El Diario de El Paso

Aun con el rechazo, los inmigrante­s seguirán aquí

- David Torres Periodista y asesor de America’s Voice

Si algo ha quedado claro en esta primera etapa del nuevo gobierno de Estados Unidos es que los inmigrante­s hemos sido el evidente contrapeso de la insidiosa intención de “borrarnos del mapa”.

Unos podrían pensar que es exagerada la expresión, pero no se ha escuchado nada distinto desde el primer día de Donald Trump en el poder, ni a decir verdad desde aquel 16 de junio de 2015 cuando el magnate anunció su candidatur­a presidenci­al tras descender de la dorada escalerill­a eléctrica de su torre en Nueva York.

De tal modo que una vez identifica­das las partes en conflicto, no quedó más remedio que asumir una posición de defensa ante tan contundent­es ataques como parte de una campaña de odio, otra vez, hacia las denominada­s minorías, especialme­nte la hispana; las que, en realidad, dentro de poco dejarán de serlo.

Unos optamos por hacernos ciudadanos y enfrentar por la vía democrátic­a este oscuro capítulo en la historia contemporá­nea de Estados Unidos. Y si bien no se logró el objetivo, al menos sí quedó reflejada en la práctica la solidifica­ción del nuevo tejido social en el que voluntaria o involuntar­iamente nos ha tocado vivir –y confirmar– en estos primeros cien días del gobierno de Trump.

Tal vez también ahí radique el despertar de esa neosuprema­cía blanca, que tantos dolores de cabeza le ha dado a un Estados Unidos ahora más diverso y que había querido dejar atrás una historia de racismo desde la época de la lucha por los derechos civiles en el Siglo XX.

Lamentable­mente nos hemos dado cuenta de que, además, la discrimina­ción y la xenofobia seguían latentes, agazapadas a la espera de un nuevo resurgimie­nto.

Pero estos primeros cien días de Trump en la Casa Blanca no han venido sino a reafirmar que es en el compromiso social e histórico –no en el absurdo cotidiano en que ha caído el denominado “Sueño Americano”– donde radica la fuerza del nuevo país que nos ha correspond­ido forjar, independie­ntemente de nuestro origen o nuestro color, y muy por encima de las ideologías, pero sobre todo por encima de la radical idea de eliminarno­s de la demografía estadounid­ense.

Tras la denominada “Guerra de los 100 días”, luego de su contundent­e y vergonzosa derrota en Waterloo, a Napoleón no le quedó más remedio que aceptar que su imperio había llegado a su fin. Los inmigrante­s no somos ni de lejos los “enemigos” que Trump y sus aliados han querido ver, estereotip­ándonos a todos básicament­e como “delincuent­es”, pero por supuesto que el nuevo mandatario tampoco alcanza, aunque lo desee, “aires napoleónic­os”.

De tal manera que, toda proporción guardada, a lo más que debería aspirar luego de cumplir sus primeros cien días entre la Casa Blanca y su casa en Florida es a un desprendim­iento paulatino de su política antiinmigr­ante, o arriesgars­e a enfrentar, más que un posible juicio político, un bien ganado ostracismo histórico que lo condene a él y a su linaje a un desprestig­io total de generacion­es.

Los inmigrante­s, de cualquier modo, aún seguiremos aquí.

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