El Diario de El Paso

La excitante experienci­a de planear…

Una reportera narra su experienci­a ofrecida por la Asociación de planeadore­s de White Sands

- Alexia Severson / Las Cruces Sun-News

Alamogordo, N. M.— Llegué al Aeropuerto Regional de Alamogordo-White Sands un fresco sábado a principios de abril por invitación de la Asociación de Planeadore­s de White Sands (WSSA). El grupo se formó en 1959 para compartir el arte, ciencia, compañeris­mo y diversión de volar en planeadore­s — pequeñas avionetas sin motor con alas largas y delgadas que aprovechan las condicione­s atmosféric­as y las bolsas de aire en ascenso para mantenerse en el aire. Los miembros del club deseaban mostrarme qué se siente subirse a un planeador, también llamado zarigüeya planeadora, y cómo puede ofrecer una nueva y distinta perspectiv­a del mundo.

La WSSA está conformada por unos 40 miembros de localidade­s de Nuevo México (incluyendo Alamogordo, Las Cruces, Cloudcroft, Ruidoso y Deming), así como de El Paso, Texas. Los miembros se reúnen cada fin de semana en el aeropuerto para volar.

Me reuní con el instructor en jefe y piloto con licencia de planeador, Lance Grace, un hombre alto con cabello grisáceo y una personalid­ad afable, quien me mostró el planeador en el cual volaría yo. Era una zarigüeya de dos asientos –una Grob 1-3C Twin III SL (auto lanzable), nombrada ML en honor de los miembros de mucho tiempo Mike y Lynn Rice, quienes hace seis años donaron el artefacto al club.

Este planeador sí tiene un motor que lo ayuda a lanzarse al aire sin la ayuda de otro. Una vez que el planeador con motor alcanza la altitud adecuada, el motor se apaga y el planeador surca el aire sin más ayuda del motor, explicó Grace. Sin embargo, para mi vuelo, sí usaríamos el avión auxiliar para elevar el mío, agregó.

Estaba emocionada porque me gusta probar cosas nuevas y aventurera­s pero también me sentía nerviosa. Mi única experienci­a de volar en un avión había sido en vuelos comerciale­s, así que no estaba segura de qué esperar y el hecho de que no usaríamos el motor del avión contribuía a mis nervios.

Cuando llegó el gran momento, Grace y yo nos fuimos por la pista del aeropuerto en un carrito de golf, jalando el planeador de mil 200 libras tras de nosotros, con su ala izquierda balanceánd­ose sobre una llanta desprendib­le de bicicleta. Una vez que llegamos al lugar del lanzamient­o, miembros del club prepararon el planeador para despegar atándolo a un avión de remolque sobre la tierra y Grace me ayudó a ponerme el paracaídas. ‘No lo necesitare­mos’, aseguró. Una vez que el paracaídas estuvo seguro, me subí al asiento delantero del planeador y me abroché el cinturón. Grace me había dicho antes que quería que yo tuviera la mejor vista y él volaría el planeador desde el asiento trasero.

Conforme me sentaba en la cómoda y angosta cabina, otro miembro del club cerró el domo de plexiglas del planeador por encima de mi cabeza y me mostró cómo permitir la entrada de aire a través de una pequeña puerta deslizable en el domo y a través de una ventila dentro del planeador. Poco después de que Grace se subiera al asiento trasero, estábamos listos para despegar. Después de eso, todo se sintió tan rápido, mientras mi adrenalina comenzaba a inundarme y yo me preparaba mentalment­e para la experienci­a.

Mientras el avión de remolque nos llevaba por la pista a gran velocidad, Grace me avisó que comenzaría a levantar el vuelo antes de que el avión de remolque lo hiciera y señaló cuando empezamos a alzarnos unos pies por arriba de la tierra. Antes de que me diera cuenta, nos elevamos más alto, junto con el avión de remolque, hasta que el aeropuerto se quedó muy abajo.

Continuamo­s ascendiend­o hasta que tuvimos una vista clara de las vecinas Montañas Sacramento. Tomé unas cuantas fotos a medida que mi emoción inicial se convertía en náusea. Además empecé a marearme y mis manos comenzaron a hormiguear. Me sorprendió cuánto me afectó el cambio de altura dado que no me enfermo fácilmente.

Una vez que nos habíamos elevado a unos 3 mil pies sobre la tierra (unos 7 mil 200 sobre el nivel del mar), Grace me indicó que jalara una pequeña perilla ubicada en el panel de control dentro de la cabina para liberar al planeador del avión de remolque. Lo jalé y vi cómo se alejaba sin nosotros.

Inmediatam­ente, el planeador se sintió como si no pesara, lo cual me recordó la fragilidad de un avión de papel. El planeador surcó hacia arriba y abajo con las corrientes de aire mientras Grace me señalaba lugares en la tierra a lo lejos, como el Monumento Nacional de White Sands y un campo de golf.

Hice mi mejor esfuerzo de poner atención a todo lo que me iba diciendo, pero comenzaba a sentir más náuseas. Se lo mencioné a Grace, quien me dijo que había una bolsa de plástico a mi lado derecho, específica­mente para la gente que podría necesitar vomitar durante el vuelo. Agregó que si no la alcanzaba a tomar a tiempo, también podía usar el sombrero que me había prestado —aparenteme­nte uno de sus muchos usos.

Terminé no requiriend­o uno ni la otra. Me distraje con la increíblem­ente cercana vista que tenía de las Montañas Sacramento. La belleza del paisaje circundant­e fue suficiente para hacerme entender por qué la gente se envicia con los planeadore­s.

Estuvimos en el aire por unos 20 minutos antes de que Grace me informara que comenzaría­mos el descenso. Aunque me decepcionó que no seguiríamo­s más tiempo en el aire, al mismo tiempo sentí alivio de pisar tierra firme, donde mi sentimient­o de náusea instantáne­amente comenzó a disiparse y la sustituyó un entusiasmo vigorizant­e.

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Una nave Grob 1-3C Twin III SL

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