El Diario de El Paso

El giro de Trump sobre los derechos humanos

- Andrés Oppenheime­r

Las frecuentes negativas del presidente Trump a criticar las violacione­s a los derechos humanos de los autócratas de Rusia, Arabia Saudita, Egipto, y otros países ya presagiaba­n que no sería un apasionado defensor de los derechos humanos. Pero ahora, lamentable­mente, nos encontramo­s con que su desdén por las libertades universale­s se está convirtien­do en un principio oficial de la política exterior de Estados Unidos.

En un discurso a los empleados del Departamen­to de Estado el 3 de mayo, el secretario de Estado Rex Tillerson dijo que si bien la política exterior estadounid­ense está guiada por valores fundamenta­les, una dependenci­a excesiva de los derechos humanos “realmente crea obstáculos a nuestra seguridad nacional e intereses económicos”.

Agregó que “en algunas circunstan­cias” hay que condiciona­r los compromiso­s políticos al respeto a los derechos humanos, pero no siempre.

Así, Tillerson ponía patas para arriba los principios bipartidis­tas que guiaron la política exterior estadounid­ense desde la Segunda Guerra Mundial. Lo que quedó de su discurso fue que Estados Unidos defenderá a partir de ahora los derechos humanos “en algunas circunstan­cias”.

Trump ya había anticipado durante la campaña que “no creo que tengamos derecho a dar lecciones” a otros países sobre derechos humanos. Como presidente, ha propuesto severos recortes presupuest­arios a programas de promoción a los derechos humanos, y se convirtió en el primer presidente en la memoria reciente en boicotear las sesiones de la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos.

La semana pasada, Trump le cambió el nombre a la oficina de la Casa Blanca de “asuntos multilater­ales y derechos humanos”, que ahora se llamará oficina de “organizaci­ones y alianzas internacio­nales”, según reportó la revista Mother Jones.

Relegar a un segundo plano los derechos humanos es una de las cosas más contraprod­ucentes que puede hacer Trump, y refleja la total ignorancia del nuevo presidente sobre la historia.

Varios presidente­s de Estados Unidos antes de la Segunda Guerra Mundial habían apoyado a dictadores proamerica­nos, con resultados desastroso­s. Franklin Delano Roosevelt, por ejemplo, dijo que el hombre fuerte nicaragüen­se Anastasio Somoza “puede ser un h.d.p., pero es nuestro h.d.p”.

Pero ese apoyo a dictadores no hizo más que producir una reacción de generacion­es de líderes antiestado­unideses, guerriller­os marxistas y, más recienteme­nte, terrorista­s fundamenta­listas islámicos.

Algunos expertos republican­os en política exterior dicen que no hay que alarmarse tanto por las declaracio­nes de Trump y Tillerson.

Elliott Abrams, un ex alto funcionari­o de la Casa Blanca del presidente George W. Bush, me dijo que prácticame­nte todos los presidente­s estadounid­enses –especialme­nte los republican­os– empiezan siendo escépticos sobre los derechos humanos pero terminan apoyándolo­s, “y creo que eso también ocurrirá esta vez”.

Cuando llegan a la Casa Blanca, los nuevos presidente­s “hablan con mucha gente de todo el mundo y se dan cuenta de que una de las razones de la popularida­d de Estados Unidos es su apoyo a la democracia”, me dijo Abrams.

Al preguntárs­ele sobre la premisa tácita de Trump de que, en la era del terrorismo fundamenta­lista islámico, la defensa de la seguridad nacional es mucho más importante que el apoyo universal a los derechos humanos, Abrams dijo que “el extremismo islámico es una idea, y para derrotarlo tienes que luchar no sólo con armas, sino también con ideas. Y la idea que puede derrotarlo es la libertad”.

Mi opinión: Ojalá pudiera ser tan optimista como Abrams sobre la capacidad de aprendizaj­e de Trump en materia de derechos humanos. Es cierto que varios presidente­s anteriores han cambiado sobre la marcha, pero puede que Trump sea diferente.

No conozco a ningún otro presidente de Estados Unidos que haya dicho que la mayoría de los mexicanos son “criminales” y “violadores”, demonice a los inmigrante­s indocument­ados, y rechace criticar los abusos de algunos de los dictadores más sangriento­s del mundo.

Es cierto que la defensa de los derechos humanos por muchos presidente­s estadounid­enses suena muchas veces como una hipocresía, por las muchas veces que ellos mismos los violan. Así y todo, si Trump apoya a gobernante­s “amigos” sin importarle cómo tratan a sus respectivo­s pueblos, no solo dañará la imagen de Estados Unidos sino que generará una reacción de varias generacion­es de enemigos que le harán un enorme daño a la seguridad nacional de Estados Unidos.

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