El Diario de El Paso

La presidenci­a sin ley

- David Leonhardt

Nueva York– La democracia no es posible sin el imperio de la ley – la idea de que los principios consistent­es, más que los caprichos de un gobernante, gobiernan la sociedad.

Puede leer Aristótele­s, Montesquie­u, John Locke o la Declaració­n de Independen­cia sobre este punto. Incluso en medio de amargas peleas, tanto los demócratas como los republican­os han aceptado generalmen­te el imperio de la ley.

El presidente Donald Trump no. Su rechazo lo distingue de cualquier otro líder moderno de Estados Unidos. En cambio ha flirteado con la noción de Luis XVI de “L’etat, c’est moi”: El estado soy yo y decidiré qué leyes seguir.

Esta actitud vuelve a escena esta semana, con James Comey programado para testificar el jueves sobre los intentos de Trump de sofocar una investigac­ión del FBI. Me doy cuenta de que muchas personas están agotadas por los ultrajes de Trump, algunos de los cuales se asemejan a la mera bufonería. Pero creo que es importante retroceder y conectar los puntos entre sus muchos rechazos del estado de derecho.

Son un patrón de su presidenci­a, que el sistema judicial, el Congreso, las institucio­nes cívicas y los miembros con principios de la administra­ción de Trump deben resistir. La visión de Trump de la ley, sencillame­nte, viola las tradicione­s americanas. Veamos los temas principale­s: – Aplicación de la ley, politizada. Las personas en la aplicación de la ley federal se enorgullec­en de tratar de permanecer aparte de la política. He estado hablando últimament­e con personas nombradas por el Departamen­to de Justicia, de ambas partes, y hablan en términos casi idénticos.

Consideran que el Departamen­to de Justicia es más independie­nte que, por ejemplo, los departamen­tos del Estado o del Tesoro. El Departamen­to de Justicia trabaja con el resto de la administra­ción en cuestiones de política, pero mantiene su distancia en la aplicación de la ley. Es por eso que los funcionari­os de la Casa Blanca no deben tomar el teléfono y llamar a quien quieran en el departamen­to. Hay un proceso cuidadoso. Trump ha borrado esta distinción. Presionó a Comey para que abandonara la investigac­ión de la campaña de Trump y disparó a Comey cuando se negó. Trump ha pedido procesamie­ntos específico­s, primero de Hillary Clinton y, más recienteme­nte, de las pérdidas.

El fiscal general, Jeff Sessions, es parte del problema. Se supone que es el principal funcionari­o de la ley encargado de hacer cumplir la ley de la nación, pero actúa como un lealista de Trump. Recienteme­nte sostuvo una sesión informativ­a en la sala de prensa de la Casa Blanca – “una violacion de las normas”, como escribió Leon Neyfakh, de Slate. Sesiones ha proclamado, “Esta es la era Trump”.

Al igual que Trump, ve poca distinción entre la aplicación de la ley y los intereses del presidente.

– Tribunales, socavados. Las administra­ciones anteriores han respetado al poder judicial como la última palabra sobre la ley. Trump ha tratado de deslegitim­ar a casi cualquier juez que no esté de acuerdo con él.

Su última rabieta de Twitter, el lunes, tomó un golpe en “los tribunales” por su prohibició­n de viajar bloqueado. Se unió a una larga lista de sus insultos juez: “este supuesto juez”; “Un solo juez de distrito no elegido”; “ridículo”; “Tan político”; “terrible”; “Un enemigo de Donald Trump”.

Lo que es inusual es que está desafiando esencialme­nte la legitimida­d del papel de la corte.

– Team Trump, por encima de la ley. Los gobiernos extranjero­s aceleran las solicitude­s de marcas de los negocios de Trump. Los funcionari­os extranjero­s curry favor por permanecer en su hotel. Un alto funcionari­o de la administra­ción insta a la gente a comprar ropa de Ivanka Trump. El presidente viola la tradición bipartidis­ta al negarse a publicar sus declaracio­nes de impuestos, cubriendo así sus conflictos.

El comportami­ento no tiene precedente­s.

Su actitud es clara: si lo estamos haciendo, está bien.

– Ciudadanos, desiguales. Trump y su círculo se tratan como si tuvieran un estatus privilegia­do bajo la ley. Y tampoco todos los demás son iguales.

En un espeluznan­te eco de déspotas, Trump ha señalado que acepta la democracia sólo cuando le conviene. ¿Recuerda cuando dijo: “Yo aceptaré totalmente los resultados de esta gran e histórica elección presidenci­al – si gano”?

El mensaje más grande es que las personas que lo apoyan son totalmente estadounid­enses, y las personas que no, son algo menos. Cuenta mentiras elaboradas sobre el fraude electoral por parte de quienes se oponen a él, especialme­nte afroameric­anos y latinos. Luego usa esas mentiras para justificar medidas que restrinjan su voto.

La parte alentadora de esta situación es la respuesta de muchos. Aunque los republican­os del Congreso se han sometido en gran medida a Trump, los jueces - tanto nominados republican­os como demócratas - no lo han hecho. Tampoco tienen a Comey, al FBI, a los medios de comunicaci­ón ni a otros grupos. Como resultado, Estados Unidos está muy lejos del autoritari­smo.

Pero no hay que asumir que Trump fracasará. El imperio de la ley depende de la voluntad de una sociedad para defenderlo cuando está bajo amenaza. Este es nuestro tiempo de prueba.

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