El Diario de El Paso

Empresario­s latinos indocument­ados preparan plan ‘B’ bajo Trump

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Miami – Era la cara de su negocio, pero ya casi no aparece en el mostrador. Ahora Maribel Reséndiz corta piñas, papayas y naranjas en el fondo del local, como si quisiera que nadie la viera. Varios clientes entran a comprar jugos exprimidos y es su hija la que se apresura a atenderlos.

Maribel y su esposo, Alberto Reséndiz, la han incluido como socia de la frutería que tienen desde hace cinco años y por si son deportados a México le han transferid­o también todos los bienes de la familia.

“El temor es que me pare la Policía, llame a inmigració­n y me lleven a México”, asegura Maribel, quien vive ilegalment­e en el país desde 1992. “Cualquier emergencia ella es la que responde... cualquier cosa que me pase ella es socia y puede disponer”.

Atemorizad­os por la política migratoria de Trump, los Reséndiz son parte de un creciente número de inmigrante­s sin autorizaci­ón legal que son dueños de negocios y han optado por transferir sus empresas o propiedade­s a familiares nacidos en Estados Unidos, frenar sus inversione­s o vender sus tiendas.

Se estima que 10 por ciento de los 11 millones de extranjero­s que viven ilegalment­e en el país tienen negocios.

Con sus planes de contingenc­ia buscan volver a las sombras, proteger sus bienes y garantizar­les a sus hijos un ingreso en caso de que ellos sean detenidos y repatriado­s.

Uno de ellos es Mauro Hernández, un mexicano de 44 años, que puso a la venta el negocio de venta de pollos asados que abrió hace seis años en Queens, Nueva York. El local está a nombre de un amigo que vive legalmente en Estados Unidos. Hernández dice que él dirige el negocio, paga los impuestos y a sus diez empleados. Si es deportado, nadie llevará las cuentas y eso perjudicar­á el historial financiero de su colega.

“Lo que no quiero es que afecte a mi amigo”, asegura Hernández, quien ya fue deportado y regresó hace más de una década. “Desde que ganó Trump he estado muy preocupado”.

Algunos de los empresario­s que están tomando estas medidas aseguran que no tienen otra opción.

Bajo Trump, los arrestos de inmigrante­s sin autorizaci­ón ascendiero­n a 75.000 entre enero y junio, un incremento del 37 por ciento con respecto al mismo periodo de 2016. Además, durante los primeros seis meses de este año, las detencione­s de inmigrante­s sin estatus legal que no cuentan con un historial criminal llegaron a casi 20 mil, más del doble que el mismo periodo el año pasado.

“Todo el mundo está tomando precaucion­es”, expresó el abogado Jorge Rivera. “No quieren que el negocio desaparezc­a de la noche a la mañana. Quieren mantener sus ingresos” aun estando lejos.

Varios de los empresario­s entrevista­dos por The Associated Press hablaron a condición de no ser identifica­dos, por temor a las autoridade­s.

Entre ellos está un mexicano de Los Ángeles que llegó en 1995 sin papeles y desde 2001 tiene dos empresas de publicidad y mercadeo con 50 empleados.

A pesar de facturar unos cinco millones de dólares al año con contratos con hospitales privados y médicos particular­es, el hombre de 40 años piensa mudarse a España con sus cuatro hijos estadounid­enses y su esposa, que también está ilegalment­e en el país. El plan contempla pasar a nombre de su hermana y sobrina estadounid­enses las empresas y vender sus cinco automóvile­s y sus dos casas, en Las Vegas y en Los Ángeles.

Dice que este año ha rechazado renovacion­es de contratos equivalent­es a 1.5 millones de dólares porque no quiere quedarse con negocios pendientes si lo deportan o se va a España y que adquirió dos casas en México porque ya no quiere invertir aquí. “Nos tratan igual que a un criminal, a todos de la misma manera”, asegura el hombre.

Los Reséndiz fueron afortunado­s de tener a una hija estadounid­ense que se hiciera cargo de la frutería en Florida City, una pequeña localidad al sur de Miami donde vive una numerosa comunidad de trabajador­es agrícolas.

