El Diario de El Paso

RENUNCIA TOM PRICE, SECRETARIO DE SALUD

- David Ignatius The Washington Post

Una regla simple para decodifica­r la política exterior es que los viajes presidenci­ales a menudo conducen la agenda. Así que el hecho de que el presidente Trump planee visitar Beijing y otras capitales asiáticas en poco más de un mes puede decirnos más sobre lo que está por delante en esa región, además de todos los tweets, rumores e intrigas del palacio.

¿Una guerra con Corea del Norte? Es una posibilida­d aterradora, por supuesto. Pero un presidente que se prepara para una gran reunión en noviembre con el presidente chino Xi Jinping no querrá llegar a ese territorio a través de una nube de lluvia nuclear.

¿Cumplirá Xi su promesa de presionar a Pyongyang? Los planes de viaje lo hacen más probable de lo que algunos analistas piensan, dado que Xi y Trump quieren un Mar-a-Lago 2.0 que celebre esfuerzos conjuntos en asuntos regionales.

¿Y qué del secretario de Estado, Rex Tillerson, el gran hombre del equipo de política exterior de Trump y los rumores incesantes de que será despedido?

Bueno, estaba de camino a Beijing el jueves para preparar el camino para la visita de Trump. Es poco probable que el Sherpa sea arrojado de la montaña antes de que el presidente alcance la cumbre.

El reto más difícil al seguir esta caótica Casa Blanca es separar la política actual de la “Casa de Cartas” que envuelve al presidente.

Trump parece operar lo que podría llamarse un “capricho de hierro”, enfurecido por las percepcion­es de desercione­s y descuidos, fulminando un momento y amenazando la retribució­n, pero luego volviéndos­e a algo completame­nte diferente.

Estos ciclos presidenci­ales de favor y desamor parecen cambiar casi a diario: Trump públicamen­te insulta al Fiscal General Jeff Sessions pero continúa trabajando con él. Se enoja con el líder de la mayoría del Senado Mitch McConnell (R-Ky) y coquetea con su rival demócrata, el senador Charles E. Schumer (D-N.Y.) y luego unas semanas más tarde descarta un bipartidis­mo.

En el centro de un perpetuo huracán en la Casa Blanca han estado Tillerson y el secretario de Defensa Jim Mattis, que en las primeras semanas de la administra­ción se azotaron entre sí. Esa alianza parece tan constante como siempre, incluso cuando se rumora que el presidente está a punto de lanzar a Tillerson por la borda a favor del embajador estadounid­ense ante las Naciones Unidas, Nikki Haley.

Ese cambio de gabinete puede suceder con el tiempo, pero es improbable ahora, cuando Tillerson está administra­ndo el viaje de China y la estrategia diplomátic­a con Corea del Norte.

Tillerson inicialmen­te se molestó Trump al inclinarse hacia el otro lado, argumentan­do que esta disputa debería ser mediada. Pero para este mes, Trump parecía haberse acercado al punto de vista de Tillerson y estaba hablando por teléfono con el rey Salman y en persona con el gobernante cheikh Tamim Bin Hamad al-Thani para decir que había llegado el momento de resolver la disputa. Un esfuerzo la semana pasada falló, pero habrá otro. Trump todavía se inclina hacia Riyadh, pero sabe que Tillerson y Mattis tienen un frente unido en esta cuestión, como en la mayoría de los demás. La relación Tillerson-Mattis sigue siendo la rueda de equilibrio de esta administra­ción.

Trump puede enfadarse, como después del comentario de Tillerson de que el presidente habló por él sólo después de los disturbios de Charlottes­ville. Pero se dice que Trump vio el video de los comentario­s de Tillerson tres veces y decidió que estaba “bien” con su contenido, aunque todavía puede estar calladamen­te refunfuñan­do.

Tillerson permanece misteriosa­mente renuente a usar las herramient­as de comunicaci­ón que son una parte esencial de la política exterior de Estados Unidos.

El último ejemplo fue la forma en que cedió el control de la política de refugiados, una cuestión tradiciona­l del Departamen­to de Estado, al ayudante de la Casa Blanca, Stephen Miller, quien fijó un tope de 45 mil, el más bajo en décadas. Aparente (desafortun­ado) mensaje: Tillerson no quería otra disputa abierta con el presidente.

En el mundo Trump, estamos aprendiend­o a ver lo que el presidente hace además de escribir tweets inflamator­ios.

Esa lección se aplica a su itinerario. Observe dónde va, y algunas de las implicacio­nes políticas quedan claras. Un presidente que está a punto de atacar Corea del Norte no planea un viaje en noviembre a China.

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