Nuestro presidente, nuestro falso héroe
Los autores de la Declaración de Independencia eran hombres imperfectos. Thomas Jefferson y sus compañeros sureños eran hipócritas al declarar que “todos los hombres son creados iguales” mientras que poseían hombres, mujeres y niños como sus esclavos. John Adams era agrio e iracundo, y trató de criminalizar las críticas a su gobierno. John Hancock habría acumulado su fortuna a través del contrabando. Benjamin Franklin podría ser descrito como un viejo libidinoso.
Sin embargo, estos hombres establecieron un conjunto de principios, posteriormente plasmados en la Constitución y la Declaración de Derechos, que trascendieron sus defectos.
En este momento de nuestra historia, es útil recordar que las ideas e instituciones del experimento estadounidense son mucho más poderosas y duraderas que las fallas de nuestros líderes. Y, ¿qué momento de la historia vivimos, exactamente? Como escribió Thomas Paine en diciembre de 1776: “Estos son los tiempos que ponen a prueba las almas de los hombres”.
Tenemos un presidente que no entiende ni respeta las normas básicas de nuestra democracia. Donald Trump es una aberración. No hay ninguna figura como él en la historia de los Estados Unidos (hecho por el cual deberíamos estar agradecidos).
La inexperiencia de Trump es patente. Es el único presidente que nunca ha trabajado en el gobierno o prestado servicio en las fuerzas armadas. Esta debilidad se agrava exponencialmente por su ignorancia de la política y el trabajo de equipo, su mentalidad cerrada, su ira y su tremenda inseguridad. Se niega a reconocer sus deficiencias y anhela desesperadamente la adulación que aun George Washington, un héroe genuino, rechazó rotundamente en su era.
Trump promete a sus seguidores cosas que no tiene idea de cómo hacer realidad. Como muchos aspirantes a dictadores antes que él, se inventa enemigos para distraer la atención y ganar simpatía, entre ellos los periodistas, los musulmanes, los mexicanos y grupos que llevan a cabo una imaginaria guerra contra los principios morales estadounidenses.
Los Fundadores, conscientes de sus propias faltas, diseñaron un sistema para contener a un presidente fuera de control. Limitaron su mandato a cuatro años (ocho, si el público lo permite), otorgaron equilibrio de poderes a los legisladores y a los juzgados, y crearon la figura legal del juicio político contra el ejecutivo.
La presidencia de Trump nos obliga a ser conscientes de nuestros deberes constitucionales.
El papel de la ciudadanía en estos tiempos incluye expresar nuestra aprobación o rechazo de los gobernantes en las urnas. También incluye asegurarse de que el sufragio no sea rechazado de manera selectiva e injusta por las leyes restrictivas de identificación de votantes o las purgas partidistas de las listas electorales.
Es alentador que los estados conservadores se hayan unido a los liberales en los últimos días para resistir el intento de la falsa comisión de “fraude electoral” de Trump que pretende tener acceso a una lista nacional de votantes. Tal vez podríamos confiar que una administración presidencial futura tuviera ese acceso para mejorar nuestro sistema electoral, para facilitar y fomentar el voto. Per en esta administración, simplemente no podemos confiar.