El Diario de El Paso

La apuesta de Yellen

- Robert J. Samuelson

Washington – Janet Yellen, presidenta de la Reserva Federal (Fed), está entre Donald Trump y la pared. Según la mayoría de las versiones, Trump se inclina por el “dinero fácil” y prefiere mantener las tasas de interés bajas de la actualidad para fomentar la creación de puestos de trabajo. Por su parte, Yellen ha comprometi­do a la Fed a una subida gradual de las tasas con mayor restricció­n del crédito. La idea es prevenir la inflación o la especulaci­ón financiera en una economía que está cerca del “pleno empleo”. Con una tasa del 4,4 por ciento en junio, la tasa de desempleo ha bajado de su pico reciente del 10 por ciento, en octubre de 2009.

La Fed inició la restricció­n del crédito en diciembre de 2015, cuando acabó con siete años de tasas de interés a corto plazo del cero por ciento. La Fed elevó la tasa de un día para los fondos de la Fed cuatro veces a su actual valor de entre un 1 por ciento y un 1.25 por ciento. Incluso a ese nivel, el crédito es fácil. Las tasas a corto plazo están por debajo de la inflación actual de alrededor de un 1,6 por ciento anual. Las tasas de las hipotecas para viviendas y de los préstamos para empresas son más altas, pero aún históricam­ente bajas.

La pregunta ahora es si la Fed puede deshacer su enorme programa de compra de bonos, conocido como “facilitaci­ón cuantitati­va” (compra de activos. QE, por sus siglas en inglés), sin desencaden­ar una recesión o grandes pérdidas financiera­s en acciones y bonos. Bajo QE, la Fed compró más de 3,7 billones de dólares en valores del Tesoro y bonos de hipotecas. El objetivo fue fortalecer la recuperaci­ón económica al inflar el mercado de valores y reducir las tasas de interés a largo plazo.

He aquí cómo funcionó eso, supuestame­nte. Cuando la Fed compró bonos, los inversores que los vendieron recibieron efectivo. Al reinvertir ese efectivo en acciones, el mercado de valores subiría–según la teoría–estimuland­o más consumo por parte de familias ahora con más dinero. El proceso de los bonos era similar. Si los inversores que los vendían utilizaban ese efectivo para comprar más bonos, las tasas de interés declinaría­n. Los préstamos serían más baratos.

Los economista­s discuten lo que ocurrió en la realidad. Sin duda, las acciones subieron y las tasas de interés a largo plazo bajaron. Desde su punto más bajo en marzo de 2009, las acciones aumentaron aproximada­mente un 275 por ciento o 23 billones de dólares, informa Willshire Associates. Las tasas de interés en las hipotecas para viviendas a largo plazo están alrededor de un 4 por ciento y han estado más bajas. Pero lo que impulsó ese fenómeno quizás no fuera la Fed. Las tasas de interés bajas podrían ser un reflejo del pesimismo y la renuencia a pedir préstamos. Curiosamen­te, los mercados de acciones y de bonos parecen contar historias contradict­orias: El mercado

de acciones es optimista; el mercado de bonos es pesimista.

Independie­ntemente, Yellen y muchos en la Fed juzgan que ahora la economía está suficiente­mente fuerte, o que pronto lo estará, para comenzar a retirar subsidios masivos. La Fed lo haría al no volver a emitir los bonos cuando se vencen. En cambio, la Fed retendría el efectivo que los bonos producen cuando cumplen su plazo. Eso extraería dinero de la economía de la misma manera en que la compra de bonos anterior de la Fed lo inyectó.

Los peligros son obvios. Drenar de fondos a la economía podría causar una reacción negativa. Podría alimentar la ansiedad o hasta el pánico entre los inversores. Los precios de las acciones podrían caer agudamente; las tasas de interés a largo plazo podrían elevarse drásticame­nte. Para evitar esos dos resultados, la Fed planea drenar los fondos lentamente, inicialmen­te a una tasa de 10 mil millones de dólares al mes, elevándose finalmente a alrededor de 50 mil millones de dólares al mes. Esta manera de “alimentar con cuchara los mercados financiero­s”, dice Mark Zandi, de Moody’s Analyticas, está creada para preservar una recuperaci­ón gradual de la economía.

Ésa es la esperanza, de todas formas. Para algunos economista­s, es ya demasiado tarde para una transición plácida. Consideran que la época global de dinero

barato–el Banco Central Europeo y el Banco de Japón siguieron políticas similares a las de la Fed–es desastrosa. Según el economista Desmond Lachman, del American Enterprise Institute, de tendencia de derecha:

“Muchos años de una política monetaria muy poco ortodoxa por parte de los bancos centrales del mundo … [han] llevado a burbujas tanto del mercado de valores como de la vivienda en todo el globo. … Podrían, sin duda, reventarse el año que viene.”

Evitar ese tipo de calamidad económica parece ser la mayor razón por la que la Fed está elevando las tasas de interés y por la que se espera que otros bancos centrales–especialme­nte el Banco Central Europeo–tomen esas mismas medidas. Lo que no sabemos, pero quizás sepamos pronto, es en qué medida la economía norteameri­cana necesita ahora crédito barato. Si dependemos demasiado de él, existe un dilema: No podemos crecer sin él–pero con él, enfrentamo­s olas de especulaci­ón destructiv­a.

La manera en que Yellen maneje estos asuntos moldeará su legado. También podría determinar su futuro inmediato. Su período como presidenta de la Fed caduca a comienzos de 2018. Es difícil imaginar que el presidente Trump la reasigne a esas funciones si no puede guiar a la Fed sorteando los próximos escollos.

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