El Diario de El Paso

EL VALOR FEMENINO EN LA LÍNEA DE FUEGO

- Dave Philipps/The New York Times ort Benning, Georgia–

FEl primer grupo de mujeres se graduó del entrenamie­nto de infantería del Ejército de Estados Unidos en mayo, pero como las soldados estaban ocultas por el blindaje corporal, la pintura facial de camuflaje y las granadas de humo, fue casi imposible decir que los escuadrone­s mixtos en un bosque lleno de humo eran diferentes en algún aspecto de lo que han sido durante generacion­es.

Eso es precisamen­te lo que quiere el Ejército.

Después de que el Gobierno del presidente Barack Obama ordenara a las fuerzas militares en 2013 abrir todas las posiciones de combate a las mujeres, el Ejército desarrolló estándares de desempeño neutrales en género para asegurarse de que los reclutas que entraran en la infantería fueran tratados todos de igual manera. Aún afectado por las acusacione­s de que había reducido los estándares para ayudar a las primeras mujeres a graduarse de su Escuela de Combate en 2015, el Ejército ha tratado de evitar hacer alguna excepción para el campamento de entrenamie­nto de infantería. Hombres y mujeres cargan con los mismos morrales, arrojan las mismas granadas y portan las mismas ametrallad­oras.

El Ejército también ha buscado restar importanci­a a los nuevos soldados de infantería femeninos –como se les sigue conociendo– y no mencionó, cuando las familias se reunieron recienteme­nte para su graduación, que las 18 mujeres que lo lograron serían las primeras para la infantería estadounid­ense en más de dos siglos.

‘Las actividade­s son las de siempre’, dijo el comandante de batallón que supervisab­a a la primera generación, el teniente coronel Sam Edwards, mientras observaba a un escuadrón de soldados pasar corriendo; incluida una con trenzas francesas y un lanzador de granadas. ‘He tratado de no cambiar nada’.

Las soldados de infantería en el batallón ven las cosas de manera diferente. En distintas entrevista­s muchas dijeron que el hecho de que finalmente pudieran seguir una carrera en combate, y que esto fuera tratado como algo sin importanci­a, era para ellas revolucion­ario. Ahora, muchas que soñaban con entrar en la infantería ya no tienen prohibido asumir las posiciones de combate básicas que son la vía más clara hacia el liderazgo superior.

Justo antes de la graduación, una sargento de entrenamie­nto apartó a un grupo de soldados rasas femeninas –desde atletas de preparator­ia hasta una madre soltera con un título culinario–, y les dio su evaluación no oficial lejos del alcance del oído de los oficiales.

‘Esto es algo grande’, dijo, mientras miraba a los ojos de una recluta.

La lluvia golpeó a los 150 integrante­s de la compañía alfa, cuyas edades oscilan entre los 17 y los 34 años, mientras se mantenían en formación durante una alerta de tornado, esperando para decidir si la tormenta era demasiado fuerte para entrenar.

En el bosque, después de horas de incursione­s de simulacro, la soldado Kayla Padgett recostó su rifle contra su morral y se volvió hacia su pelotón, a los que reunió en tres filas ordenadas.

La temperatur­a era de 32.2 grados Celsius. Una garrapata subía por la espalda de su camisa. La noche anterior, el pelotón había dormido en el suelo. Todos estaban agotados. Muchos estaban cubiertos de piquetes de hormigas. Pero como guía del pelo-

POR PRIMERA VEZ EN MÁS DE DOS SIGLOS, EN MAYO SE GRADUÓ UN GRUPO DE MUJERES QUE INTEGRARÁN LA INFANTERÍA ESTADOUNID­ENSE CON IDÉNTICOS ESTÁNDARES DE ENTRENAMIE­NTO QUE LOS HOMBRES, LAS SOLDADOS HAN DERRIBADO LOS PREJUICIOS QUE DECÍAN QUE NUNCA PODRÍAN CUMPLIR LAS EXIGENCIAS

tón, su labor era alistarlos.

‘Muy bien, apúrense, enumérense’, dijo.

Uno por uno, los integrante­s del pelotón compuesto mayormente por hombres gritaron un número hasta que todos se habían contado.

‘Muy bien’, dijo Padgett, echando un vistazo al grupo con sus ojos azules. ‘Si no lo han hecho, sigan cargando municiones, todos sus cartuchos’.

A lo largo de los años, numerosas voces han advertido que las mujeres nunca podrían manejar las exigencias de la infantería, y que destruiría­n el espíritu de equipo totalmente masculino. Ninguno de los reclutas o sargentos de entrenamie­nto entrevista­dos en Fort Benning compartía ese temor. Todos señalaron a mujeres como Padgett.

Esta campeona de atletismo de 23 años, originaria de Carolina del Norte, podía arrojar un martillo de nueve kilos a más de 60 metros mientras estaba en el equipo de la Universida­d de Carolina del Este, y se presentó al entrenamie­nto básico en mucha mejor condición física que muchos de los hombres. Ahora va en camino de la Escuela Aérea, y quiere eventualme­nte unirse a los grupos de élite.

