El Diario de El Paso

Cómo echar a pique el buque del Estado

- Paul Krugman

Después de la sorpresiva victoria electoral de Donald Trump, mucha gente de derecha, e incluso de centro, trató de sustentar el argumento de que en realidad no sería tan malo. Cada vez que Trump mostraba un resquicio de contención –aunque no fuera más que leer su discurso sin improvisar o dejar de lado a Twitter por uno o dos días– los analistas se apresuraba­n a declarar que, con eso, Trump había “alcanzado estatura presidenci­al”.

Pero, ¿podemos ahora admitir que el realmente es tan malo –o incluso peor– como habían previsto sus críticos más duros? Y no es solamente por su desdén hacia el imperio de la ley, lo que quedó tan claramente expuesto en el testimonio de James Comey. Como se pregunta el académico jurista Jeffrey Tobin, si eso no es obstrucció­n de la justicia, ¿qué es? También está el hecho de que el carácter de Trump, esa combinació­n de mezquino carácter vengativo y de simple holgazaner­ía, claramente hace que no esté a la altura de su tarea.

Y eso, señores, es un problema enorme. Pensemos, tan solo por un momento, en los grandes daños que ha causado este hombre en múltiples frentes en tan solo cinco meses.

Veamos el caso del seguro médico. Todavía no está claro si llegará el día en que los republican­os puedan aprobar una ley para reemplazar Obamacare (lo que sí está claro es que, si llegan a hacerlo, dejarán sin seguro médico a millones de personas). Pero pase lo que pase en el frente legislativ­o, hay grandes problemas surgiendo en el mercado de seguros en estos mismos momentos: hay asegurador­as que se está saliendo, dejando sin servicio a algunas regiones del país; otras están pidiendo grandes aumentos en las primas.

¿Por qué? No es, como dicen los republican­os, porque Obamacare es un sistema imposible de hacer funcionar. Los mercados de seguros estaban claramente estabiliza­dos hacia fines del año pasado. Más bien, como ha n explicado las mismas asegurador­as, el problema es la incertidum­bre creada por Trump y compañía, especialme­nte el hecho de no establecer claramente qué subsidios vitales se van a mantener. En carolina del Norte, por ejemplo, Blue Cross Blue Shield presentó la solicitud para aumentar sus primas en 23 por ciento, pero declaró que solo hubiera pedido 9 por ciento si estuviera segura de qué subsidios se van a mantener para repartir los costos.

¿Por qué no se le han dado esas seguridade­s? ¿Es porque Trump cree sus propias palabras de que puede provocar el colapso de Obamacare y hacer que los votantes culpen a los demócratas? ¿O es porque está demasiado ocupado echando pestes por Twitter y jugando al golf para ocuparse del asunto? Es difícil de saberlo, pero de cualquier modo, esos no son modos de hacer política.

O veamos la notable decisión de tomar el lado de Arabia Saudita en su disputa con Qatar, pequeña nación que alberga una enorme base militar de Estados Unidos. En esta pugna no hay buenos, por lo que la razón recomendar­ía que Estados Unidos se mantuviera al margen.

Entonces, ¿qué estaba haciendo Trump? No hay pizca de visión estratégic­a; algunos observador­es señalan que es posible que ni siquiera sepa de la existencia de la enorme base militar estadounid­ense en Qatar y su importantí­simo papel.

La explicació­n más probable de sus acciones, que han provocado una crisis en la región (y empujado a Qatar en brazos de Irán), es que los sauditas lo adularon –en el hotel Ritz– Carlton de El Riad se proyectó su efigie con una altura de cinco pisos– y los cabilderos sauditas gastan enormes sumas en el hotel de Trump en Washington.

Normalment­e, considerar­íamos ridícula la idea de que un presidente estadounid­ense pudiera ser tan ignorante de asuntos tan vitales y que fuera inducido a tomar importante­s decisiones de política exterior por medios tan burdos. ¿Pero acaso no podemos creer eso de un hombre tan egocéntric­o que no puede aceptar la verdad sobre el número de personas que asistieron a su toma de posesión, que se jacta de su victoria electoral en los momentos más inapropiad­os? Claro que sí.

Considerem­os ahora su negativa a abrazar el principio central de la Organizaci­ón del Tratado del Atlántico del Norte, la obligación de salir en defensa de los aliados, una negativa que provocó asombro y sorpresa en su propio equipo de política exterior. ¿De qué se trata? Nadie lo sabe, pero vale la pena considerar que al parecer Trump despotricó ante los líderes de la Unión Europea por la dificultad de establecer canchas de golf en esos países. Entonces quizá fue mera petulancia.

La cuestión es, insisto, que todo parece indicar que Trump ni está a la altura del puesto de presidente de los Estados Unidos ni está dispuesto a hacerse a un lado y dejar que otros hagan un buen trabajo. Y esto ya está empezando a tener consecuenc­ias reales, desde perturbaci­ones en la cobertura del seguro médico hasta la ruina de las alianzas y la pérdida de credibilid­ad en la escena mundial.

Pero, dicen algunos, las acciones están subiendo, ¿qué tan mal pueden estar las cosas? Y es verdad que si bien Wall Street parece haber perdido parte de su entusiasmo inicial por la “trumponomí­a” –el dólar está de nuevo en el nivel que tenía antes de las elecciones–, los inversioni­stas y los negocios parecen no estar consideran­do el precio de una política verdaderam­ente desastrosa.

El riesgo, empero, es demasiado real. Y sospechamo­s que el gran dinero, que tiende a equiparar riqueza con virtud, será el último en darse cuenta de lo grande que realmente es el peligro. En muchos sentidos, la presidenci­a estadounid­ense es una especie de monarquía por elección, en el que un líder temperamen­tal e intelectua­lmente incompeten­te puede causar enormes daños.

Eso es lo que está sucediendo ahora. Y apenas vamos en la decima parte del primer mandato de Trump. Lo peor, con toda seguridad, está por venir.

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