El Diario de El Paso

EL FUTURO DE LA BASE NAVAL DE GUANTáNAMO

La reinstaura­ción de restriccio­nes de Estados Unidos a Cuba ocasiona un retroceso en el cierre de la estación naval

- Ernesto Londoño/The New York Times

Bahía de Guantánamo, Cuba— El cheque por 4,085 dólares se expide cada año en abril, a nombre del tesorero general de la República de Cuba pero ese cargo dejó de cobrarse hace décadas. La última vez que el gobierno cubano cobró ese cheque fue en 1959.

Sin embargo, presentand­o ese ínfimo pago anual y sabiendo que ni siquiera será aceptado, Estados Unidos continúa sintiéndos­e con derechos sobre su más antigua base naval en el extranjero, un terreno de 11 mil 655 hectáreas sobre la costa del sureste de Cuba, sin parangón con ninguna otra base militar en el mundo.

El viernes, Donald Trump anunció un retroceso parcial de la apertura del Gobierno de Obama hacia Cuba, al volver a instaurar las restriccio­nes a los viajes e interaccio­nes comerciale­s. El presidente está cambiando la relación con ese país para intentar sojuzgar al Gobierno castrista. Pocas decisiones ejemplific­an esa nociva dinámica tan claramente como la enredada historia de cómo llegó Estados Unidos a inaugurar una base naval en esa parte de Cuba.

Guantánamo se conoce actualment­e por la parodia legal realizada tras los ataques del 11 de septiembre, cuando el Gobierno de Bush lo consideró el lugar ideal para recluir a cientos de sospechoso­s de terrorismo en un territorio bajo control estadounid­ense, pero fuera del alcance de las proteccion­es constituci­onales. Desde que se estableció la prisión, en 2002, el estatus legal de los detenidos ha sido el centro de un acalorado debate y una fuente de críticas internacio­nales.

Qué hacer con los prisionero­s que aún quedan en Guantánamo sigue siendo una desagradab­le pregunta que no ha sido respondida. Sin embargo, hay otras inquietude­s más importante­s que los políticos estadounid­enses han optado por ignorar: ¿es legalmente defendible conservar este territorio a perpetuida­d?, ¿los estadounid­enses nos hemos convertido en invasores del paraíso?

Durante su campaña presidenci­al, Donald Trump juró mantener abierta la prisión de Guantánamo y “llenarla con algunos tipos malos”. Desde entonces, sin embargo, ni la Casa Blanca ni el Congreso se han pronunciad­o respecto al futuro de la prisión donde sólo quedan 41 detenidos, en unas instalacio­nes construida­s para varios cientos, ni de la base donde viven más de 5 mil militares en servicio y civiles. Visité Guantánamo durante unos cuantos días este año con la esperanza de formarme una idea de lo que podría ser la siguiente etapa de esta extraña base.

Para entender qué debería pasar, es necesario recordar un poco de historia.

Estados Unidos adquirió formalment­e Guantánamo después de apoyar la rebelión de Cuba contra el dominio colonial español. En 1901, Estados Unidos forzó a Cuba a aceptar una serie de condicione­s para que las tropas estadounid­enses se retiraran de la isla. Los términos del acuerdo daban a Estados Unidos el derecho de intervenir en Cuba siempre que lo considerar­a necesario, y a comprar o rentar tierras “necesarias para obtener carbón o para estaciones navales”. El arrendamie­nto inicial de Guantánamo se fijó en 2 mil dólares al año, pagaderos en monedas de oro. El trato sólo puede ser rescindido de mutuo acuerdo.

Poco después de que Fidel Castro asumiera el poder en 1959, el Gobierno cubano exigió el retiro de las fuerzas estadounid­enses de Guantánamo, y a lo largo de los años ha incluido palabras cada vez más explícitas en su constituci­ón para dejar en claro que considera la base como un territorio ocupado ilegalment­e.

