En Puerto Rico, el amor en una escuela abandonada perdura
Carolina – La espesa vegetación tropical inunda el patio interior y el jardín de la Escuela Secundaria Lola Rodríguez de Tió en Carolina, Puerto Rico. En su interior, no hay ni un alma: las paredes tienen agujeros donde los saqueadores arrancaron cables y tubos, rayos de luz se filtran en la oscuridad dentro de los salones donde libros, teclados e imágenes están esparcidos por el suelo caprichosamente. Este deterioro ha ido borrando lentamente el espacio físico desde que la escuela cerró en 2014, otra víctima del derrumbe económico de Puerto Rico.
Esta escena desgarradora basta para no querer regresar a la escuela donde uno estudió. Sin embargo, para Jesús Emmanuel Rodríguez Pichardo, quien salió de ahí antes de mudarse a Nueva York, inspira emociones intensas que lo hacen regresar a la escuela desierta.
Durante una estancia prolongada a principios de este año, usó los salones vacíos y jardines llenos de maleza como telón de fondo para retratos de gran formato del lugar, así como de la gente que trabajó y estudió aquí. Las imágenes hablan del vínculo inmediato y emotivo con el lugar. Ahora la escuela cerrada es un símbolo de la gran tragedia que se ha desencadenado en los últimos años a medida que la gente que estudió aquí, y en otras escuelas de la isla, ha huido a Nueva York o a Florida.
“¿Por qué están abandonadas estas escuelas?”, preguntó Rodríguez Pichardo, de 35 años, cuyo nombre profesional es Jesús Emmanuel. “Nos protegen de huracanes si hay que evacuar nuestros hogares. Son casillas electorales. Son grandes y están abandonadas. ¿Por qué no convertirlas en algo más con ayuda de la comunidad? Es una falta de respeto dejarlas cerradas y abandonadas”.
Este es el primer proyecto de Rodríguez Pichardo, aunque desde los diez años toma fotografías. Se mudó a Nueva York en 2004 en busca de aventuras y acabó por encontrar trabajo en un hotel. Sin embargo, una lesión en la espalda le impidió trabajar, así que regresó a Puerto Rico en 2009. Al año siguiente, perdió un brazo después de que un auto en el que iba se desbarrancó. Con el tiempo, regresó a Nueva York y se estableció en el Bronx, donde se unió a la Liga de Foto del Bronx en el Centro Documental del Bronx.
Era uno de los fotógrafos que trabajaron en el Proyecto de los trabajadores de la avenida Jerome, un proceso que lo llevó a usar una cámara de formato medio. Más recientemente, comenzó a experimentar con una cámara de placa 4×5, que había esperado usar para el nuevo proyecto de la liga sobre vivienda pública. A fin de adquirir experiencia para ello, se llevó la cámara con él en una visita prolongada a Puerto Rico en la primavera de este año.
Pensó que fotografiaría a amigos y vecinos, pero se enteró de que ellos, como muchos otros, habían abandonado la isla en busca de mejores oportunidades (un canto de las sirenas que históricamente ha atraído a millones a Nueva York y a otros lugares de las tierras continentales de Estados Unidos). Se le ocurrió que tal vez podría observar los efectos del desastre económico haciendo retratos de la gente que estudió y trabajó en la escuela secundaria, de la que se graduó en 1999.
“Llegué aquí y la vi abandonada, vandalizada, destruida”, dijo. “De inmediato, pensé como fotógrafo. Había elementos fotográficos como la luz y la sombra que se verían bastante bien en gran formato. Así que decidí fotografiar la escuela abandonada. Pensé que podría hacer algunos retratos en su interior. Cuando les conté mi idea a mis amigos, todo mundo decidió ayudarme”.
Las escuelas significan mucho para la gente en Puerto Rico, y la Escuela Secundaria Lola Rodríguez de Tió despertaba fuertes emociones entre los que habían pasado tiempo en ella. Su nombre hace honor a una distinguida poetisa y defensora de los derechos de las mujeres del siglo XIX; era una gran escuela que ofrecía a los estudiantes planes de estudio académicos y vocacionales, así como clases y servicios para estudiantes con necesidades especiales o discapacidades del desarrollo. Fue algo que mencionaron varios de sus modelos, a quienes les pidió que compartieran un momento o recuerdo del tiempo que pasaron en la escuela.
“Todo mundo habló de lo bonito que era”, dijo Rodríguez Pichardo. “Ver una escuela donde uno encuentra a una comunidad de estudiantes con los que nunca había estado nos enseña a compartir con los demás. Cambió las vidas de la gente”.
Entre aquellos que se beneficiaron de la atención a los estudiantes con necesidades especiales se encuentra Carlitos Juan Sierra Andino, a quien Rodríguez Pichardo fotografió en el interior de un salón abandonado.
“El programa de aquí funcionó para él”, dijo. “Se graduó y trabajó en un supermercado grande. Todo mundo lo recordaba porque lo veían en el supermercado. Cerró y ahora está desempleado. Sin embargo, el programa en la escuela hizo posible que pudiera trabajar”.
En el interior de la escuela, un ex maestro de Teatro posa frente a un escenario vacío; los libros —incluyendo uno sobre la reforma educativa— están esparcidos por el piso; un ex presidente del salón se sienta en un pupitre que alguien dejó abandonado entre la abundante maleza. Los retratos de los patriotas yacen olvidados, hay una pelota de básquetbol desinflado y abollado como un mundo medio aplastado. Desde los detalles del suelo hasta los rostros de los maestros y los estudiantes, el efecto es tranquilo y perturbador, desgarrador e irritante.
“Creo que para la gente el cierre de la escuela fue una falta de respeto”, dijo Rodríguez Pichardo. “Para ellos, la escuela era un segundo hogar. Un lugar donde además de aprender había asesores y otros que ayudaban. Para ellos verla abandonada ahora los hace sentir que al gobierno no le importa lo que le pase. Pero era importante para nosotros”.
Si el dinero se lo permite, espera regresar a Puerto Rico y fotografiar el interior de otras escuelas abandonadas, en especial en poblaciones escondidas entre las montañas. Aunque sus movimientos son limitados debido a que no tiene un brazo, el proceso lento y deliberado de usar una cámara de placa funciona a su favor. Y a pesar del desafío físico, él sigue adelante.
“Perdí un brazo”, dijo, “pero tengo la fotografía”.