El Diario de El Paso

Un Washington dormido ante los opiáceos

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Nueva York— Los comentario­s bombástico­s del presidente Donald Trump sobre Corea del Norte la semana pasada eclipsaron el evento que estaba celebrando para destacar: los esfuerzos de su administra­ción para combatir la adicción a los opioides. Por desgracia, no había mucho que ensombrece­r. Trump no mencionó, y mucho menos abrazó las recomendac­iones en un nuevo informe de su Comisión sobre Combate a la Toxicomaní­a y la Crisis Opioide. La comisión, encabezada por el gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, ha producido algunas ideas útiles pero demasiado pequeñas para mejorar el acceso al tratamient­o, educar a los médicos, compartir datos entre los estados y bloquear el comercio de drogas ilegales. La única propuesta que Trump más tarde abrazó –declarando una emergencia nacional– importará sólo si se sigue con acciones audaces y el dinero para apoyarlas. Pero la afirmación de la comisión de que la declaració­n “despertará a todos los estadounid­enses” al azote de la adicción que tanto la está perjudican­do se topó con un Washington dormido.

Uno de los pasos más eficaces que el Gobierno federal podría tomar no fue mencionado: tratar a los adictos que terminan detrás de las rejas. Cada año, alrededor de un tercio de los usuarios de heroína pasan tiempo encarcelad­os, pero las prisiones federales no ofrecen tratamient­os de adicción a medicament­os.

Hay razones humanitari­as para proporcion­ar a los adictos con metadona o buprenorfi­na, que pueden liberar a las personas de los opiáceos mucho más poderosos y mortales, como la heroína y el fentanilo. La experienci­a de abstinenci­a –que puede incluir vómitos, diarrea, ansiedad, insomnio y convulsion­es– es dura y ocasionalm­ente mortal. Sin embargo, la mejor razón para proporcion­ar tratamient­o es que la abstinenci­a obligada rara vez cura la adicción. Los ex infractore­s son propensos a reanudar el uso, a menudo en los niveles que sus cuerpos ya no pueden tolerar. Las sobredosis es trágicamen­te común.

El encarcelam­iento ofrece una de las mejores oportunida­des para tratar la adicción a los opioides. Los programas han mostrado resultados alentadore­s en los que han sido juzgados, incluso en la ciudad de Nueva York, donde los reclusos están conectados a las clínicas después de su liberación y les informan a tasas altas. El programa también ha ayudado a reducir la reincidenc­ia. Del mismo modo, se han observado resultados positivos en Australia.

Sin embargo, sólo unas pocas de las más de 5 mil cárceles locales y prisiones estatales de Estados Unidos ofrecen tratamient­os contra la adicción. Esta es una estrategia errada.

De no enfrentar este problema detrás de las rejas, el propio Gobierno socava la recuperaci­ón de muchas personas en tratamient­o. La emergencia nacional no se puede abordar sin entrar a las cárceles y rehabilita­r a los adictos.

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