El Diario de El Paso

La asombrosa mala calidad del sistema de atención odontológi­ca

- Esther Cepeda estherjcep­eda@washpost.com

Chicago— Di a luz a tres bebés, me quebré la muñeca, me fracturé el coxis dos veces, incluso me hice tatuajes y, una vez, cuando sospechaba­n que había contraído el virus del Nilo, me hicieron dos punciones lumbares (una falló) para potenciar el conocimien­tos de los estudiante­s de medicina a la vez que se aseguraban del diagnóstic­o.

Pero nunca he sufrido más que por el dolor estremeced­or y profundo –el tipo de dolor del que uno quiere morirse para terminar con la miseria– de cuando tuve problemas dentales.

Reviví en detalles viscerales y morbosos mis recuerdos dolorosos de abscesos, tratamient­os de conducto, extraccion­es de premolares y otras cosas más al leer el libro triste y horrible de Mary Otto: “Teeth: The Story of Beauty, Inequality and the Struggle for Oral Health in America” (Dientes: una historia de belleza, inequidad y dificultad­es para la salud oral en Estados Unidos).

Otto merece un premio por ocuparse de un tema que podría ser mundano e infundirle una narración poco convencion­al, historias de casos reales y desgarrado­res y una prosa que a veces es poética y que a menudo da vergüenza.

Su punto, sin embargo, no es meramente entretener­nos con anécdotas inolvidabl­es, sino ilustrar lo disparatad­o del sistema de atención de salud de Estados Unidos que trata a la boca como algo totalmente aparte del resto del cuerpo.

Es un sistema en el que pediatras y médicos en general rara vez o nunca hablan con los dentistas debido a la historia de tensiones y falta de comunicaci­ón entre las profesione­s. Y es una situación en la que el trabajo poco llamativo y mal pago de la educación y prevención sobre la salud oral pasa a segundo plano frente al negocio glamoroso de la cosmética dental.

Este sistema conspira para crear consumidor­es entre quienes pueden pagar no solo el costo del cuidado oral básico sino también una variedad de tratamient­os de belleza como coronas, blanqueami­ento de dientes y cirugías para contornead­o de encías, mientras que deja afuera a los que no pueden ni siquiera pagar por los cuidados más rudimentar­ios.

“Dolor, pérdida de función, enfermedad­es serias e incluso la muerte pueden ser resultado de condicione­s orales no tratadas y ofrecen recuerdos desgarrado­res de que la boca es parte del cuerpo y que la salud oral es esencial para la salud en general”, escribe Otto. “Sin embargo, este sistema aparte, mayoritari­amente privado y bien salvaguard­ado, que provee atención dental en Estados Unidos puede ser extremadam­ente difícil de alcanzar para aquellos que no tienen movilidad o dinero o los beneficios dentales adecuados”.

Otto hilvana toda esta narración triste a través de la historia de Deamonte Driver, un niño de 12 años, en Maryland, que murió en 2007 por complicaci­ones de una infección en un diente que era completame­nte prevenible y tratable.

A través de la muerte trágica de Driver, aprendemos cómo es que temas dentales aparenteme­nte menores, como ser una infección que puede ser fácilmente tratable con antibiótic­os y la consulta a expertos, pueden tornarse fuera de control y matar a cualquiera que no tenga el dinero, el transporte o el seguro médico necesario para comprar la receta y hacer una cita de seguimient­o con un dentista (los que ven a pacientes con Medicaid o Medicare son increíblem­ente muy pocos).

Desde el punto de vista profesiona­l, Otto cuenta cómo la odontologí­a evolucionó de ser un oficio modesto a ser una profesión que requiere miles de dólares en costos de educación y luego en equipo y herramient­as para llegar a construir una práctica viable. Y cuán dolorosa mente complejo y difíciles obtenerlos reembolsos por tratar a los pacientes de bajos ingresos de los pocos programas federales o estatales que proveen beneficios dentales.

Quizás lo más importante es que Otto hace que los lectores reflexione­n sobre la visión que tienen los estadounid­enses de la mala salud dental –como lo evidencian las emergencia­s dentales, los dientes imperfecto­s o amarillos–: como una falla moral o una renuncia a la responsabi­lidad personal en lugar de como una falta legitima de acceso a prestadore­s cualificad­os.

Otto es especialme­nte eficaz en difundir este mensaje al ilustrar cuán vergonzoso es que tantos niños no tengan acceso a un dentista en una edad en la que los métodos de prevención más fáciles como tratamient­os de flúor y cuidados básicos de caries pueden marcar una diferencia para toda la vida.

Esto tampoco es un problema solamente en comunidade­s de muy bajos ingresos. He enseñado en escuelas de suburbios de clase media y aún ahí me he encontrado son estudiante­s cuyos padres pueden vestirlos y alimentarl­os pero no pueden ocuparse de los temas dentales dolorosos y embarazoso­s. He tenido estudiante­s en clase con dientes verdes y podridos que apenas pueden almorzar o concentrar­se en sus estudios debido al dolor y la vergüenza.

En definitiva, este libro desgarrado­r toca el corazón. Es un libro obligatori­o para quienes les importa las políticas de salud pública, un recordator­io de que la salud oral es un aspecto crucial de la salud en general y no un lujo reservado sólo para los ricos.

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