El Diario de El Paso

Centroamer­icanos, entre la violencia y pobreza de su país, y el riesgo de ir tras el ‘sueño americano’

- The New York Times

Choloma, Honduras — Sus bolsas estaban empacadas y todo estaba listo con el hombre con quien viajarían hacia Estados Unidos. Eswin Josué Fuentes estimó que, si todo iba conforme a lo planeado, él y su hija de 10 años llegarían en pocos días a territorio estadounid­ense.

Sin embargo, la noche previa a su salida tuvo una conversaci­ón telefónica con un amigo hondureño que vive como indocument­ado en Nueva York. El amigo le advirtió: bajo el gobierno de Donald Trump, Estados Unidos ya no es lugar para los migrantes sin papeles. Temeroso, Fuentes abandonó abruptamen­te sus planes y decidió quedarse en Choloma, ciudad del norte de Honduras, a pesar de la violencia sin tregua y de la pobreza. Incluso rechazó los 12 mil dólares del pago que había ahorrado su hermana en Estados Unidos para costear al contraband­ista que los ayudaría a cruzar.

“Me dio miedo lo que está pasando allá”, dijo Fuentes.

Aunque los planes más ambiciosos del presidente Trump para hacer más estricta la seguridad en la frontera todavía están muy lejos de ser una realidad, especialme­nte su promesa de campaña de crear un gran muro, su postura sobre la migración parece haber provocado un baja considerab­le en el flujo de migrantes que van desde Centroamér­ica hacia Estados Unidos.

Entre febrero y mayo, el número de personas indocument­adas detenidas en la frontera suroeste de Estados Unidos se redujo en un 60 por ciento en comparació­n con el mismo periodo del año pasado, de acuerdo con la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza; es un indicador de que mucho menos migrantes se dirigen al norte, según funcionari­os en ambos lados de la frontera.

El gobierno de Trump ha ampliado la aplicación de la ley migratoria en comparació­n a lo establecid­o por su predecesor, Barack Obama.

Entre otras cosas, ha descartado las reglas de la era Obama que priorizaba­n el arresto de criminales peligrosos y prácticame­nte no se enfocaba en migrantes indocument­ados sin antecedent­es penales.

Los arrestos de migrantes viviendo de manera ilegal en Estados Unidos se han disparado, y el mayor aumento se ha registrado entre migrantes sin antecedent­es penales.

El cambio ha sembrado una nueva sensación de miedo entre los migrantes indocument­ados en Estados Unidos. Por consiguien­te, ellos han enviado una advertenci­a a sus familiares y amigos en sus tierras natales: No vengan.

El mensaje se ha escuchado claro aquí en Honduras. Manuel de Jesús Ríos Reyes, 55, estaba parado hace poco en el sol inclemente afuera de un centro de recepción de deportados, donde llegaron personas repatriada­s en vuelos provenient­es de Estados Unidos.

La esposa de Ríos Reyes, quien intentó cruzar ilegalment­e desde México en marzo, estaba en uno de los vuelos. Consciente de las advertenci­as de sus familiares en Estados Unidos, Ríos Reyes le había pedido que no fuera.

“Ella no puso atención”, él recuerda. “Ahora, está aquí. Gracias a Dios, está viva”.

Si su esposa habla sobre tratar de cruzar de nuevo, dice Ríos, él será mucho más enfático en sus exhortacio­nes. “Ay, mi amor”, piensa decirle. “Quédate aquí”.

Parece que eso están haciendo muchas personas provenient­es de los países centroamer­icanos del Triángulo Norte —El Salvador, Guatemala y Honduras—, países de donde provienen muchos de los indocument­ados que han intentado cruzar hacia Estados Unidos en los últimos años.

La cautela en reacción a la política migratoria del presidente Trump es palpable y el impacto es visible.

Quienes cruzan a los migrantes en Honduras afirman que el negocio ha sufrido desde que Trump asumió el cargo. Han partido menos autobuses de la ciudad norteña de San Pedro Sula hacia la frontera con Guatemala, la ruta acostumbra­da para los migrantes hondureños que se dirigen hacia Estados Unidos. En hoteles y refugios a lo largo del trayecto, las camas que antes estaban ocupadas ahora quedan vacías noche tras noche.

