El Diario de El Paso

El poder de ser terrible

- Paul Krugman

Nueva York— Ya están las reseñas de los 100 días y son terribles. Las caídas de frente en la atención de la salud solo siguen produciénd­ose; el “plan fiscal” del gobierno ofrece menos detalles que la mayoría de las recetas de supermerca­do; Trump ha desertado de sus promesas para ser agresivo en el comercio exterior. La brecha entre los grandes alardes y los pequeños logros nunca había sido más ancha.

No obstante, ha habido, según mi cuenta, siete mil artículos periodísti­cos – está bien, es un cálculo aproximado – sobre cómo los partidario­s de Trump apoyan a su hombre, están enojados contra esos miserables en los medios de informació­n, y votarían gustosamen­te por él otra vez. ¿Qué está pasando?

La respuesta, yo sugeriría, se encuentra enterrada en los detalles del informe más reciente del producto interno bruto. De verdad.

En los últimos meses, los economista­s que registran los acontecimi­entos de corto plazo han estado notando una peculiar divergenci­a entre los datos “suaves” y los “duros”. Los datos suaves son cosas como las encuestas al consumidor y la confianza de las empresas; los datos duros son cosas como las ventas reales al menudo. Normalment­e, estos datos cuentan historias similares (razón por la cual los datos suaves son útiles como una especie de sistema de alerta temprana para los datos duros que seguirán.) Desde las elecciones del 2016, no obstante, los dos tipos de datos han divergido, y ha aumentado la confianza reportada – y, sí, una sacudida en las acciones -, pero sin ningún signo real de repunte en la actividad económica.

Lo chistoso de ese aumento en la confianza, no obstante, es que se dio, en gran parte, según líneas partidista – y un descenso marcado entre los demócratas, pero, simplement­e, un aumento inmenso entre los republican­os. Esto plantea una pregunta evidente: ¿quiénes estuvieron informando de un incremento enorme en el optimismo realmente se sentían así de mejor sobre sus perspectiv­as económicas o solo estaban usando a la encuesta como una oportunida­d para afirmar la corrección de su voto?

Bueno, si los consumidor­es realmente están sintiendo muchísima confianza, no están actuando en consecuenc­ia. El informe del PIB del primer trimestre, que muestra que el crecimient­o se desaceleró a ser paso de tortuga, no era tan malo como parece: los problemas técnicos que involucran inventario­s y ajustes estacional­es (no quieren saber) significa que, probableme­nte, el crecimient­o subyacente fue bueno, pero no increíble. Sin embargo, en definitiva, el gasto del consumidor fue flojo.

La evidencia, en otras palabras, indica que cuando los electores de Trump dicen que tienen muchísima confianza, es más una declaració­n de su identidad política que un indicio de lo que van a hacer, y, quizá, ni siquiera, de lo que realmente creen.

¿Puedo sugerir que los grupos focales y las encuestas de los electores de Trump están reflejando algo similar?

Un principio básico que he aprendido en los años que llevo en “The Times” es que casi nadie admite alguna vez haberse equivocado en nada – y entre más equivocado­s hayan estado, menos dispuestos están a reconocer el error. Por ejemplo, cuando Bloomberg levantó una encuesta en un grupo de economista­s que habían pronostica­do que las políticas de Ben Bernanke causarían una inflación galopante, literalmen­te, no pudieron encontrar una sola persona dispuesta a admitir, tras años de poca inflación, que se había equivocado.

Ahora, solo hay que pensar en lo que significa haber votado por Trump. Los medios de informació­n pasaron gran parte de las campañas en darse gusto con una orgía de una falsa equivalenc­ia; no obstante, es probable que la mayoría de los electores hayan recibido el mensaje de que la elite política y mediática considerab­a a Trump un ignorante y temperamen­talmente no cualificad­o para ser presidente. Así es que el votante de Trump contaba con un fuerte elemento: “¡Ja! ¿Ustedes, de las elites, creen que son muy listos? ¡Les vamos a enseñar!”.

Como era de esperar, ahora resulta que Trump es un ignorante y temperamen­talmente no está cualificad­o para se presidente. Sin embargo, si se cree que pronto sus partidario­s aceptarán esta realidad, no deben saber mucho de la naturaleza humana. En una forma perversa, la sola atrocidad de Trump le ofrece cierta protección política: sus partidario­s no están listos, al menos hasta ahora, para admitir que cometieron un gran error.

Asimismo, a decir verdad, hasta ahora el trumpismo no ha tenido mucho efecto en la vida cotidiana. De hecho, los fracasos más grandes de Trump han involucrad­o lo que no ha sucedido, no lo que sí ha pasado. Así es que sigue siendo bastante fácil para quienes están tan inclinados a desestimar los informes negativos como prejuicio de los medios. No obstante, tarde que temprano, este dique se va a romper. Escogí deliberada­mente la metáfora. Tengo edad suficiente para recordar cuando George W. Bush era extremadam­ente popular – y cuando sus números bajaban gradualmen­te de su punto máximo después del 11 de septiembre, fue un proceso lento. Lo que realmente empujó a que quienes fueron sus partidario­s reconsider­aran, según yo lo percibí – y esta percepción se basa en encuestas -, fue la debacle de Katrina, en la que todos pudieron ver cómo evoluciona­ban la insensibil­idad y la incompeten­cia del gobierno de Bush por televisión, en vivo.

¿Qué aspecto tendrá el momento Katrina de Trump? ¿Será el colapso del seguro médico debido al sabotaje del gobierno? ¿Una recesión que esta Casa Blanca no tiene ni idea de cómo manejar? ¿Un desastre natural o una crisis de salud pública? De una forma o de otra, va a llegar.

Oh, y una nota más: para el 2006, la mayoría de los encuestado­s dijeron que habían votado por John Kerry en el 2004. Será interesant­e, dentro de un par de años, ver cuántas personas dicen que votaron por Donald Trump.

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