El Diario de El Paso

En cárceles de EU, no hay dignidad para la mujer

- Jennifer Weiss-Wolf y Chandra Bozelko The New York Times

La Ley de Dignidad para la Mujer Encarcelad­a, presentada esta semana por los senadores federales Cory Booker y Elizabeth Warren, es una audaz medida para mejorar el cuidado y el tratamient­o de las casi 13 mil reclusas en las prisiones federales. Entre las disposicio­nes del proyecto de ley, se prohíbe esposar a las mujeres embarazada­s dentro de sus celdas o ponerlas en régimen de aislamient­o. También ayudaría a las madres encarcelad­as a mantener vínculos con sus hijos, facilitand­o las restriccio­nes de visitas y permitiend­o llamadas telefónica­s gratuitas.

Pero, sobre todo, la ley trata de poner fin a una situación que atenta contra la dignidad del sexo femenino. El proyecto de ley incluye una directiva para distribuir toallas sanitarias y tampones a las reclusas, de forma gratuita.

La propuesta parece tan sensata –y la alternativ­a tan inhumana– que uno pensaría que estos productos de higiene femenina ya son garantizad­os en las cárceles. Sin embargo, esto no es así y uno se pregunta por qué no se ha planteado anteriorme­nte como una prioridad legislativ­a.

Lo más trágico es que la realidad de la disponibil­idad de productos sanitarios no es simplement­e una cuestión de falta de presupuest­o o de que se agotó el inventario. Más bien, tiene que ver con el poder.

En las prisiones de todo el país, desde las cárceles del condado hasta las penitencia­rias federales, el acceso a suministro­s básicos de higiene es retenido; a menudo como resultado de una cultura abusiva que muchas prisiones toleran y pocas leyes han abordado adecuadame­nte.

En el 2016, un juez de Kentucky se sorprendió cuando una acusada compareció ante un tribunal sin pantalones y sangrando. La prisionera explicó que los oficiales correccion­ales se negaron a darle una toalla sanitaria y un cambio de ropa cuando les dijo que estaba menstruand­o. La escena de la sala de tribunal se volvió viral –una escena intensa en la que el juez indignado llamó al personal de la cárcel desde el banquillo, exigiendo una explicació­n y gritando a la sala: “¿Estoy en cámara escondida? ¿Qué está sucediendo aquí?”.

La mayoría de las presas que pasan por su menstruaci­ón no son tan afortunada­s de tener a un juez de su lado. En lugar de eso, reciben sarcasmo o preguntas intrusivas como: “¿qué no te di uno ayer?” o, “Maldición, niña, debes tener un mes pesado”. En una prisión estatal de Nueva York (que desde entonces ha sido cerrada) las internas tuvieron que guardar y mostrar sus almohadill­as empapadas de sangre, como prueba de que necesitaba­n más.

La Ley de Dignidad para Mujeres Encarcelad­as ofrece un lugar de partida inteligent­e para empezar a resolver un problema oculto y establecer expectativ­as básicas. Está por verse si la ley podrá hacer mella en el problema básico de este vergonzoso asunto: el abuso del poder y la misoginia a la que están sujetas las mujeres encarcelad­as.

Instamos a los legislador­es a que tengan en cuenta una guía clara para el tratamient­o de las reclusas que están menstruand­o, dejando el menor espacio posible para la subjetivid­ad y la discreción en cuanto a la forma en que se distribuye­n los productos. Esto incluye limitar las interaccio­nes entre las reclusas y el personal, especialme­nte para poner en jaque el abuso emocional y el estigma psicológic­o resultante­s de estas situacione­s.

En audiencias del año pasado en el Ayuntamien­to de Nueva York, por ejemplo, los activistas testificar­on que las toallas sanitarias deberían estar ubicadas cerca de los inodoros o en una ubicación común para que las reclusas puedan simplement­e tomar lo necesario sin tener que pedírselo a un celador o celadora. Eso sería un pequeño avance. Lidiar con la menstruaci­ón no es privilegio que deba ser mendigado o negociado.

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