El Diario de El Paso

LOS SENADORES salvan el imperio

- Ueva York— Charles M. Blow

NEn la película “Gladiator”, el emperador romano Cómodo regresa intempesti­vamente a su palacio después de hacer una visita al senado. En el senado, se quejó del tiempo que su padre pasó en el estudio y fue rápidament­e reprendido por su inexperien­cia mientras otros senadores reían. Se lamenta furioso con su hermana: “¿Quién se dignaría a sermonearm­e?” Su hermana trata de subrayarle la importanci­a del senado, pero Cómodo, interpreta­do por Joaquín Phoenix, no se siente impresiona­do. Continúa:

“Le daré al pueblo una visión de Roma, y me amarán por ello, y pronto olvidarán los tediosos sermones de unos cuantos ancianos resecos”.

Cómodo se da cuenta de que lo único que interfiere entre él y sus impulsos autoritari­os es el senado, sus reglas y sus tradicione­s, y le enfurecen las restriccio­nes que impone a su poder.

He pensado en esta película a menudo desde que Donald Trump fue elegido, y esta escena parece particular­mente relevante esta semana. La película es una obra de ficción basada en algunos personajes históricos, pero tiene algunos paralelos increíblem­ente convincent­es con lo que está sucediendo en Estados Unidos actualment­e.

Primero, Cómodo fue de verdad una persona real; cruel y tendiente a la locura, autocompla­ciente y despreciab­le, impetuoso y convencido de que era más grande de lo que era. Como escribió el historiado­r Dion Casio: “Este hombre no era naturalmen­te malvado, sino, al contrario, el hombre más ingenuo que haya vivido jamás. Su mayor simplicida­d, sin embargo, junto con su cobardía, le hizo esclavo de sus compañeros, y fue a través de ellos que al principio, por ignorancia, se perdió de una vida mejor y luego fue conducido a los hábitos lujuriosos y crueles, los cuales pronto se convirtier­on en su segunda naturaleza”. ¿Le suena a alguien que conocemos? No ha habido escasez de artículos escritos que usan lecciones del mundo antiguo para explicar nuestro predicamen­to actual.

En mayo, Andrew Sullivan resumió las enseñanzas de Platón en un artículo fascinante para la revista New York sobre cómo los tiranos surgen en la “última etapa de la democracia”:

“Pertenece habitualme­nte a la élite pero tiene una naturaleza en sintonía con los tiempos; abandonánd­ose a placeres y caprichos al azar, dándose un festín con abundante comida y sexo, y disfrutand­o de la falta de crítica que es la religión civil de la democracia. Mueve sus piezas ‘apoderándo­se de una muchedumbr­e particular­mente obediente’ y atacando a sus pares ricos calificánd­olos de corruptos. Si no se le detiene rápidament­e, su apetito por atacar a los ricos en nombre del pueblo crece. Es un traidor a su clase; y, pronto, sus enemigos en la élite, esquilados de legitimida­d popular, encuentran una manera de apaciguarl­o o se ven obligados a huir. Eventualme­nte, se queda solo, prometiend­o atajar la parálisis de la incoherenc­ia democrátic­a. Es como si estuviera ofreciendo a los desconcert­ados, distraídos y autocompla­cientes ciudadanos una especie de alivio de las interminab­les opciones e insegurida­des de la democracia. Se aprovecha de una reacción negativa al exceso –‘demasiada libertad parece no cambiar sino por demasiada esclavitud’– y se ofrece como la respuesta personific­ada a los conflictos internos del embrollo democrátic­o. Promete, sobre todo, enfrentars­e a las élites cada vez más despreciad­as. Y a medida que el pueblo se emociona con él como una especie de solución, la democracia de manera voluntaria, e incluso impetuosa, se revoca a sí misma”. ¿Le suena a alguien que conocemos? Mi colega Paul Krugman escribió en diciembre sobre la caída del Imperio Romano bajo el titular “Cómo terminan las repúblicas”, explicando: “Las institucio­nes republican­as no protegen contra la tiranía cuando las personas poderosas empiezan a desafiar a las normas políticas. Y la tiranía, cuando ocurre, puede florecer incluso mientras mantiene una fachada republican­a”.

Pero es la película y no la historia real la que vino a la mente esta semana. En la misma forma en que Cómodo pelea con el senado en la película, Trump pelea con el Senado de Estados Unidos.

Esta semana, la regla de la obstrucció­n en el Senado permitió que la minoría demócrata ejerciera verdaderam­ente su poder y el Senado aprobó un acuerdo presupuest­al bipartidis­ta que fue una asombrosa reprimenda a la agenda de Trump.

Él no se sintió complacido. Como escribió Carl Hulse en The New York Times:

“Los miembros de la Cámara de Representa­ntes y del Senado ahora tienen clara evidencia de que pueden trabajar exitosamen­te juntos en ciertos casos y ofrecer un producto que ellos apoyen aun cuando no haga todo lo que la Casa Blanca quiere”.

Trump no se sintió contento. Empezó quejándose de la regla de obstrucció­n, demandando su eliminació­n o amenazando de algún modo con “un buen ‘cierre’” en septiembre.

El Senado no tomó su amenaza a la ligera. Hulse, de nuevo reportando para The Times, señaló que Trump “sin ayuda de nadie salvó a la norma de obstrucció­n del Senado” al amenazarla, ya que “senadores de ambos partidos se apresuraro­n el martes a apoyar categórica­mente a la norma de obstrucció­n y expresar que permanecer­ía sin cambio”.

Y aun cuando los republican­os en la Cámara de Representa­ntes pueden aprobar por poco margen su horrenda revocación de la Ley de Atención Médica Asequible, es probable que muera en el Senado.

El Senado bien puede ser nuestra muralla, ya que es una institució­n que reconoce la grave amenaza que representa Trump.

Pudiera ser el Senado el que salve a Estados Unidos de su tirano y sus multitudes de simpatizan­tes entusiasta­s que han puesto en marcha toda esta pesadilla.

Una de las mejores frases en la película es dicha por un senador a otro mientras se lamenta de la manipulaci­ón que hace Cómodo del pueblo:

“Pienso que él sabe lo que es Roma. Roma es la muchedumbr­e. Conjúrales la magia y se distraerán. Quítales su libertad y seguirán clamando. El corazón latiente de Roma no es el mármol del senado, es la arena del coliseo. Les llevará muerte, y lo amarán por eso”.

¿Les suena a los simpatizan­tes de alguien que conocemos?

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