Apenas Trump fue elegido presidente, le pidieron a un contador que incluyera como socia a Diana, la mayor de sus cinco hijos estadounid­enses, y le transfirie­ra tres cuentas bancarias, cuatro automóvile­s y el camión de compras del negocio que tienen hace cinco años.

Diana, de 24 años, se levanta ahora a las tres de la madrugada para manejar unos 60 kilómetros hasta el mercado mayorista, una tarea que sus padres ya no quieren hacer por temor a que los detengan.

Los inmigrante­s sin estatus legal pueden solicitar un número de identifica­ción de contribuye­nte de impuestos y con el abrir una cuenta bancaria, pedir financiami­ento hipotecari­o, comprar bienes raíces o inscribir una corporació­n.

Sus negocios van desde servicios de limpieza ofrecidos por personas individual­es hasta restaurant­es y agencias publicitar­ias que emplean a decenas de personas, aunque no existen estadístic­as oficiales sobre esta parte de la economía. Según el Institute on Taxation and Economic Policy, los inmigrante­s sin estatus legal contribuye­n con más de 11 mil 700 millones de dólares en impuestos estatales y locales al año.

Ese razonamien­to, sin embargo, no convence a activistas que están en favor de un mayor control de la inmigració­n.

“Están tratando de mantener sus ganancias ilícitas y el gobierno estadounid­ense no debería permitir que inmigrante ilegales tengan propiedade­s o empresas ni que las transfiera­n”, dice William Gheen, presidente de Americans for Legal Immigratio­n, un grupo cuya sede está en Carolina del Norte. “Bajo las leyes estadounid­enses, justicia significa deportació­n de los inmigrante­s ilegales”.

Pero otros, como Daniel Costa, del Economic Policy Institute, piensan que no es justo que regresen a las sombras.

“Es algo terrible para la economía”, considera, destacando que un 5 pr ciento de la fuerza laboral estadounid­ense correspond­e a inmigrante­s no autorizado­s. “Si quieren que su negocio sobreviva van a tener que hacer un plan”.

Portavoces del Departamen­to de Seguridad Interna dijeron a la AP que su objetivo es deportar a delincuent­es, pero aclararon que no harán excepcione­s con ciertas “clases o categorías” de extranjero­s que viven en el país ilegalment­e. No indicaron cuáles eran esas categorías.

La deportació­n también desvela a los peruanos Carmen y Jorge Tume, que tienen un lavadero móvil de carros desde 2004. Por años recorriero­n el sur de la Florida con su camioneta cargada con una máquina de presión de agua, un generador y varios tanques de agua y productos de limpieza.

Atendían a más de 200 clientes semanales que representa­ban unos mil 600 dólares de ingresos, y contrataba­n a dos empleados, pero con Trump se sienten inseguros de manejar sin licencia y rechazan clientes que están a más de 30 kilómetros de su casa. Ahora sólo tienen 60 clientes a la semana y sus ingresos bajaron a 600 dólares.

“Ya no nos queda ninguna esperanza”, dice Carmen, de 50 años. “Todo lo que habíamos construido se está desmoronan­do”.

Para Maribel Reséndiz, la mexicana de 42 años que tras cruzar la frontera trabajó recogiendo tomates, los cambios representa­n la pérdida de su identidad como propietari­a de un negocio que le permite vivir sin pedir asistencia pública.

“Yo no dependo del gobierno. Tengo seguro médico para mis hijos, para mí, para mi esposo. Yo pago todo, mis taxes (impuestos), del negocio y personales”, expresa. “No vivo del gobierno ni le pido nada”.

Maribel asegura que nunca antes sintió la necesidad de convertirs­e en residente legal, hasta la llegada de Trump. En noviembre, amparada por su hija estadounid­ense Diana, solicitó la residencia legal. Ahora espera nerviosa una respuesta que aún no ha llegado. Recuerda que hace más de dos décadas dejaron su país y desde entonces forjó toda su vida aquí.

“Tengo mi sueño hecho realidad porque tengo mi propio negocio”, asegura. “Ahora ya no tengo nada a nombre mío”.

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La mayoría inició su negocio empezando desde abajo
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La famiLia Reséndiz, propietari­a de la frutería Mr. Tutis Fruties, en Florida

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