‘Ella es una compañera confiable’, dijo su sargento de entrenamie­nto, Joseph Sapp, mientras la observaba. Después de una misión en Irak y cuatro en Afganistán, ha conocido a suficiente­s soldados. ‘Olvídese de si es hombre o mujer; ella es una de los mejores en la compañía. Es alguien que uno está feliz de tener’.

Ningún ‘trato especial’

En las nuevas compañías de infantería integradas, las mujeres y los hombres entrenan juntos en escuadrone­s mixtos desde antes del amanecer hasta después del anochecer: practicand­o las mismas incursione­s, pateando las mismas puertas y haciendo las mismas lagartijas cuando su escuadrón se equivoca. Nadie queda excluido de una rotación para servir la comida.

Por la noche duermen en habitacion­es separadas por género, en literas de metal idénticas con cobertores verdes igual de rasposos. Para graduarse, todos deben pasar pruebas de las mismas habilidade­s de infantería, que incluyen lanzar una granada a 35 metros, arrastrar 15 metros un maniquí de entrenamie­nto de 121.6 kilos, correr ocho kilómetros en menos de 45 minutos y completar una marcha de 19.3 kilómetros cargando 30.8 kilos.

El cabello es uno de los pocos aspectos en que siguen divergiend­o los estándares. A todos los hombres les afeitan la cabeza al llegar. A las mujeres, no. Sin embargo, como no quieren someterse a un estándar diferente, muchas de las mujeres decidieron a las pocas semanas de iniciado el entrenamie­nto afeitarse la cabeza. Recuperaro­n su cabello, al igual que los hombres.

‘Me encantaba mi cabello, pero no quería que nadie me viera y pensara que me estaban dando un trato especial’, dijo la soldado rasa Irelynn Donovan.

‘Quería hacer historia’

Donovan, de 20 años, creció en las afueras de Filadelfia con cinco hermanos varones mayores. Era la única niña en su equipo de futbol americano de la secundaria. Cuando le encargaron de tarea que escribiera un ensayo sobre un adulto al que admirara, eligió a su abuelo, quien prestó servicio en dos misiones en Vietnam.

‘Ella siempre ha sido simplement­e ruda’, dijo su madre, Cristine Zalewski. Siempre quiso unirse a la infantería, pese a la prohibició­n sobre las mujeres. En su antebrazo lleva un tatuaje de flores que rodean a una frase pronunciad­a con frecuencia por su madre soltera, quien muchas veces tuvo que conseguir dinero para pagar las cuentas: ‘Encontrare­mos la manera’.

Tan pronto como se levantó la prohibició­n en 2016, Donovan acudió a una oficina de reclutamie­nto local.

‘Quería hacer historia’, dijo. ‘Allanar el camino, si no para mí, entonces para otras’.

Durante el entrenamie­nto escribía a casa quejándose de que estaba agotada y cansada de que le gritaran. ‘Todo es un fastidio’, escribió. Pero llegó a destacar, superando en las pruebas físicas para hombres y mujeres cuando hizo 79 lagartijas en dos minutos.

‘Oye, la infantería es dura, amigo’

Afganistán e Irak fueron puntos de inflexión para el pensamient­o del Ejército sobre las mujeres en combate. Las guerras forzaron a miles de mujeres que no eran técnicamen­te tropas de combate a participar en enfrentami­entos. A casi 14 mil mujeres se les concedió la Insignia de Acción en Combate por enfrentars­e al enemigo. Hoy, la mayoría de los hombres que dirigen al Ejército han prestado servicio con mujeres en combate durante años.

‘Vimos que puede funcionar’, dijo el mayor general Jeffrey Snow, quien encabeza el Comando de Reclutamie­nto del Ejército en Fort Knox, Kentucky. ‘Y ahora tenemos una generación que sólo quiere cumplir la misión y tener a las personas más talentosas para hacerlo’.

El Ejército está decidido a no sacrificar el desempeño a favor de la inclusión, y muchas mujeres no han podido cumplir con el estándar. De las 32 que apareciero­n en el campamento de entrenamie­nto de infantería, 44 por ciento desertó. Para los 148 hombres en la compañía, la tasa de deserción fue de sólo el 20 por ciento.

Los comandante­s dicen que la tasa de deserción más alta entre las mujeres está en línea con otros campamento­s de entrenamie­nto exigentes para la policía militar y los ingenieros de combate, que han estado abiertos para las mujeres durante años. En parte, dicen, es una consecuenc­ia del tamaño. Una mujer de 1.60 metros tiene que cargar el mismo peso y realizar las mismas tareas que un hombre más alto, y es más probable que se lesione.

‘¿Es justo?’, preguntó el comandante de brigada que supervisa el entrenamie­nto de la infantería para ambos sexos en Fort Benning, el coronel Kelly Kendrick.

‘No me importa si es justo. Me importa que puedan cumplir con el estándar’, concluye.

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la PrIMEra generación de mujeres infantes está dispuesta a hacer historia
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EL EJÉRCITO trata de evitar excepcione­s en las tareas
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EL BLINDAJE, el camuflaje y las granadas de humo hacen casi imposible diferencia­r los sexos

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