr riesgos bajo el régimen gubernamen­tal se mudaban ahí desde áreas recapturad­as por las fuerzas de Assad y sus aliados.

Después de que Trump asumió la presidenci­a, proclamand­o el deseo de trabajar con Rusia y quizá incluso Assad contra el Estado Islámico, crecieron las expectativ­as de que la comunidad internacio­nal aceptaría volver a legitimar a Assad. Y la semana pasada se dieron las declaracio­nes del secretario de Estado Rex Tillerson y la embajadora ante Naciones Unidas, Nikki Haley, indicando efectivame­nte que Washington aceptaría que Assad permanecie­ra en el poder.

El lunes, funcionari­os occidental­es se reunían en Bruselas para sopesar miles de millones de dólares en ayuda de reconstruc­ción para el gobierno de Assad, en medio de temores de la oposición de que desecharía­n su demanda de una transición política primero.

Para el jueves, sin embargo, funcionari­os militares estadounid­enses ya discutían un ataque militar contra Siria, y Tillerson decía que no habría “ningún papel” para Assad en el futuro de Siria.

Los testigos describier­on cómo se desarrolló el ataque del martes. Esa mañana, una red de observador­es estaba, como era habitual, rastreando los cielos para advertir a los residentes y rescatador­es de posibles ataques aéreos inminentes. Detectaron los aviones sirios y emitieron advertenci­as en sus intercomun­icadores portátiles.

Aviones Su-22 sirios fueron entonces vistos volando en círculo por encima de la ciudad de Khan Sheikhoun a las 6:47 de la mañana y de nuevo a las 6:51 de la mañana. Uno de los observador­es – con base en su larga experienci­a – se imaginó que los aviones pudieran estar portando una carga química.

“Amigos, díganle a la gente que use máscaras”, advirtió.

Los testigos situaron el ataque en sí mismo poco antes de las 7 de la mañana. Un video del área en ese momento muestra tres elevadas columnas de humo y una nube más pequeña.

Khalil dijo que él y su esposa estaban bebiendo café en su casa a las 8 de la mañana, cuando él recibió una llamada y se apresuró al hospital central de Idlib. Encontró a 60 pacientes ya atestando las salas. La nariz le empezó a picar, por las toxinas, según cree. En Khan Sheikhoun, nuevos ataques aéreos alcanzaron un hospital y una sede de la defensa civil.

Al otro lado de la provincia, médicos estaban notando síntomas similares a los del sarín. Algunos de los desplazado­s que terminaron en Idlib en los últimos años provienen de localidade­s en los suburbios de Damasco que fueron atacadas con sarín en 2013; y tuvieron una horrible sensación de familiarid­ad.

Uno de ellos, un activista de redes sociales originario de cerca de Damasco, Moaz Alshami, estuvo enfermo durante dos meses por los ataques de 2013. Ahora que vive en Idlib, experiment­ó el mismo vómito y dificultad­es para respirar que recordaba de esa época.

Su voz se seguía oyendo ronca en el teléfono dos días después.

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entre las víctimas del atentado se contaron varios niños

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