‘Nos trataron como criminales’
Narran estadounidenses pésimo recibimiento en Aduanas del país
Nueva York— Una autora de libros infantiles de Australia dijo que ‘odiaba a Estados Unidos’ después de que la interrogaron en el aeropuerto internacional de Los Ángeles. Un jefe de Policía retirado, de Carolina del Norte, escribió que la revisión que le hicieron en la aduana hizo que ‘me cuestionara si esto es realmente mi casa’.
Y cuando Fadwa Alaoui, de 39 años, una canadiense nacida en Marruecos, trató de entrar a Vermont en coche, en su viaje mensual de compras, tuvo que responder preguntas sobre sus creencias religiosas y sus ideas políticas, entregar su teléfono celular para que lo revisaran, y la dejaran entrar.
‘Nos trataron como a criminales’, dijo Alaoui. ‘Como si tuvieran el derecho a hacer lo que quisieran’.
A medida que su Gobierno avanza más allá de la marca de los 100 días, los esfuerzos del presidente Donald Trump por prohibir la entrada de viajeros de varios países de mayoría musulmana y de expulsar a los inmigrantes que no tienen estatus legal, han alentado a muchos partidarios y enardecido el disenso generalizado. Sin embargo, para quienes no son sujetos de la prohibición o la deportación, es en las salas de revisión estériles en los aeropuertos y cruces fronterizos del país –donde pueden retener, catear e interrogar durante horas a estadounidenses y extranjeros por igual–, donde es factible que la gente común y corriente se pueda topar con la maquinaria del Gobierno de Trump.
A juzgar por el coro de viajeros que se han manifestado sobre el recibimiento brusco en las puertas de Estados Unidos, la experiencia aduanal no está ayudando a la imagen de Trump.
Sin embargo, no toda la culpa de las amargas experiencias en los aeropuertos se puede lanzar en dirección de este presidente. Los funcionarios de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos tenían la misma discrecionalidad para revisar a los viajeros en el Gobierno de Obama, cuando los musulmanes y otros viajeros dijeron que era rutinario que soportaran un trato indiscreto y hasta discriminatorio. En este punto, los datos disponibles sobre las actividades de los agentes aduanales no sustentan la acusación de que muchos más viajeros son objeto un escrutinio extra.
No obstante, en medio de los intentos de Trump por endurecer las fronteras estadounidenses por medio de un muro, la intensificación en la investigación y una prohibición para viajar, la población está confrontando una realidad que, en su mayor parte, pasó desapercibida en el pasado: en un país que todavía está batallando por definir el equilibrio entre las libertades civiles y la seguridad desde hace casi 16 años, a raíz de los ataques terroristas del 11 de septiembre, los agentes aduanales ejercen amplia autoridad sobre millones de personas que tocan en las 328 puertas de entrada a Estados Unidos cada año.
En el limbo entre dejar otro país y llegar a éste, los agentes tienen amplia laxitud para examinar a los viajeros, su equipaje y sus aparatos electrónicos, mientras deciden si los dejan entrar. Los derechos que amparan a los individuos una vez que están dentro de Estados Unidos no siempre son aplicables cuando están tratando de ingresar, incluidos los ciudadanos.
‘Puedes pensar que estás en Estados Unidos, pero para propósitos legales, no estás mientras no te admita un inspector’, explicó Doris Meissner, una ex comisionada de la dependencia de Gobierno que evolucionó a ser el Departamento de Seguridad Interna después del 11 de septiembre.
El Gobierno no ha emitido nuevas directrices sobre la revisión de los pasajeros que llegan, y funcionarios, anteriores y actuales, arguyen que muchas personas están predispuestas a ver lo peor en los agentes ahora que trabajan para Trump.
‘Esto es algo que siempre ha ocurrido’, notó David Lapan, un portavoz de Seguridad Interna. ‘Las mismas cosas han pasado en gobiernos anteriores’.
