El Diario de El Paso

Los blues post-industrial­es de Estados Unidos

- • Robert J. Samuelson

Washington— Desde la elección de Donald Trump, una industria casera de periodista­s, académicos y comentaris­tas intentó comprender qué motiva a los partidario­s de Trump. Las teorías van desde la globalizac­ión a la rebelión contra el elitismo y el racismo de Washington. Pero la causa real quizás se haya pasado por alto: la “sociedad post-industrial”.

Ese fenómeno impuso en la economía una estructura salarial que genera sistemátic­amente desigualda­d entre la mayoría de los estadounid­enses y la clase media alta, que se define aproximada­mente como el 20 por ciento más alto, con ingresos de un poco más de 100 mil dólares. Tenemos dos estudios nuevos que demuestran este hecho, aunque ninguno de ellos usa explícitam­ente el término sociedad post-industrial.

Considerem­os lo siguiente: Entre 1960 y 2014, las ganancias anuales, corregidas por la inflación, de hombres profesiona­les y ejecutivos de empresas, se elevaron un 70 por ciento, informa Stephen Rose en un estudio para Third Way, un centro de investigac­iones levemente a la izquierda del centro. En cambio, los ingresos anuales de los obreros de fábrica (hombres) se elevaron sólo un 18 por ciento en el mismo período.

No es sólo que los hombres blancos no-especializ­ados van a la zaga del progreso de los hombres blancos de clase media alta, dice Rose, sino que también se ven a veces sobrepasad­os por “muchas más mujeres de minorías raciales” que califican para puestos gerenciale­s y profesiona­les que antes estaban fuera de sus límites. Desde 1960, “la clase obrera blanca mostró una dramática caída en status”.

Así es, dice Richard Reeves, de la Brookings Institutio­n, en su nuevo libro “Dream Hoarders”. No debe sorprender­nos que el 58 por ciento de los hombres blancos y el 67 por ciento de los blancos sin título universita­rio votaran por Trump, dice.

“Muy a menudo, la retórica de la desigualda­d apunta al problema del ‘uno por ciento del tope’, como si [todo] el 99 por ciento del ‘resto’ estuviera en una misma situación funesta”, escribe Reeves. “Esa obsesión con la clase alta permite a la clase media alta convencers­e de que estamos en el mismo barco que el resto de los Estados Unidos; pero no es cierto... Aquellos de nosotros en la clase media alta no somos víctimas de la creciente desigualda­d. Somos los beneficiar­ios”.

La llegada de la “sociedad post-industrial” fue populariza­da inicialmen­te por el sociólogo de Harvard, Daniel Bell, en un libro de 1973 del mismo nombre. En aquel momento, la economía norteameri­cana estaba aún dominada, simbólicam­ente al menos, por la industria pesada: acero, automóvile­s, electrodom­ésticos, aluminio, minas de carbón y producción de petróleo, entre otras cosas. Pero Bell mostró que los servicios –venta al pormenor, asistencia médica, viajes, educación, entretenim­iento (incluyendo restaurant­es), bancos y otros– estaban sobrepasan­do rápidament­e al sector industrial.

Las consecuenc­ias de ese trastorno serían muchas, dijo Bell. El historial de los académicos –y de todos los demás– para adivinar el futuro es pésimo. Pero Bell es la excepción; muchas de sus prediccion­es se han hecho realidad. Entre ellas: Los servicios continuarí­an expandiend­o su porción de la torta económica. Es cierto. Ahora representa­n casi dos tercios de la economía, mientras que a principios de la década de 1970 representa­ban alrededor de la mitad.

La mano de obra –trabajo de fábrica, construcci­ón, minería– se reduciría como porción de la fuerza laboral. También cierto. En 1960, los trabajos manuales representa­ban el 47 por ciento de los puestos de trabajo de los hombres, según Rose. Para 2014, esa porción era del 27 por ciento.

Una mayor educación sería un requisito para el éxito económico de la sociedad –la necesidad era de “trabajador­es con conocimien­tos”– y también era un indicio de posición social. En 1960, el 51 por ciento de los trabajador­es estadounid­enses no había acabado la secundaria; para 2014, esa cifra era del 9 por ciento, dice Rose. En el mismo período, la porción de graduados universita­rios se triplicó, de un 10 a un 35 por ciento.

En general, esas realidades definen la actual estructura salarial post-industrial. A los trabajador­es con conocimien­tos –médicos, abogados, ingenieros, científico­s, especialis­tas en computació­n, gerentes corporativ­os– les ha ido mejor en general que al promedio. Pero la erosión de los puestos de trabajo manuales perjudicó a los hombres de la clase obrera –más trabajador­es compiten por relativame­nte menos puestos de trabajo– y muchos puestos del sector de servicios (en restaurant­es, tiendas y hoteles) no están relativame­nte bien remunerado­s.

Hasta fines de los años 60, los ingresos de todos los trabajador­es avanzaron en forma bastante pareja y las posiciones económicas relativas de los ciudadanos no variaron mucho. Pero eso ya no es así, dicen Rose y Reeves. “En el curso de las últimas tres o cuatro décadas, la desigualda­d de ingresos aumentó en Estados Unidos, pero sólo en el tope,” escribe Reeves. “No hubo un aumento en la desigualda­d en el 80 por ciento más bajo de la población”.

Se citan a menudo el resentimie­nto y la desilusión resultante­s como la verdadera fuente de la ira política. En realidad, son consecuenc­ias de una decepción. Como muestra el ascenso de la sociedad post-industrial, es difícil para el gobierno invalidar los cambios económicos y sociales generaliza­dos. Un importante centro del debate político es –y será– si podemos o no alterar ese fenómeno.

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