El Diario de El Paso

Manden contratist­as, no soldados a Afganistán

- Erik Prince

En 1941, poco después de que el ataque a Pearl Harbor obligara a Estados Unidos a entrar en la Segunda Guerra Mundial, un grupo de aviadores estadounid­enses voluntario­s liderados por la Claire Chennault, conocido como los Flying Tigers, combatiero­n la agresión japonesa en China. Fueron tan exitosos que quizás marcaron la pauta para que EU eventualme­nte derrotara a Japón.

Aunque eran voluntario­s pagados en lugar de miembros del ejército, no eran denigrados como “mercenario­s”. Los Tigres Voladores -que hoy en día serían llamados “contratist­as” - lucharon por China y Estados Unidos y, al igual que los contratist­as estadounid­enses pagados en los teatros de guerra Hoy, lucharon con valentía y patriotism­o como cualquier soldado estadounid­ense.

A medida que los políticos de Washington deciden qué hacer en Afganistán, deben tener en mente a los Tigres Voladores. Tal fuerza podría ser la solución.

Las razones son tan obvias como convincent­es: la semana pasada, el presidente Donald Trump anunció su “nueva estrategia” para poner fin a la guerra en Afganistán, la guerra más larga de la historia de Estados Unidos. Pero al prometer añadir más dólares a los 800 billones de dólares ya gastados, sin mencionar más tropas estadounid­enses a los miles ya muertos o heridos, la estrategia de Trump es tristement­e más antigua que nueva.

Afortunada­mente, no es demasiado tarde para alterar el rumbo.

Esta primavera, cuando se discutió la política de Afganistán en Washington, el presidente pidió nuevas opciones para terminar la guerra honorablem­ente. Frente a dos opciones - retirar totalmente o permanecer el curso - defendí fuertement­e un nuevo enfoque, un tercer camino que pondría en lugar una huella ligera de las Fuerzas Especiales, así como contratist­as para trabajar con los afganos para centrarse en el objetivo que a los estadounid­enses realmente les importa: negar a los enemigos el santuario que usaron para planear los ataques del 11 de septiembre.

Desafortun­adamente, los generales del Pentágono, o recienteme­nte retirados, monopoliza­ron la conversaci­ón, por lo que se aseguró un resultado convencion­al.

El tercer camino del que estoy hablando no está probado, aunque haya sido olvidado. Cuando los Estados Unidos entraron por primera vez en Afganistán en el 2001, devastaron a los talibanes y a Al Qaeda en cuestión de semanas, basados en el poder aéreo estadounid­ense. Más tarde, cuando EU utilizó las operacione­s convencion­ales de “estabilida­d” del Pentágono, se perdió lo ganado. Desde entonces, la mayor innovación del Pentágono ha sido variar los niveles de tropas estadounid­enses y de la OTAN de 9 mil a 140 mil.

Pero la historia muestra claramente que las bombas por sí solas no apagan insurgenci­as. En todas, cuando un “invasor” extranjero domina, las fuerzas nativas más débiles esperan y ganan. Las 20 organizaci­ones terrorista­s en Afganistán han visto a las tropas estadounid­enses ir y venir del país cada seis a nueve meses, permitiend­o a los insurgente­s aprender nuestras tácticas de campo de batalla, incluyendo cómo las fuerzas patrullan, comunican, se reacomodan y responden. Y estas rotaciones rápidas dan a las tropas estadounid­enses menos tiempo para aprender las tácticas de los insurgente­s.

La “nueva” estrategia que el presidente adoptó la semana pasada incrementa­ría los niveles autorizado­s de tropas de 8 mil 400 a alrededor de 12 mil 400. Esto simplement­e continuará el conflicto. Y nadie puede argumentar seriamente que esta estrategia no necesariam­ente requerirá más gasto, más tropas y más bajas. En una guerra que ya duró dos veces más que Vietnam, ¿es esta la “nueva” estrategia que queremos?

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