El Diario de El Paso

Para quitar al presidente

- Jorge Ramos Ávalos Periodista de Univisión @jorgeramos­news

Una de las cosas más difíciles en cualquier país es quitar de su puesto al presidente. Una vez que un mandatario llega al poder hay todo un sistema que se echa a andar para protegerlo, física y legalmente. Ese candidato que no era nadie, de pronto, tiene un Ejército, espías, abogados, burócratas y muchísimo dinero para defenderse. Por eso es tan complicado sacar a los líderes de Estados Unidos, México y Venezuela.

Para destituir al encargado de cualquier nación primero hay que demostrar que hizo algo ilegal. Los escándalos personales, la mala administra­ción y una caída en las encuestas no suelen ser razones suficiente­s para revertir la voluntad de la gente (asumiendo, por supuesto, que el presidente llegó al poder de manera democrátic­a). Tiene que existir algún tipo de crimen para destituirl­o.

Eso es lo que varios tratan de probar en Estados Unidos. El ex director del FBI, James Comey, aseguró que el presidente Trump le pidió que suspendier­a una investigac­ión sobre los vínculos de su ex jefe de seguridad nacional, Michael Flynn, con los rusos. Además, Comey dice que Trump le exigió “lealtad” y que, al no garantizár­sela, perdió su puesto. “Fui despedido por la investigac­ión sobre Rusia”, dijo en su testimonio ante un comité del Senado. Si se comprobara que esto fue obstrucció­n de justicia, podría haber un juicio de destitució­n contra Trump.

Pero la Casa Blanca y su abogado personal, Marc Kasowitz, no lo creen así. Insisten en que el presidente Trump nunca le pidió al ex director del FBI que acabara con la investigac­ión sobre Rusia y que el mandatario tampoco le exigió “lealtad” a Comey.

Es, por principio, una cuestión de credibilid­ad. Alguien está mintiendo. ¿Comey o Trump? Pero hay más. Es preciso saber quién está diciendo la verdad. “Lo que tenemos que hacer los periodista­s es buscar las evidencias”, dijo a CNN el famoso reportero Carl Bernstein, de la dupla del diario The Washington Post que obligó a renunciar al presidente Richard Nixon por el caso Watergate.

En México muchos creen que el presidente, Enrique Peña Nieto, incurrió en un grave conflicto de intereses cuando su esposa compró una casa de siete millones de dólares de un contratist­a gubernamen­tal. Pero en lugar de que el Congreso investigar­a de manera independie­nte un posible acto de corrupción, el presidente puso a un subalterno, Virgilio Andrade, a investigar­lo a él, a su esposa y al entonces secretario de Hacienda, Luis Videgaray.

A nadie sorprendió cuando Andrade exoneró a los tres de cualquier ilegalidad. Tumbar al presidente de México por un supuesto acto de corrupción hubiera sido un hecho sin precedente­s en la historia del país. Pero todo el sistema político conspiró para proteger a los suyos.

Por último, las protestas multitudin­arias que por más de dos meses se han realizado en Venezuela tienen como objetivo la caída del dictador, Nicolás Maduro. O, por lo menos, una salida negociada con unas elecciones anticipada­s.

El régimen de Maduro ya se quitó la máscara democrátic­a; ordenó la disolución de la Asamblea, quiere una nueva Constituci­ón para eternizars­e en el poder y lo controla todo en el país, desde el Ejército y las Cortes hasta los medios de comunicaci­ón y las principale­s industrias. Además, tienen las armas.

Con una Guardia Bolivarian­a que utiliza tácticas de guerra contra sus jóvenes, la dictadura madurista quiere sofocar las protestas en los próximos días. Hay más de seis decenas de muertos y, aparenteme­nte, no les importan muchos más si recuperan el control de las calles.

Los venezolano­s –y sólo los venezolano­s– deben buscar una salida a las graves violacione­s de los derechos humanos. Pero es tristísimo ver cómo muchos gobiernos latinoamer­icanos se han negado a denunciar los abusos de Nicolás Maduro.

Como ven, deshacerse de un líder en Estados Unidos, México y Venezuela no es nada fácil. Son, lo entiendo perfectame­nte, situacione­s distintas y con niveles muy dispares de democracia. Sin embargo, cuando la gente pierde la confianza en un líder el único remedio es denunciarl­o y, si comete un acto ilegal, hay que sacarlo.

Hay pocas cosas más difíciles en la política que deshacerse de quien tiene casi todo el poder en sus manos. Pero en ese “casi” está la solución.

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