¿La presencia continua de Esta-

dos Unidos en Guantánamo es válida según las leyes internacio­nales? La respuesta directa es no.

“Constituye una ocupación beligerant­e”, afirmó Alfred–Maurice de Zayas, un erudito en leyes internacio­nales que cree que la base choca con los principios definidos por la Convención de Viena. Aun así, no se espera que se resuelva el conflicto acerca de Guantánamo principalm­ente porque “Cuba no está en posición de echar a Estados Unidos al agua”.

Incluso si el estatus legal de la base fuera válido, ¿es necesaria? Los altos funcionari­os militares sostienen que sí. Además de la prisión, señalan que la base sirve como punto de tránsito para los refugiados cubanos que son intercepta­dos en el mar y consiguen articular el temor creíble de que estarían en peligro si regresan a casa. También ha servido como un centro logístico de respuesta a desastres naturales.

El almirante Kurt Tidd, jefe del Comando del Sur, me dijo que Guantánamo podría ser muy útil en caso de una crisis de migración masiva, una situación para la cual sus tropas se preparan mediante simulacros que duran semanas y les cuestan millones de dólares a los contribuye­ntes.

Quedarse para manejar la distribuci­ón de personas en una futura crisis de refugiados puede sonar loable. Sin embargo, a principios de marzo en la base había 28 migrantes cubanos que esperaban ser ubicados en algún país que no fuera Estados Unidos. Entre empleados directos y contratist­as, la Organizaci­ón Internacio­nal para las Migracione­s da trabajo a cerca de 18 personas que se encargan del cuidado de los migrantes. Dada la gravedad de las crisis de refugiados en otras partes, y las alternativ­as razonables para lo que apenas se ha vuelto un goteo de refugiados cubanos, ¿es esta una empresa fiscalment­e responsabl­e?

Antes del 11 de septiembre, Guantánamo se había convertido en unas instalacio­nes adormilada­s operadas por el personal mínimo indispensa­ble. Ahora tiene más de 1,400 edificacio­nes, de acuerdo con la Armada. Eso significa que Guantánamo es más grande que la base naval en Baréin, donde se aloja la Quinta Flota de los Estados Unidos, y la base naval en Rota, España, que son unos de los centros en el extranjero más valiosos para el Pentágono desde el punto de vista estratégic­o.

Aunque la renta es ciertament­e nimia, es costoso operar una base en un territorio que el anfitrión considera ocupado ilegalment­e. Hace décadas, los cubanos cortaron el abastecimi­ento de agua y electricid­ad de la base, así que Guantánamo debe desaliniza­r su agua y generar su propia electricid­ad. Puesto que contratar a trabajador­es cubanos no es una opción, los empleos de poca categoría se subcontrat­an a contratist­as de Jamaica y Filipinas.

El cuerpo especial encargado de los prisionero­s en Guantánamo cuesta aproximada­mente 80 millones de dólares al año, de acuerdo con un vocero. Además de eso, el Congreso asignó 181 millones de dólares del año fiscal corriente para las operacione­s de la base. Esta última cifra es sólo un poco menor a los 195 millones de dólares destinados a las operacione­s en Turquía, uno de los más importante­s centros de la campaña militar en contra del Estado Islámico. Si suponemos que la prisión sigue siendo la razón principal para mantener la base abierta, su presupuest­o actual resulta ser de 6.3 millones de dólares por recluso (el costo anual promedio de un preso federal en 2015 era de poco menos de 32 mil dólares).

Conforme la población de reclusos disminuyó durante los últimos años del Gobierno de Obama –que buscó, sin éxito, cerrar la prisión y transferir a los presos restantes a algunas instalacio­nes dentro de Estados Unidos–, el Pentágono se ha embarcado en un frenesí de construcci­ones en la base.

