Opioides, asesino masivo encarado con desdén
Nueva York – Se espera que este año muera la misma cantidad de estadounidenses por sobredosis de drogas que los que han muerto en las guerras de Vietnam, Irak y Afganistán juntas.
Durante más de 100 años, la tasa de mortalidad había estado bajando entre los estadounidenses; pero ahora, debido a los opioides, ha vuelto a subir. Nosotros, como nación, vamos para atrás, y las sobredosis por drogas son ahora la causa principal de la muerte de los estadounidenses menores de 50 años.
“No hay duda de que hay una epidemia y de que se trata de una emergencia de salud pública”, me dijo la doctora Leana Wen, la comisionada de salud de Baltimore. “La cantidad de personas que toman sobredosis se está disparando y no tenemos ningún indicio de que hayamos llegado al punto máximo”.
No obstante, nuestros esfuerzos para enfrentar este flagelo son patéticos.
Respondemos a la Segunda Guerra Mundial con la irrupción en Normandía y al Sputnik con nuestro lanzamiento a la luna. No obstante, respondemos a esta amenaza nacional de hoy con ,Ķ un plan republicano para la atención de la salud por el cual se privaría del seguro a millones, ¡lo que llevaría a más muertes!
Más sobre el manejo torpe de este problema que ha hecho Donald Trump en un momento. Sin embargo, es extraño que los republicanos sean complacientes en cuanto a los opioides porque los estragos son desproporcionados en los estados rojos, y afectan a todo el mundo.
Mary Taylor, la asistente republicana del gobernador de Ohio y ahora una candidata para la gubernatura, ha reconocido que sus dos hijos, Joe y Michael, han batallado con la adicción a los opioides debido a la cual ha tenido que lidiar con dos sobredosis en su casa, llamadas de urgencias a ambulancias y fallidos esfuerzos de rehabilitación de la drogadicción. Bien por ella por decirlo.
Debería ser un escándalo nacional que solo 10 por ciento de los estadounidenses con problemas con los opioides reciban tratamiento. Esto refleja nuestra fallida insistencia en manejarlos como un problema de justicia penal, en lugar de como una crisis de salud pública.
En una investigación del “Times”, publicada este mes, se estima que más de 59 mil estadounidenses murieron en 2016 por sobredosis de drogas, lo cual fue el salto anual más grande de tales muertes que se haya registrado alguna vez en Estados Unidos. Una razón es la propagación del fentanil, un opioide sintético que es barato y potente, y conduce a las sobredosis.
Otro presagio negativo: como país, seguimos enganchados a los analgésicos de venta con receta médica. El año pasado se extendieron más de 236 millones de recetas para opioides en Estados Unidos; eso es más o menos una botella por cada adulto estadounidense.
Aun con todo eso en juego, existen tres razones por las cuales dudar de que Trump confrontará el problema.
Primera, Trump y los republicanos en el Congreso parecen determinados a revocar el Obamacare, por el cual se proporciona tratamiento contra las adicciones, y recortar a Medicaid. La Oficina Congresal del Presupuesto estimó que el plan del Partido Republicano en la Cámara de Representantes tendría como resultado que 23 millones de estadounidenses más no estén asegurados en una década; y, por tanto, es menos factible que reciban tratamiento contra las drogas. Otros elementos más técnicos del plan del Partido Republicano también tendrían como resultado menos tratamientos.
Segunda, el mes pasado, Tom Price, el secretario de salud y servicios humanos, pareció subestimar los tratamientos con medicamentos para la adicción a los opioides que tienen los mejores récords, y el fiscal general Jeff Sessions todavía parece pensar que podemos librarnos del problema con las cárceles.
Tercera, la principal medida de Trump ha sido nombrar al gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, para liderar una fuerza de tarea que investigue la adicción a los opioides. Sin embargo, no necesitamos perder más tiempo investigando ya que sabemos qué hacer; y, en cualquier caso, Christie es puro jarabe de pico, y manejó con ineptitud el problema en su estado natal.
Entre los expertos, hay evidencia abrumadora de lo que funciona mejor: medicamentos junto con psicoterapia. Esto no es exitoso en todos los casos, pero sí reduce las muertes y mejora las vidas. También se ahorra dinero público porque un resultado es que se atiende a menos personas en las salas de urgencias y estancias hospitalarias. Así es que la cuestión no es si podemos pagar el tratamiento para todas las personas que combaten una adicción, sino si podemos pagar por no brindarlo.
La esencia es que necesitamos una gran iniciativa nacional de salud pública para tratar a tantos estadounidenses drogadictos como sea posible, con un tratamiento basado en la ciencia y la evidencia. También necesitamos entender que las sobredosis son síntomas de un malestar más profundo - “las muertes de desesperación”, en palabras de Anne Case y Angus Deaton de la Universidad de Princeton, que se originan en los infortunios económicos – y buscar abordar los problemas subyacentes.
Por encima de todo, mostremos compasión. La adicción es una enfermedad, como la diabetes y la hipertensión arterial. Nunca le diríamos al diabético que se olvide de la medicina y vigile la dieta y haga más ejercicio; y nos espantaríamos si solo 10 por ciento de los diabéticos recibiera el tratamiento de emergencia.
Me persiguen las innumerables personas con adicciones a las que he entrevistado. Una era una enfermera que se hizo dependiente de los analgésicos de venta con receta médica y la despidieron cuando la atraparon robándose unos del hospital. Se hizo indigente y sobrevivió dándole sexo a los extraños a cambio de dinero y drogas.
Lloró mientras me contó su historia, ya que le repugnaba aquello en lo que se había convertido; pero a nosotros, como sociedad, nos debería repugnar nuestra propia autocomplacencia con nuestra negativa a ayudar a cientos de miles de vecinos que están enfermos y desesperados por recibir ayuda.