Los defensores de las libertades civiles y los abogados en inmigración, no obstante, dicen que creen que agentes en particular están avivando una escalada perturbadora en la aplicación de la ley, lo que quedó claro con el tono agresivo, así como en la frecuencia de los encuentros de los viajeros con ellos.
‘Eso, por ningún motivo, es algo sin precedente’, dijo Hugh Handeyside, un abogado de planta en la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles. ‘Pero sí parece, en este punto, que los informes de los que estamos
sabiendo no son sólo informes aislados, sino que parecen ser parte de una tendencia. O se ha corrido la voz, oficialmente o no, que se puede tolerar este trato’.
Las inspecciones aduanales son rutina: en un día típico del 2016, por ejemplo, la dependencia negó la entrada a 752 personas en los puertos de entrada y boletinó a 877 consideradas posibles riesgos para la seguridad nacional.
No obstante, para muchos viajeros, la capacidad de los agentes para examinar sus teléfonos –y hasta pedir la contraseña– ha hecho que hasta las paradas comunes sean encuentros personales desagradables e incómodos. Aun después de que los viajeros entran en el país, la Oficina aduanal puede conservar los teléfonos durante semanas mientras los investigadores echan un vistazo forense al contenido.
Las búsquedas en los aparatos electrónicos ya iban en aumento en el Gobierno de Obama, y la cantidad de viajeros cuyos aparatos se revisaron fue de más del doble del 2015 al 2016. El total mensual de búsquedas desde que Trump tomó posesión ha permanecido más o menos igual que el de los últimos meses del Gobierno de Obama.
Alaoui, quien condujo hasta la frontera a principios de febrero, tenía la intención de pasar el día en Burlington, comprando juguetes para su hijo de cinco años, quien acababa de concluir tres meses de quimioterapia.
En los viajes anteriores, dijo, había pasado unos dos minutos en la frontera antes de que la dejaran pasar. En esta ocasión, a su prima y a ella las detuvieron e interrogaron durante cuatro horas mientras revisaban los teléfonos y el coche.
Después de pedirle que escribiera la contraseña del teléfono, un agente aduanal le preguntó su lugar de nacimiento (Marruecos), cuánto tiempo tenía viviendo en Canadá (más de 20 años) y si era musulmana practicante (sí).
El interrogatorio pronto viró hacia cuestiones religiosas, contó Alaoui. El agente preguntó sobre su mezquita y su imán. En su teléfono, encontró videos de oraciones musulmanas y chistes en árabe que habían circulado entre sus parientes y amistades en los medios sociales, y le pidieron que explicara.
Y luego le preguntaron que qué pensaba de Trump.
‘Yo dije que puede hacer lo que él quiera en su país. No es asunto mío. Yo sólo quiero cruzar la frontera para ir de compras. ¿Por qué me hacen esta pregunta?’, recordó Alaoui, quien usa un hiyab.
Después de que las fotografiaron y les tomaron las huellas digitales, otro agente les dijo a las mujeres que no se les permitiría entrar al país debido a los videos que encontraron en los teléfonos.
Desde hace años, los musulmanes han hablado de enfrentarse a un fuerte escrutinio de los agentes aduanales y acusan a la oficina de hacer perfiles raciales. Lo mismo dicen personas a las que han confundido con musulmanes: Shah Ruj Jan, el actor indio, conocido como el rey de Bollywood, ha sido noticia en los periódicos porque lo han detenido tres veces en siete años cuando viajó a Estados Unidos.
El más prominente de esos incidentes en los últimos meses ocurrió cuando un agente aduanal detuvo a Muhammad Ali, Jr., el hijo del famoso boxeador, el 7 de febrero. Ali, quien acababa de regresar de un viaje a Jamaica con su madre, dijo que lo habían conducido a un cuarto donde un agente le preguntó cómo era que le habían puesto ese nombre y cuál era su religión.
