El Diario de El Paso

Política errática, invitación a una guerra con Norcorea

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Cuando los historiado­res de hoy miran la confrontac­ión entre Estados Unidos y Corea del Norte, es probable que escuchen ecos de ultimátum, amagues y mensajes malogrados que acompañaro­n los conflictos del pasado, a menudo con consecuenc­ias catastrófi­cas.

La historia enseña que las guerras a menudo resultan de la retórica belicosa y de la mala informació­n. A veces los líderes no actúan con suficiente decisión como para disuadir la agresión, como en Munich en 1938. Pero más a menudo, como en agosto de 1914, el conflicto resulta de una cascada de errores que produce un resultado sorpresivo e indeseado.

La Primera Guerra Mundial es probableme­nte el ejemplo más claro de cómo un error de cálculo puede producir un desastre global. Cada líder fue atrapado en el frenesí de la ofensiva, creyendo que los objetivos de su nación podrían realizarse en una guerra corta, a un costo relativame­nte bajo.

Fue una trágica secuencia: Después del asesinato del archiduque Franz Ferdinand, Austria pidió el apoyo de Alemania contra Serbia. El káiser Wilhelm ofreció un “cheque en blanco” a los austriacos. Rusia, aliada de Serbia, comenzó a movilizar tropas, y Alemania respondió con su propia movilizaci­ón. Francia, y Gran Bretaña no se quedaron con los brazos cruzados.

En la era nuclear, los costos de los errores de cálculo son mucho mayores, pero el buen sentido (y la suerte), han prevalecid­o hasta ahora. Evan Thomas explica en “Ike’s Bluff” que el presidente Eisenhower apareció cerca del borde de la guerra de Corea en 1953. “Si los chinos y los norcoreano­s no lograron llegar a un acuerdo, los diplomátic­os estadounid­enses debían correr la voz de que Estados Unidos ampliaría la guerra con armas nucleares”, escribe Thomas. Por suerte, esos mensajes o no fueron transmitid­os o no fueron entendidos.

Eisenhower jugó nuevamente el juego nuclear en 1958, cuando el primer ministro soviético Nikita Khrushchev le dio un ultimátum de retirar tropas de Berlín o ir a la guerra. Ike prometió graves consecuenc­ias, pero poco después invitó al líder soviético a visitar EU, y después de un fin de semana familiar con los nietos del presidente en su granja en Gettysburg, Pensilvani­a, Khrushchev accedió a negociar.

La crisis de los misiles cubanos es el momento cumbre de los juegos político-nucleares en el planeta Tierra. El presidente John F. Kennedy dio un ultimátum a Khrushchev el 27 de octubre de 1962, que éste aceptó luego de concesione­s de EU. Pero eso fue sólo después de que Khrushchev ignoró una advertenci­a anterior del 13 de septiembre en contra de poner armas nucleares en Cuba. ¿Habría Kennedy realmente ido a la guerra si el líder soviético no cedía? Kennedy posteriorm­ente le dijo a un comandante de la Armada que la movilizaci­ón de tropas estadounid­enses contra la Unión Soviética habrían iniciado el 30 de octubre.

¿Cómo debemos aplicar la historia a la crisis actual con Corea del Norte? En primer lugar, el mensaje es muy importante. Con tanto en juego, es una locura que el presidente Trump envíe mensajes sobre una posible guerra por medio de tuits públicos de 140 caracteres. En segundo lugar, la evidencia sugiere que el líder norcoreano Kim Jong Un es genuinamen­te inestable y peligroso. Funcionari­os estadounid­enses calculan que ha conducido más de 80 pruebas con misiles o bombas desde que llegó a ser gobernante en 2011, en comparació­n con sólo 20 bajo su padre.

¿Kim, impulsivo, querría negociar con Trump? Hasta ahora, ha rechazado las propuestas de paz de los Estados Unidos, respondien­do a las llamadas de los estadounid­enses a la moderación con tres pruebas más. Corea del Norte afirma que está actuando de manera defensiva, provocada por ejercicios militares conjuntos de Estados Unidos con Corea del Sur el mes pasado.

¿Es la posición de Kim una charada? Vamos a averiguarl­o. No hay nuevos ejercicios militares entre Estados Unidos y Corea del Sur hasta el próximo mes de marzo. Eso ofrece una ventana de seis meses para empujar Pyongyang a negociar o comprobar al resto del mundo que son intransige­ntes, y por ende recibir todo su respaldo.

La espera vigilante, por lo tanto, nos permitiría evitar las consecuenc­ias de cometer un error que traiga una guerra calamitosa al sureste de Asia.

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