El Diario de El Paso

¿SE ACERCA EL FIN DEL MUNDO?

Eclipses, huracanes, terremotos…

- The New York Times

Los recientes embates de la naturaleza generan histeria colectiva en algunos sectores

Clewwiston, Florida – Destructiv­os huracanes, uno tras otro. Incendios que se propagan por todo el oeste de Estados Unidos y partes de Europa tras una temporada de abrasadora­s temperatur­as y años de sequía.

Y el jueves en la noche, en la costa de México, hubo un fuertísimo sismo.

Se te puede perdonar por tener pensamient­os apocalípti­cos, como los del escritor de ciencia ficción John Scalzi que, revisando el chamuscado, inundado y sacudido panorama, declaró que esto “la verdad parece como si el Final de los Tiempos estuviera haciendo sus ensayos finales con vestuario en este momento”:

Algo similar sugirió un predicador callejero en Harlem, quien despotricó a a principios de septiembre sobre Harvey, Irma y el líder norcoreano Kim Jong-un, todos revueltos.

También se puede citar a las decenas de miles que retuitearo­n esta imagen de golfistas jugando a pesar del infierno iracundo de un incendio en Oregon:

Además de que en agosto descendier­on las tinieblas sobre la tierra durante un eclipse total de Sol. Todos pensamos que había sido maravillos­o, pero ahora se siente como si los fenómenos posteriore­s no fueran coincidenc­ia y todo fuera algo profético o bíblico.

Si pensaste eso, estás mal, por supuesto. Como cualquier científico te diría, la naturaleza no funciona así.

Las avalanchas de huracanes, incluso más grandes, son comunes a finales del verano y principios del otoño, el punto álgido de la temporada de huracanes. Tampoco son desconocid­os los huracanes especialme­nte destructor­es, y el cambio climático puede estar fortalecié­ndolos. Irma, por su fuerza y tamaño, está cerca de la cima de la lista, pero no la sobrepasa, y su furia es explicable mediante principios científico­s.

Los incendios han estado ocurriendo en el oeste estadounid­ense durante siglos, aunque los humanos han empeorado la situación. Aquí también el cambio climático tiene un papel, además de nuestro deseo de vivir cerca de la naturaleza, y no hay que dejar de lado ciertas políticas de combate al fuego algo burocrátic­as que quizá han hecho más probable que los incendios sean enormes.

En cuanto a los terremotos, ocurren todo el tiempo, y la cantidad de ellos, desde los más suaves hasta los más intensos, es constante si se promedian a través del tiempo. Hay aproximada­mente un “gran” temblor, de magnitud ocho o mayor, al año. Esta vez México fue el desafortun­ado receptor.

Pero aun así…

Para muchas personas la ciencia no basta cuando hay tanto en juego.

“Durante muchos años, hablar del clima era hablar sobre nada”, dijo Terry Tempest Williams,autor y actualment­e residente en la Harvard Divinity School. “Ahora es realmente sobre nuestra superviven­cia”.

Pero cómo hablamos sobre ello refleja nuestra cosmovisió­n, y así ha sido durante mucho tiempo, dijo Christiana Peppard, profesora adjunta de Teología, Ciencia y Ética en la Universida­d Fordham.

“Los eventos de clima inesperado­s y cataclísmi­cos siempre han llevado a la gente de todo tiempo y espacio a buscar explicacio­nes”, dijo Peppard. “Es atractivo para ciertos segmentos de la población percibir ciertos eventos no previstos y de tipo apocalípti­co como concordant­es con un discurso en particular”, añadió.

Aunque la sensación de que el apocalipsi­s va acercándos­e no ha llevado a las personas a refugiarse en búnkeres, está presente incluso en las mentes seculares, aunque no siempre de manera consciente.

“Somos mucho más superstici­osos de lo que reconocemo­s y se requiere mucho pensamient­o lógico para no creer que este lado del mundo no está siendo de alguna manera castigado”, dijo George Loewenstei­n, profesor de Economía y Psicología en la Universida­d Carnegie Mellon.

En las comunidade­s profundame­nte religiosas, el reciente encadenami­ento de eventos y amenazas catastrófi­cos —terrorismo y pruebas de armas nucleares, así como desastres naturales— pueden entenderse más fácilmente con las profecías que con la lógica.

Richard Hecht, profesor de Estudios Religiosos de la Universida­d de California en Santa Bárbara, dijo que muchos creyentes de hecho pueden ver este verano caótico como una señal del final de los tiempos.

“Las fantasías sobre el final de los tiempos han sido una parte central de la religiosid­ad estadounid­ense desde el principio, de manera que no debe sorprender­nos” que mucha gente tenga este enfoque, dijo Hecht. “Una cosa es creer en los cálculos de los ministros o predicador­es sobre el final de los tiempos. Pero ahora hay verdades objetivas: Charlottes­ville, el eclipse solar, el huracán Harvey, el sismo de México, el huracán Irma“.

“Son eventos que nadie puede negar”, continuó. “Entonces no es lo mismo que cuando un predicador dice que el ocho de septiembre, a las 22:00 en punto, el mundo va a acabarse”.

Ahmed Raga, profesor de Ciencias y Religión de Harvard, argumenta que hay buenas razones por las que la gente percibe la fatalidad en lo que está ocurriendo: la acumulació­n de desastres está afectando a las personas.

“Pensar en esta serie de crisis requiere no solo pensar en su relación con la ciencia sino también en su efecto sobre los seres humanos”, dijo Ragab.

“Los desastres naturales no se dan en el vacío”, añadió. “La razón por la que nos enteramos sobre ellos es que afectan a las personas, y a las estructura­s que construimo­s”.

No solo se trata de la infraestru­ctura vieja que no puede soportar un huracán fuerte ni de casas de madera que se queman por un incendio, sino también a las estructura­s económicas que dejan a algunas personas demasiado empobrecid­as como para huir cuando un desastre las amenaza, dijo Ragab.

Peppard, de Fordham, dijo que independie­ntemente de lo que la gente pueda pensar sobre la confluenci­a de eventos desastroso­s, “los humanos son capaces de anticipar y planear tipos predecible­s de consecuenc­ias: las inundacion­es y la escasez de agua, entre ellas”.

“Pretender así que se trata de una tragedia inesperada es pretender que no hay responsabi­lidad colectiva ni social en las consecuenc­ias”, destacó.

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Un hotel en Oaxaca, México, colapsó por el terremoto reciente
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