En una entrevista, Ali contó que el agente le había dicho que compartía el nombre con otra persona a la que se había boletinado para someterlo a revisiones extras. El nunca había tenido ningún problema para entrar en el país, contó.
Los agentes tienen ‘una cantidad enorme de discrecionalidad’ para cuestionar a los viajeros, dijo Margo Schlanger, una catedrática en derecho en la Universidad de Michigan y es jefa de derechos y libertades civiles en el Departamento de Seguridad Interior con el ex presidente Barack Obama. Mientras que la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza tiene una norma contra la discriminación, señaló, no ha establecido límites significativos a la capacidad de los agentes para preguntar sobre las creencias religiosas.
En los últimos meses, hasta los no musulmanes han parecido atraer mucha más atención.
Tras regresar en avión de Bélgica a San Francisco, donde había exhibido parte de sus obras de arte, a Aaron Gach, un artista estadounidense, lo detuvieron y le pidieron repetidamente que desbloqueara el teléfono celular para que lo inspeccionara un agente, contó. Gach, de 43 años, dijo que le habían hecho una serie de preguntas sobre su trabajo, sus arreglos de viaje y la exposición. Lo soltaron sólo después de que cumplió con la solicitud de desbloquear el teléfono.
Para quienes no son ciudadanos, los viajes que antes eran rutinarios se hicieron muy tensos ya que los viajeros, según reportan, se topan con agentes aduanales que preguntan si van a ocupar empleos estadounidenses o si les están pagando en forma inapropiada.
‘Solíamos oír hablar de esas cosas muy de vez en nunca, y era la comidilla de la oficina’, contó Greg Siskind, un abogado en inmigración en Tennessee. ‘Ahora, básicamente, la gente pone los ojos en blanco porque lo ha oído con mucha frecuencia’.
Estaba Mem Fox, la escritora australiana de libros infantiles, que casi le niegan la entrada, cuando iba a pronunciar un discurso en Milwaukee, después de que la interrogaron sobre sus honorarios de ocho mil dólares –algo estándar para esos compromisos de oratoria–, que había aceptado de los organizadores del acto.
Fox, de 71 años, quien ya antes había viajado a Estados Unidos sin incidentes más de 100 veces, caracterizó su interrogatorio como ‘sádico desde el primer momento’, si bien al final la dejaron continuar su camino.
Está Kennetha O’Heany, una maestra de ballet, de 61 años, proveniente de las afueras de Toronto, quien trató de cruzar la frontera en su coche, en marzo, para observar una clase de ballet de niñas que impartía otra maestra en Ann Arbor, Michigan.
Aunque había hecho un viaje similar en el 2014, la explicación no satisfizo al agente, quien, contó ella, le había dicho: ‘Si hay estadounidenses que pueden hacer este trabajo, entonces eres una trabajadora extranjera ilegal’.
Su detención durante tres horas en el cruce en Windsor y Detroit culminó con la revisión que le hicieron dos policías mujeres que fueron tan minuciosas que hasta buscaron entre los dedos de los pies, contó O’Heany.
También estaba Erik Hoeksema, a cuyo grupo de cerca de una docena de voluntarios de una iglesia en Ontario los detuvieron y los regresaron en Búfalo, Nueva York, en marzo. Se dirigían a la costa de Jersey para ayudar a reconstruir casas que destruyó el huracán Sandy en el 2012.
No se permitía que ningún extranjero hiciera trabajo bajo contratación sin visa, le dijeron a Hoeksema. Al parecer, el hecho de que no les iban a pagar no marcó ninguna diferencia.
‘No sabemos si nos trataron mal o sólo se equivocaron, o ¿quién sabe?’, dijo Hoeksema, y agregó que ha oído decir que a otros grupos de voluntarios les negaron la entrada en el pasado. ‘Sólo desearía que tuvieran algo de sentido común, y vieran a nuestro grupo y consideraran que todavía hay necesidad de socorro debido a Sandy’.