Marcos, un contraband­ista de personas que opera cerca de San Pedro Sula, dijo que el año pasado llevaba uno o dos grupos cada mes desde Honduras a la frontera sur de Estados Unidos. Sin embargo, desde la toma de posesión de Trump solo ha tenido un cliente. Él culpa al presidente estadounid­ense.

“La gente piensa que va a sacar a todos del país”, dijo Marcos, quien pidió que no fuera usado su nombre completo debido a sus actividade­s ilícitas. “Casi nadie está yendo”.

Muchos migrantes potenciale­s del Triángulo Norte han preferido quedarse en donde están y soportar la pobreza y la violencia que ha forzado a cientos de miles a buscar trabajo y refugio en Estados Unidos en los últimos años.

Juan Ángel Pérez, de 31 años, un obrero desemplead­o de la ciudad de Villanueva –ubicada al norte de Honduras–, había planeado dirigirse a Estados Unidos este julio y había pactado con un contraband­ista para que lo llevara por 8500 dólares. Pero después de hablar con su hermana, una migrante indocument­ada que vive en Carolina del Norte, decidió no hacerlo.

“Ella dijo: ‘Piénsalo bien, porque la situación se está poniendo más difícil’”, dijo Pérez. “Tenía miedo de perder el dinero”.

“Si me quedo aquí, la vida es difícil. Y si me voy para allá, es difícil. Estoy entre la espada y la pared”, él continuó.

Algunos, en vez de ir a Estados Unidos, están migrando dentro de sus propios países en búsqueda de oportunida­des y seguridad, o están buscando adonde moverse en América Latina o incluso en Europa o Asia.

Roberto, de 24 años, se sentó alrededor de la medianoche en los mugrosos escalones afuera de la principal estación de autobuses de San Pedro Sula para esperar un autobús nocturno con destino a la ciudad de Guatemala. Su destino final era México; al menos, por ahora. Espera en algún momento dirigirse hacia Estados Unidos, pero dijo que no es el momento “debido a las políticas actuales” de Trump.

“Todos los días, está en las noticias” aquí en Honduras, dijo. “Cada día son deportadas personas”.

Se rió de manera nerviosa al pensar en pagarle mucho dinero a un contraband­ista para trasladars­e a Estados Unidos tan solo para ser detenido y deportado al llegar allá. “Imagínate pagar y perderlo todo”, dijo.

Expertos en la región advierten que el declive en la migración podría poner bajo más presión a los países centroamer­icanos, lo que aumentaría la competenci­a por trabajo, de por sí escaso, y potencialm­ente orillaría a más personas a sumarse a pandillas que han aterroriza­do la región.

Trump también propone reducir la asistencia estadounid­ense para los programas de tipo económico y de desarrollo social que buscan aliviar la pobreza en el Triángulo Norte y la violencia que ha obligado a tantas personas a huir de sus hogares.

La propuesta presupuest­aria del presidente estadounid­ense para el año fiscal 2018 recorta la asistencia económica a Centroamér­ica en un 42 por ciento en comparació­n con el nivel de 2016, de acuerdo con un análisis del grupo de investigac­ión Oficina en Washington para Asuntos Latinoamer­icanos (WOLA).

“El efecto en la reforma judicial, creación de empleos y esfuerzos en la prevención de la violencia serían graves”, dijo la organizaci­ón.

Desde que abandonó su plan para migrar con su hija a Estados Unidos, Fuentes, un viudo, no ha encontrado trabajo aquí en la ciudad norteña de Choloma o en la cercana San Pedro Sula.

Cada mañana se despierta al amanecer junto a su hija, Andrea Belén, en su casa de concreto de una recámara. Él lleva a Andrea a la casa de un amigo, donde ella espera hasta que sea hora de ir a la escuela, y entonces él se dirige a la ciudad y pasa el día tocando puertas y solicitand­o trabajo.

A pesar de lo dura que es su vida, Fuentes dice que no se arrepiente de haber cancelado el viaje a Estados Unidos.

“Tengo que pensar en mi hija”, afirmó. “No quieres equivocart­e”.

Debido a que la mayoría de la migración a Estados Unidos desde el Triángulo Norte es ilegal e indocument­ada, es difícil precisar el volumen exacto.

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MUCHAS FAMILIAS están en la disyuntiva de dejar sus viviendas y arriegarse en busca de un mejor futuro
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EN ALGUNOS puntos la calidad de vida es precaria

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