Cómo funciona actualmente lo ‘cool’ en Estados Unidos
NSi se creció en el siglo XX, existe una posibilidad decente de que se hubiera querido ser como Miles Davis, Billie Holiday, Humphrey Bogart, Albert Camus, Audrey Hepburn, James Dean o Jimi Hendrix. Con su propia forma de ser, estas personas definieron lo que era ser “cool”.
La persona “cool” era estoica, tenía control emocional, nunca estaba ansiosa, ni necesitada, pero, en cambio, era misteriosa, desapegada y dueña de sí. La persona “cool” con gallardía, es competente en algo, pero no necesita el aplauso del mundo para conocer su valía. Eso se debe a que la persona “cool” ha encontrado su propia forma, única y auténtica, de vivir con intensidad despreocupada.
En su entretenido libro, “The Origins of Cool in Postwar America” (“Los orígenes del ‘cool’ en el Estados Unidos de la posguerra”), el historiador de Tulane, Joel Dinerstein, rastrea las diversas fuentes de este estilo – desde el concepto africano occidental de “itutu”, que significa desenfado místico, hasta la mentalidad británica de la compostura. Los músicos de jazz, en especial gente como Lester Young, reunieron estas influencias en lo que ahora llamamos el estilo “cool”. El jazz influyó en los directores del cine negro y luego llevaron lo “cool” a Francia, donde lo abrazaron los existencialistas como Camus.
Dinerstein muestra que ser “cool” no es solo un estilo, es una “filosofía incrustada” que está anclada en una circunstancia generacional específica. Lo “cool” era, antes que nada, una forma de resistencia y rebelión, un rechazo de la inocencia, el optimismo y la alegría del consumidor que marcó la experiencia de la corriente dominante de la posguerra.
Surgió, específicamente, en la cultura afroestadounidense, entre gente que tenía que aguantar las humillaciones del racismo sin perder el control, y quienes no veían ninguna forma de cambio en su situación política. La cultura “cool” en ese contexto decía: me pueden golpear, pero no estoy golpeado; me pueden oprimir, pero no me pueden poseer. Se convirtió en una forma de acusar a la sociedad, aun si no se tenía poder; en una forma de mostrar la dignidad ilimitada. Luego, la abrazaron todos los que se sentían impotentes, ya fuera que se tratara de disidentes intelectuales o de adolescentes casual.
El desenfado tenía otros significados sociales. Era una forma de mostrar que no se estaba jugando a todo el juego de Horatio Alger; que no se era un oportunista lisonjero para hacer carrera. Era una forma de reivindicar el valor del individuo en respuesta al fallido colectivismo, desde el comunismo y el fascismo hasta la religión organizada. A la persona “cool” la guían sus propios valores autónomos, a menudo en las márgenes de la sociedad.
Ser desenfadado era ser un realista moral. Las crueldades de las guerras habían expuesto la integridad simplista de la moralidad del bien y el mal de la clase media. Un personaje como Rick Blaine en “Casablanca” esta tratando de vivir según su propio código de honor en un mundo de moral absurda.
En una entrevista, le pregunté a Dinerstein si había muerto el ser “cool”. Dijo que puede ser que no haya muerto, pero es raro. Puedes ver a figuras “cool”, como Kendrick Lamar y Lorde, pero es difícil pensar en cualquier icono cinematográfico “cool” contemporáneo en la forma en la que lo eran Bogart y Dean. Quizá Robert Downey, Jr., podría haberse convertido en uno, dijo Dinerstein, pero estos días Hollywood presiona a los actores hacia la corriente dominante de los éxitos de taquilla.
La gran diferencia, continuó, es tecnológica. Los admiradores vieron a Miles Davis desde lejos. Era misterioso. Hoy, gracias a los medios sociales, hay acercamientos de todos, están presentes las 24 horas del día, los siete días de la semana, son familiares y nada icónicos. Eso marca una diferencia enorme en cómo se recibe a las personalidades públicas.