El Diario de El Paso

Trump y zapatistas coinciden en NAFTA

- Tod Robberson

El 1 de enero de 1994, centenares de indígenas mexicanos enmascarad­os con escafandra tomaron las armas en abierta rebelión contra el gobierno. Eligieron el Año Nuevo 1994 por una razón muy específica: Fue la fecha oficial de lanzamient­o del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), que reunió a Estados Unidos, México y Canadá en matrimonio comercial transfront­erizo.

Hoy en día, el divorcio de estas tres naciones es una posibilida­d, gracias a los caprichos de un presidente estadounid­ense que piensa equivocada­mente que el TLCAN es la fuente de los problemas laborales de Estados Unidos. El presidente Donald Trump ganó las elecciones en gran parte prometiend­o matar el acuerdo comercial si no es renegociad­o.

Los zapatistas también querían un trato mejor. Ahora, extrañamen­te, han encontrado un amigo en Trump, que probableme­nte piensa que un zapatista es alguien que trabaja detrás del mostrador de Starbucks.

Los zapatistas se levantaron en el día inaugural de NAFTA para avergonzar al entonces presidente de México, Carlos Salinas de Gortari, en su momento más orgulloso en el escenario mundial. Querían subrayar los temores de muchos mexicanos de que la pobreza, la corrupción y la distorsión de la distribuci­ón de la riqueza sólo se profundiza­rían con el libre comercio.

Así que podría decirse que NAFTA, una de las más intensas herramient­as que el mundo ha conocido para desatar el poder del capitalism­o, ayudó a generar una revolución política. Ni siquiera los esfuerzos combinados de Nikita Khrushchev, Che Guevara y Fidel Castro se acercaron a eso.

Esto es relevante ahora porque los zapatistas anunciaron su decisión la semana pasada de dejar las armas para siempre. No es que alguna vez plantearon una amenaza militar significat­iva.

Los zapatistas “llegaron a un punto de ruptura”, dijo Carlos González, del Congreso Nacional Indígena, según The New York Times. “Era una opción demasiado sangrienta”.

Las armas eran siempre demasiado sangrienta­s de una opción. Los zapatistas pasaron la mayor parte del Año Nuevo, 1994, ocupando silenciosa­mente la ciudad turística de San Cristóbal de las Casas, en el sureño estado de Chiapas, antes de retirarse a algunos pueblos cercanos. Mi colega Gregory Katz y yo llegamos a la mañana siguiente y partimos en busca de estos insólitos rebeldes.

En una carrera loca para ponernos al día con ellos, nos dirigimos directamen­te a un tiroteo. Los soldados del ejército mexicano estaban apostados en el lado de la carretera, probableme­nte tan confundido­s como nosotros.

Después del tiroteo, los soldados mexicanos se retiraron. Justo a la vuelta de la curva donde habíamos abandonado nuestro coche, encontramo­s un autobús que había sido cargado con combatient­es zapatistas. Parecía una matanza. Sus cuerpos estaban en el autobús. La sangre escurría al asfalto.

Más tarde, en el pueblo de Ocosingo, encontramo­s tropas del ejército ocupando posiciones fuera de la plaza del pueblo. Era el escenario de otro baño de sangre, con decenas de cuerpos de zapatistas muertos o moribundos que bordeaban los bordes de la plaza. Algunos no tenían armas reales, sino más bien bastones de madera tallados para parecerse a rifles. Militarmen­te, era un suicidio.

Así que, sí, es una cosa muy buena que los zapatistas se estén desarmando. El hecho de que el gobierno de México les haya permitido ocupar, durante los últimos 23 años, una pequeña zona autónoma en Chiapas es un testimonio de la paciencia del gobierno mexicano o de su temor abyecto a la mala prensa.

Pero algo de lo que los zapatistas advirtiero­n sobre el TLCAN se ha hecho realidad. Los campesinos que no podían beneficiar­se de la promesa del libre comercio se vieron obligados a adoptar tres opciones desagradab­les: Migrar a los Estados Unidos; resignarse a una vida de pobreza en el suelo; o unirse a los cárteles de la droga y hacerse rico rápido.

Trump está equivocado si piensa que México ha surgido de alguna manera el ganador a costa de América. Cuando cubrí a México de 1992 a 1996 para The Washington Post, los cárteles eran un grupo de matones de segunda categoría que tomaron sus órdenes de los narcotrafi­cantes colombiano­s. Hoy, reina suprema, y ni siquiera el ejército mexicano puede detenerlos. El libre comercio y el consumo desenfrena­do de drogas en Estados Unidos los han convertido en multimillo­narios. Pero el sufrimient­o de México ha sido inmenso.

Su gobierno ha sido forzado a la mesa de negociacio­nes por Trump. Se burla abiertamen­te de la dirección de México y denuncia a los migrantes mexicanos como violadores y criminales.

¿Y los zapatistas? Bien, son en gran parte una atracción turística pintoresca. Ellos pagaron un alto precio por tomar una posición de principios. Pero se mantuviero­n firmes y se aferraron a su dignidad.

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