LOS SENADORES salvan el imperio
NEn la película “Gladiator”, el emperador romano Cómodo regresa intempestivamente a su palacio después de hacer una visita al senado. En el senado, se quejó del tiempo que su padre pasó en el estudio y fue rápidamente reprendido por su inexperiencia mientras otros senadores reían. Se lamenta furioso con su hermana: “¿Quién se dignaría a sermonearme?” Su hermana trata de subrayarle la importancia del senado, pero Cómodo, interpretado por Joaquín Phoenix, no se siente impresionado. Continúa:
“Le daré al pueblo una visión de Roma, y me amarán por ello, y pronto olvidarán los tediosos sermones de unos cuantos ancianos resecos”.
Cómodo se da cuenta de que lo único que interfiere entre él y sus impulsos autoritarios es el senado, sus reglas y sus tradiciones, y le enfurecen las restricciones que impone a su poder.
He pensado en esta película a menudo desde que Donald Trump fue elegido, y esta escena parece particularmente relevante esta semana. La película es una obra de ficción basada en algunos personajes históricos, pero tiene algunos paralelos increíblemente convincentes con lo que está sucediendo en Estados Unidos actualmente.
Primero, Cómodo fue de verdad una persona real; cruel y tendiente a la locura, autocomplaciente y despreciable, impetuoso y convencido de que era más grande de lo que era. Como escribió el historiador Dion Casio: “Este hombre no era naturalmente malvado, sino, al contrario, el hombre más ingenuo que haya vivido jamás. Su mayor simplicidad, sin embargo, junto con su cobardía, le hizo esclavo de sus compañeros, y fue a través de ellos que al principio, por ignorancia, se perdió de una vida mejor y luego fue conducido a los hábitos lujuriosos y crueles, los cuales pronto se convirtieron en su segunda naturaleza”. ¿Le suena a alguien que conocemos? No ha habido escasez de artículos escritos que usan lecciones del mundo antiguo para explicar nuestro predicamento actual.
En mayo, Andrew Sullivan resumió las enseñanzas de Platón en un artículo fascinante para la revista New York sobre cómo los tiranos surgen en la “última etapa de la democracia”:
“Pertenece habitualmente a la élite pero tiene una naturaleza en sintonía con los tiempos; abandonándose a placeres y caprichos al azar, dándose un festín con abundante comida y sexo, y disfrutando de la falta de crítica que es la religión civil de la democracia. Mueve sus piezas ‘apoderándose de una muchedumbre particularmente obediente’ y atacando a sus pares ricos calificándolos de corruptos. Si no se le detiene rápidamente, su apetito por atacar a los ricos en nombre del pueblo crece. Es un traidor a su clase; y, pronto, sus enemigos en la élite, esquilados de legitimidad popular, encuentran una manera de apaciguarlo o se ven obligados a huir. Eventualmente, se queda solo, prometiendo atajar la parálisis de la incoherencia democrática. Es como si estuviera ofreciendo a los desconcertados, distraídos y autocomplacientes ciudadanos una especie de alivio de las interminables opciones e inseguridades de la democracia. Se aprovecha de una reacción negativa al exceso –‘demasiada libertad parece no cambiar sino por demasiada esclavitud’– y se ofrece como la respuesta personificada a los conflictos internos del embrollo democrático. Promete, sobre todo, enfrentarse a las élites cada vez más despreciadas. Y a medida que el pueblo se emociona con él como una especie de solución, la democracia de manera voluntaria, e incluso impetuosa, se revoca a sí misma”. ¿Le suena a alguien que conocemos? Mi colega Paul Krugman escribió en diciembre sobre la caída del Imperio Romano bajo el titular “Cómo terminan las repúblicas”, explicando: “Las instituciones republicanas no protegen contra la tiranía cuando las personas poderosas empiezan a desafiar a las normas políticas. Y la tiranía, cuando ocurre, puede florecer incluso mientras mantiene una fachada republicana”.
Pero es la película y no la historia real la que vino a la mente esta semana. En la misma forma en que Cómodo pelea con el senado en la película, Trump pelea con el Senado de Estados Unidos.
Esta semana, la regla de la obstrucción en el Senado permitió que la minoría demócrata ejerciera verdaderamente su poder y el Senado aprobó un acuerdo presupuestal bipartidista que fue una asombrosa reprimenda a la agenda de Trump.
Él no se sintió complacido. Como escribió Carl Hulse en The New York Times:
“Los miembros de la Cámara de Representantes y del Senado ahora tienen clara evidencia de que pueden trabajar exitosamente juntos en ciertos casos y ofrecer un producto que ellos apoyen aun cuando no haga todo lo que la Casa Blanca quiere”.
Trump no se sintió contento. Empezó quejándose de la regla de obstrucción, demandando su eliminación o amenazando de algún modo con “un buen ‘cierre’” en septiembre.
El Senado no tomó su amenaza a la ligera. Hulse, de nuevo reportando para The Times, señaló que Trump “sin ayuda de nadie salvó a la norma de obstrucción del Senado” al amenazarla, ya que “senadores de ambos partidos se apresuraron el martes a apoyar categóricamente a la norma de obstrucción y expresar que permanecería sin cambio”.
Y aun cuando los republicanos en la Cámara de Representantes pueden aprobar por poco margen su horrenda revocación de la Ley de Atención Médica Asequible, es probable que muera en el Senado.
El Senado bien puede ser nuestra muralla, ya que es una institución que reconoce la grave amenaza que representa Trump.
Pudiera ser el Senado el que salve a Estados Unidos de su tirano y sus multitudes de simpatizantes entusiastas que han puesto en marcha toda esta pesadilla.
Una de las mejores frases en la película es dicha por un senador a otro mientras se lamenta de la manipulación que hace Cómodo del pueblo:
“Pienso que él sabe lo que es Roma. Roma es la muchedumbre. Conjúrales la magia y se distraerán. Quítales su libertad y seguirán clamando. El corazón latiente de Roma no es el mármol del senado, es la arena del coliseo. Les llevará muerte, y lo amarán por eso”.
¿Les suena a los simpatizantes de alguien que conocemos?