El costo de un discurso
Nueva York – “Me di cuenta de que pasaba tiempo con gente con medios; socios en despachos de abogados y banqueros de inversiones, gerentes de fondos de cobertura y capitalistas de riesgo”, escribió el senador Barack Obama en su libro, “The Audacity of Hope”. “Como regla, eran personas inteligentes e interesantes. Pero reflexionaban, casi en forma uniforme, bajo las perspectivas de su clase: el uno por ciento de hasta arriba, más o menos, de la escala del ingreso”.
Escribió en el 2006: “Yo sé que, como consecuencia de mis recaudaciones de fondos, me volví más como los donantes acaudalados a los que conocí. Pasaba cada vez más tiempo por encima de la refriega, fuera del mundo del hambre inmediata, de la decepción, el miedo, la irracionalidad y las penurias frecuentes de las personas por las que entré a la vida pública con la idea de servirlas”.
¿Acaso es traición a ese sentimiento que el ex presidente haya aceptado 400 mil dólares por hablar en una empresa en Wall Street? Quizá no, pero es desalentador que un hombre cuya candidatura histórica tenía como premisa un examen moral de la política, ahora se une a casi todos los ex presidentes modernos en sacar partido. Y muestra una sorprendente sordera tonal, que es más factible que se esperara de los billonarios con los que los Obama han vacacionado estos últimos meses que de un ex presidente intensamente sintonizado a las inquietudes y resentimientos del 99 por ciento.
Obama y su esposa Michelle empezaron su carrera posterior a la Casa Blanca con contratos para sendos libros que se informa tienen un valor de unos 65 millones de dólares. ¿Y por qué no? Obama es un personaje innovador y escritor en forma, cuyos dos mandatos atravesaron un periodo tormentoso, económica, militar y diplomáticamente. Por medio de sus escritos, Obama pudo arrojar luz importante sobre la toma de decisiones. Como pareja y familia, los Obama aportaron gracia, empatía y estándares elevados a su época en la Casa Blanca, en contraste drástico con la vulgaridad rutinaria de sus ocupantes actuales. No muchas retrospectivas gubernamentales prometen educación e inspiración, y los libros de los Obama se esperan mucho.
En efecto, es el ejemplo que él puso lo que hace que sea discordante verlo conformarse con un lamentable modelo pospresidencial, creado hace bastante poco, en términos históricos. Desde que Gerald Ford se enriqueció con los honorarios por ser orador y con las membresías en juntas de administración cuando dejó el cargo, cada ex presidente, salvo por Jimmy Carter, ha cenado a menudo a las mesas corporativas. No está más allá de la imaginación que Obama pudiera romper con esa práctica, cuyos males observó con tanta astucia, y que contribuyó a la caída de la demócrata que esperaba consolidaría su legado. Lo más probable es que las decenas de millones de dólares que recaudó Hillary Clinton ahora la persigan, o debería ser así.
Los Obama están empezando una fundación cuya labor incluirá “capacitar y elevar a una nueva generación de líderes políticos en Estados Unidos”, dijo en un comunicado Eric Schultz, un asesor de Obama. “El ex presidente Obama pronunciará discursos, de cuando en cuando. Algunos de esos discursos serán remunerados, algunos no; y, sin importar el sitio y el patrocinador, el ex presidente Obama será fiel a sus valores, visión y antecedentes”.
Sin embargo, ¿por qué no elevar a una nueva generación de líderes políticos y seguir siendo fiel a sus valores entregando los honorarios por los discursos a su fundación o a otras beneficencias concentradas en esos objetivos?