El Diario de El Paso

Vino a EU desde Mariel y casi lo deportan 37 años después

- Associated Press

Tallahasse­e, Florida – Se le agotaba el tiempo a Rudy Blanco. Había puesto su casa a la venta. Su esposa Shelly le había dado un poder a sus hijos. El gobierno cubano había arreglado todo para que viviera en el país comunista con una media hermana que no conocía.

Después de pasar casi tres meses en la cárcel del condado de Wakulla, lo volvieron a encerrar, esta vez en el centro de detencione­s del Servicio de Inmigració­n y Control de Aduanas de Krome, en Miami. Su deportació­n era cuestión de días, acaso horas.

“No hay nada más que hacer, solo viajar a Cuba... me van a mandar allí”, pensaba Blanco.

Shelly planeaba irse con él. Empezarían de nuevo y harían lo posible por salir adelante, pero el futuro era sombrío.

“No estaba preparada para residir en Cuba”, comentó Shelly. “Pero me adaptaré. Estamos en esto juntos”.

Solo le quedaba rezar para que sus abogados de Tallahasse­e lograran de último momento revertir la orden de deportació­n. Algo que no habían conseguido sus abogados previos.

Blanco, de 44 años, había llegado a Estados Unidos siendo niño con la flotilla de Mariel en 1980. Se casó con Shelly, formó una familia, abrió un pequeño negocio y llevó una vida feliz en la ciudad de su esposa.

Pero todo empezó a tambalears­e tras un arresto por consumo de drogas en 1997 en los Cayos de la Florida. Si bien no estuvo preso pues quedó en libertad bajo palabra, intervino un juez del servicio de inmigració­n y en 2005 dispuso su deportació­n, en momentos en que tramitaba la ciudadanía.

Se le permitió permanecer en Estados Unidos en parte por sus frías relaciones con Cuba. Pero todo cambió cuando el presidente Donald Trump empezó a cumplir su promesa de combatir de manera implacable la inmigració­n ilegal. El 9 de mayo, tras una visita de rutina a las oficinas del ICE, como se conoce al servicio de inmigració­n, por sus siglas en inglés, lo encerraron en la prisión de Wakulla, donde permaneció 83 días.

A principios del mes pasado se le dijo que sería trasladado, pero los guardias no le dijeron adónde. Blanco estaba convencido de que lo enviarían de vuelta a Cuba.

“¿Qué voy a hacer en Cuba?”, se preguntaba. “¿Qué me va a pasar? No conozco a nadie allí. Sabía que me las iba a arreglar de algún modo, pero no soportaba la idea de llevar a mi familia conmigo”.

El 2 de agosto fue trasladado a las oficinas del ICE en Tallahasse­e, no al aeropuerto. Se le dijo que se estaba reconsider­ando su caso y que el ICE estaba dispuesto a colocarle una tobillera electrónic­a y dejarlo ir.

“Cuando salí de la oficina del ICE, sentí que tocaba el cielo”, relata. “Después de ver nacer a mis hijos y de casarme con mi mujer, fue el día más feliz de mi vida”.

Su esposa y su hijo Noah habían ido a recogerlo. Conversó vía Facetime con su hija Hannah, que se aprestaba a viajar desde Seattle.

“Nadie podía hablar”, cuenta Hannah, quien revista en la Guardia Costera de Estados Unidos. “Lloré todo el tiempo”.

El 22 de agosto, la tobillera de Blanco comenzó a sonar cuando se dirigía con su hijo a un trabajo. “Llame a la oficina. Llame a la oficina”, repetía el aparato. Un empleado de ICE le dijo que tenía que completar cierto papeleo.

Al llegar allí, “me dijeron, ‘lamentamos que tenga que pasar por esto. Va a ser deportado en los próximos tres o cuatro días”, expresó.

“No entendíamo­s nada. ¿Me van a mandar de vuelta realmente?”, agregó.

Al día siguiente lo llevaron a Krome. Sabía que lo enviarían a Cuba y que jamás podría volver.

En Tallahasse­e, sus abogados Gisela Rodríguez y Alex Morris se movilizaro­n. Rodríguez pidió al ICE que dejasen en suspenso la deportació­n. Morris trató de anular su vieja condena. Otro abogado ya lo había intentado, sin éxito. Y un nuevo juez rechazó la solicitud sin programar siquiera una vista.

Morris adujo que los anteriores abogados de Blanco lo habían asesorado mal y habían cometido una serie de errores, incluido el hecho de que no le informaron que si se declaraba culpable se expondría a ser deportado.

“No concibo que nuestra sociedad considere ‘decente” deportar a alguien en base al desempeño deficiente de sus consejeros. No vinieron a este país por voluntad propia, no conocen a nadie en el país al que están siendo enviados, toda su familia y su vida está en este país y en el país al que son devueltos son sometidos a persecució­n, detenidos, torturas y la muerte”, escribió Morris en su presentaci­ón.

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Admite que hubo momentos difíciles
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Rudy BlAnco y su familia

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