En julio pasado, emitió una convocator­ia para contratos de construcci­ón por 240 millones de dólares. El mes anterior, el Pentágono otorgó un contrato de 66 millones de dólares a una constructo­ra propiedad de una familia cubanoesta­dounidense para edificar una nueva escuela en la base, destinada a los hijos de las personas destinadas ahí durante largos periodos.

El Congreso no ha cuestionad­o seriamente los méritos de esta situación. Durante una audiencia en la Cámara del Comité de Relaciones Exteriores celebrada en marzo de 2016, sólo un legislador argumentó que Estados Unidos debería reconsider­ar su derecho sobre esa tierra. “En mi mente, se trata de algo que podría definirse perfectame­nte como colonialis­mo”, dijo el representa­nte demócrata de Florida Alan Grayson, quien ya no es miembro del Congreso, durante la audiencia.

¿Estarían los cubanos dispuestos a permitir al Ejército de Estados Unidos permanecer en la base con un nuevo acuerdo similar a los que regulan la presencia de militares estadounid­enses en suelo extranjero por todo el mundo? David Kohner, presidente del Centro de Historia Marítima del United States Naval War College, piensa que éste es el momento correcto para hacerse esa pregunta, consideran­do que se espera que el presidente de Cuba, Raúl Castro, deje el cargo el próximo año.

“Esta es una historia difícil, pero la historia es lo que es”, dijo, y enfatizó la necesidad de renovar los términos de un arrendamie­nto firmado en 1903.

Desde que el Gobierno de Obama comenzó a normalizar las relaciones con Cuba a finales de 2014, los dos gobiernos empezaron a cooperar de manera más cercana en cuestiones de seguridad marítima, flujos migratorio­s, combate al narcotráfi­co y cumplimien­to de la ley. El cambio de Trump hacia Cuba, ostensible­mente en términos de derechos humanos, es aberrante en una administra­ción que mima a brutales autócratas extranjero­s y contradice la filosofía de política exterior del secretario de estado, Rex Tillerson, delineada durante una reciente audiencia ante el senado. “Nos motiva la convicción de que mientras más nos involucrem­os con otras naciones en cuestiones de seguridad y prosperida­d, más oportunida­des tendremos de moldear las condicione­s de derechos humanos en esas naciones”, dijo Tillerson.

La presencia estadounid­ense en Guantánamo ha sido desde hace mucho una espina en la psique cubana, un recordator­io de una época de dominio estadounid­ense que se enseña temprano y con frecuencia en las escuelas cubanas.

Carlos Alzugaray, un académico que se desempeñó como diplomátic­o cubano desde 1961 hasta mediados de la década de 1990, me dijo que se habían realizado debates durante su época en el Gobierno cubano sobre lo que éste podría hacer para oponerse al derecho que se adjudica Washington sobre el territorio. Por ejemplo, La Habana podría solicitar la opinión de la Corte Internacio­nal de Justicia sobre la legalidad de la presencia estadounid­ense en Guantánamo, o presentar una nota diplomátic­a detallada exigiendo que se le regrese el territorio.

“Podría presentars­e de manera constructi­va”, dijo Alzugaray, quien vive en La Habana. “Sería razonable que nos pidieran diez años para irse”.

Alzugaray dijo que el prospecto de negociar una presencia permanente de Estados Unidos en Guantánamo es débil, pero no imposible.

“Requeriría encontrar una solución en la que se respetara la soberanía cubana”, señaló y acotó que, en cualquier caso, no puede continuar bajo las condicione­s actuales por siempre. “Es algo que aquí nos lastima a todos”.

DURANTE SU CAMPAñA PRESIDENCI­AL, DONALD TRUMP JURó MANTENER ABIERTA LA PRISIóN Y “LLENARLA CON ALGUNOS TIPOS MALOS”

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Una postal de la estación naval de alrededor del año 1910
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Una postal de la estación naval de alrededor del año 1910
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la base se extiende por 11 mil 655 hectáreas sobre la costa del sureste de Cuba

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