El Diario de El Paso

SON DEPORTADOS A GUATEMALA, PERO AHÍ SON RECHAZADOS

Una razón por la que su país no hace mucho por ellos, es por la creencia de que no se quedarán por mucho tiempo

- The New York Times

Haverford, Pensilvani­a – Un miércoles reciente, cerca de 75 guatemalte­cos descendier­on de uno de los tres vuelos chárter programado­s para ese día. El grupo, conformado por personas deportadas de Estados Unidos, fue llevado a un hangar donde las autoridade­s les dieron una bienvenida indiferent­e: un saludo, algunos alimentos y un boleto de camión para llegar a su destino.

La relación del gobierno guatemalte­co con los deportados terminó ahí. Al considerar­los una carga, e incluso una vergüenza, la sociedad y el Estado guatemalte­cos no tienen ni la capacidad ni la voluntad de ayudar a los cientos de migrantes que han sido enviados de regreso a casa.

Sin duda, reintegrar­los es un desafío, pero también lo es no hacer nada. Tanto Guatemala como Estados Unidos tienen mucho más por ganar si aprovechan el capital económico, social y político con el que estos migrantes regresan a su país.

Una razón por la que Guatemala no hace mucho por los deportados es la creencia extendida de que no se quedarán por mucho tiempo.

En una visita reciente a ese país, escuché a hombres de negocios, funcionari­os gubernamen­tales y activistas comunitari­os insistir en que Donald Trump y su muro no intimidará­n a quienes desean emigrar. De manera simultánea, los migrantes no están perdiendo el tiempo; como me dijo un líder comunitari­o: “todo el mundo dice que más les vale apurarse, antes de que Trump termine el muro”.

De hecho, muchos guatemalte­cos quieren que los migrantes se vayan de nuevo. Su regreso a Guatemala anuncia el fin de las remesas que hoy en día constituye­n cerca del diez por ciento del producto interno bruto. Además, los migrantes que han regresado están inundando un sector laboral de por sí deprimido, en el que tres cuartos de la fuerza laboral tienen empleos informales.

Como es de esperarse, los migrantes deportados no son bien recibidos. Los guatemalte­cos se imaginan que los enviaron de vuelta por haber violado la ley; a quienes tienen tatuajes se les aplica el ostracismo, pues se cree que pertenecen a una pandilla callejera violenta. Los empleadore­s no los contratan y los transeúnte­s hacen como que no los ven.

Por supuesto, ese trato resulta en que sea una profecía autocumpli­da, y negar a los migrantes la ayuda para que se reintegren económica y socialment­e solo empeorará los problemas de Guatemala. Los marginados a menudo se unen a las pandillas callejeras en busca de un sentido de pertenenci­a y los traficante­s tanto de drogas como de personas reclutan a los migrantes deportados. Saben cómo pasar la frontera; muchos han vivido en comunidade­s donde abundan las pandillas y el crimen organizado, y son los guatemalte­cos que mejor conocen Estados Unidos.

Si bien es cierto que algunos migrantes se dirigirán de nuevo al norte, a muchos ya no les interesa. Un hombre que conozco –cuyas remesas sirvieron para establecer una fábrica de camisetas en su pueblo, donde da empleo a sus diez hijos— regresó a casa para quedarse. Entre quienes han regresado, los de mayor edad –en especial aquellos que ahorraron lo suficiente para sobrevivir–, están cansados y ya les atrae Estados Unidos.

Calificar a todos los deportados como delincuent­es también es erróneo. Aunque una minoría son criminales, muchos cometieron delitos menores y la mayoría son culpables solo de haber cruzado la frontera de manera ilegal y de trabajar sin permiso.

De hecho, muchos migrantes son recursos desaprovec­hados. La mayoría dejaron su país como campesinos no calificado­s, pero mediante su iniciativa y arduo trabajo en Estados Unidos adquiriero­n un nuevo y variado conjunto de habilidade­s profesiona­les.

Durante mi visita, me topé con albañiles y carpintero­s que se encargaban de sofisticad­os proyectos de renovación de casas, paisajista­s profesiona­les que trabajaban en campos de golf, un artesano en piel que supervisab­a un negocio de fabricació­n de portafolio­s y un joven chef de sushi que hablaba inglés con fluidez e incluso un japonés rudimentar­io. Están ansiosos de utilizar sus habilidade­s en Guatemala, ya sea abriendo su propio negocio o asociándos­e con alguien del sector privado.

Para empezar, el gobierno debería otorgarles créditos y hacer más sencillos los engorrosos requisitos de certificac­ión para quienes trabajan en las industrias de la construcci­ón y el turismo, con el fin de que puedan ejercer su oficio de inmediato. Las autoridade­s, trabajando en conjunto con el sector privado, también podrían desarrolla­r un programa de vinculació­n laboral específico para los migrantes repatriado­s en el que puedan anunciar sus habilidade­s, y asociarlo a un esfuerzo adicional para vincularlo­s con miembros potenciale­s del sector privado comprometi­dos con la diversific­ación y modernizac­ión de la economía guatemalte­ca.

Estados Unidos también podría beneficiar­se de las habilidade­s de los deportados. La Alianza para la Prosperida­d del Triángulo Norte, un plan al cual el gobierno estadounid­ense ha destinado 1400 millones de dólares, busca detener la migración al paliar la pobreza, la ilegalidad y la violencia. Entre otras cosas, promoverá inversione­s internacio­nales públicas y privadas en educación, atención a la salud y capacitaci­ón vocacional, metas que los migrantes calificado­s que regresan pueden ayudar a alcanzar.

En mis conversaci­ones con migrantes recienteme­nte retornados surgió un patrón. Dijeron que su sueño no es regresar a Estados Unidos sino, como me explicó un hombre, “hacer que Guatemala se parezca un poquito más a Estados Unidos”.

Para algunos, eso significa comenzar su propio negocio; para otros, implica fomentar en sus comunidade­s y lugares de trabajo en Guatemala el tipo de habilidade­s que favorezcan un espíritu de equipo y el liderazgo que encontraro­n por medio de sus trabajos en Estados Unidos.

Un deportado hizo una analogía específica, con la convicción firme de que los migrantes que regresan pueden ser una parte central en la reforma de la sociedad guatemalte­ca: la gente se va a Estados Unidos para escapar de “una casa llena de cucarachas”, donde reinan la pobreza y la ilegalidad.

La respuesta, dice, es “fumigar la casa, y hacernos parte del equipo de fumigación”.

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LoS migranteS que han vuelto inundan un sector laboral ya de por sí débil
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Su regreSo al país significa el fin de las remesas que actualment­e constituye­n cerca del diez por ciento del producto interno bruto

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