Grandilocuencia y cruces fronterizos
Por ahora está claro que ningún nuevo tramo grande de muro físico se levantará en el corto a lo largo de la frontera suroeste. Le debemos al presidente Donald Trump, sin embargo, que ya esté en vigor un muro de hostilidad dirigido hacia México. Y sus efectos, aunque transitorios, son reales.
Esos efectos ya están imponiendo a Estados Unidos rigurosos costos de prestigio, buena voluntad y autoridad moral, así como gastos más tangibles: las asociaciones internacionales de viajes, así como los ejecutivos de hoteles de Estados Unidos, advierten que el creciente nacionalismo, alimentado por Trump, muy probablemente va a restringir el flujo de turistas a Estados Unidos este año. Dado que los viajes y el turismo aportan más del 8 por ciento del producto interno bruto de Estados Unidos, que asciende a unos 1.5 billones de dólares anuales, las pérdidas no intencionadas del negocio podrían ser duras.
El impacto más directo y pretendido de la retórica ardiente de Trump ha sido una caída dramática en los cruces fronterizos ilegales, según lo medido por las aprehensiones de los oficiales de la Patrulla Fronteriza a lo largo de la frontera con México. Mientras que los cruces y detenciones durante el segundo mandato de la administración Obama ya estaban en su nivel más bajo en cuatro décadas, el nivel desde que Trump asumió el poder se ha desplomado aún más. En marzo, el número de detenido por cruzar de manera ilegal –un poco menos de 12 mil 200– cayó un 64 por ciento con respecto al mismo mes del año pasado.
La probable causa principal de esa caída precipitada es la retórica que Trump ha dirigido hacia los inmigrantes indocumentados, reforzada por la cobertura mediática de redadas de deportaciones –reales o simples amenazas–, así como las expectativas de que la administración cumplirá con la promesa de campaña del presidente y reunirá la fuerza de deportación más grande y más agresiva. Para los centroamericanos que entrarían ilegalmente en los Estados Unidos, el aumento del riesgo de detención y remoción ha desplazado su cálculo costo-beneficio, especialmente considerando que los contrabandistas demandan tasas de hasta 10 mil dólares.
Estancar el flujo de la inmigración ilegal en la frontera es una buena cosa, siempre y cuando dure, aunque irónicamente socava el argumento de Trump para construir un gran muro. No hay duda de que Estados Unidos, como cualquier país, tiene derecho a controlar sus fronteras y exigir que los que entran lo hagan legalmente. La forma de tratar a los inmigrantes no autorizados que han vivido aquí durante años, y ahora forman parte del tejido de los Estados Unidos, es otra cuestión.
El éxito de Trump en reducir el flujo de cruces fronterizos ilegales depende del temor que ha inspirado, que probablemente se disipe a menos que sus palabras estén respaldadas por una acción sostenida, incluyendo una mayor capacidad en los centros de detención y tribunales de inmigración. El peligro radica en los daños colaterales derivados de ese temor –manifiestos en una mala voluntad por parte de los vecinos de Estados Unidos y del resto del mundo, además de que existan comunidades divididas y desconfiadas en el país– puedan durar más que los beneficios temporales derivados de la retórica grandilocuente de Trump.