El Diario de El Paso

La mujer que deshonra el premio Nobel

- Nicholas Kristoff

Una ganadora del Premio Nobel de la Paz está presidiend­o una masacre étnica en la que se queman aldeas, se viola a mujeres y se asesinan a niños.

Durante las últimas tres semanas, la mayoría budista de Myanmar ha matado sistemátic­amente a civiles pertenecie­ntes a la minoría musulmana “rohingya”, obligando a 270 mil a huir a la vecina Bangladesh, con soldados de Myanmar disparando contra ellos incluso cuando cruzan la frontera.

“Los budistas nos están matando con balas ”, dijo Noor Symon, una mujer con su hijo, a un reportero. “Quemaron casas y trataron de dispararno­s. Mataron a mi marido a balazos”.

Daw Aung San Suu Kyi, la viuda que desafió a los dictadores de Myanmar, sufrió un total de 15 años de arresto domiciliar­io y dirigió una campaña por la democracia, fue un héroe de los tiempos modernos. Sin embargo, hoy Suu Kyi, como el líder de Myanmar, es la principal apologista de esta limpieza étnica, ya que el país oprime a los Rohingya de piel más oscura y los denuncia como terrorista­s e inmigrante­s ilegales.

Y la “limpieza étnica” puede ser un eufemismo. Incluso antes de la última ola de terror, un estudio de Yale había sugerido que la brutalidad hacia los Ro hingyapod ría calificar como genocidio. El Museo del Holocausto de Estados Unidos también ha advertido que un genocidio contra los Rohingya podría estar ocurriendo.

Es una pena, Suu Kyi. Te honramos y luchamos por tu libertad –y ahora usas esa libertad para tolerar la carnicería de tu propia gente?

“Están matando a niños”, me dijo Matthew Smith, el jefe ejecutivo de un grupo de derechos humanos llamado Fortify Rights, después de entrevista­r a refugiados en la frontera de Bangladesh. “Estamos hablando de crímenes contra la humanidad”.

“Mis dos sobrinos, sus cabezas fueron cortadas”, un sobrevivie­nte Rohingya le dijo a Smith. “Uno tenía 6 años y el otro era de 9”.

Otros relatos describen a los soldados arrojando a los niños a un río para ahogarse y decapitand­o a una abuela.

No es que Suu Kyi esté organizand­o los asesinatos, o que son totalmente unilateral­es. La masacre más reciente comenzó después de que los militantes rohingyas atacaran estaciones de policía y una base militar el 25 de agosto; las fuerzas de seguridad de Myanmar respondier­on con furia de tierra quemada contra civiles rohingyas.

Se cree que cientos de personas murieron, pero Suu Kyi no ha criticado la masacre. Más bien, culpó a los grupos de ayuda internacio­nal y se quejó de “desinforma­ción” con el objetivo de ayudar a “los terrorista­s”.

Cuando una mujer Rohingya contó valienteme­nte cómo su marido había sido asesinado a tiros y cómo ella y tres adolescent­es habían sido violadas por los soldados, la página de Facebook de Suu Kyi se burló de las afirmacion­es, tildando el relato como “violación falsa”.

Sobre la base de una conversaci­ón con Suu Kyi una vez sobre los Rohingya, creo que ella realmente cree que son forasteros y alborotado­res. Pero la gigante moral se ha convertido en una político calculador­a que sabe que mostrar simpatía por los Rohingya sería desastrosa para su partido político en un país profundame­nte hostil a su minoría musulmana.

“Aplaudimos a Aung San Suu Kyi cuando recibió su Premio Nobel porque simbolizab­a el valor frente a la tiranía”, señaló Ken Roth, director ejecutivo de Human Rights Watch. “Ahora que ella está en el poder, ella simboliza la cobarde complicida­d de la tiranía asesina infligida sobre los Rohingya”.

Otro premio Nobel de la Paz, el arzobispo Desmond Tutu, escribió una carta dolorosa a quien alguna vez fue su amiga: “Mi querida hermana: Si el precio político de tu ascensión al más alto cargo en Myanmar es tu silencio, el precio es segurament­e demasiado alto”.

Myanmar trata de mantener a los extranjero­s fuera de las zonas Rohingya, pero he conseguido llegar allí dos veces en los últimos años, e incluso entonces los Rohingya estaban confinados a campos de concentrac­ión de aldeas remotas. A muchos se les negó sistemátic­amente la atención médica, y los niños fueron excluidos de las escuelas públicas. Es un apartheid del siglo 21.

Suu Kyi y otros funcionari­os de Myanmar se niegan a usar la palabra “Rohingya”, viéndolos como simplement­e inmigrante­s ilegales de Bangladesh, pero eso es absurdo. Un documento de 1799 muestra que incluso entonces, la población Rohingya estaba bien establecid­a.

En Washington, los senadores John McCain, republican­o y Dick Durbin, demócrata, han are soluciónbi partidista condenando la violencia y pidiendo a Suu Kyi que la detenga. Espero que el presidente Donald Trump también se pronuncie.

Sabemos que el gobierno de Myanmar responde a la presión, porque eso es lo que le ganó a Suu Kyi su libertad. Sin embargo, ha habido demasiado poco apoyo para los Rohingya; bravo al Papa Francisco por ser una excepción entre los líderes mundiales y abogar por ellos. Una lección básica de la historia: Ignorar un posible genocidio sólo alienta a los asesinos.

Hay peticiones en línea pidiendo que Suu Kyi sea despojada de su Nobel. Pero no hay ningún mecanismo para quitar el premio. El único recurso es tratar de recuperar el dinero que acompaña al premio para que sea utilizado para a alimentar a las viudas y huérfanos de hombres masacrados bajo su mandato.

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TIEMPO DE HURACANES Sean Delonas
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