Pie robado a estatua refleja división sobre símbolos de la conquista
Fue hurtado hace 20 años; representa la tensión entre la población hispana y los indígenas de pueblos nativos
ALa figura misteriosa apareció durante el crepúsculo en el punto de reunión en un claro de árboles de piñón. Abrió su mochila y sacó un botín oculto durante 20 años: el pie derecho de bronce, con espolón y estribo, mutilado de una estatua de Don Juan de Oñate, el despótico conquistador de Nuevo México.
“Los tributos a los criminales de nuestra historia parecer estar atrayendo un poco de atención actualmente”, dijo quien se describió a sí mismo como ladrón de pies, vestido con gafas de sol, un pañuelo de kufiyya para la cabeza y un sombrero blando para pescar. “Estoy de regreso para mostrarle a la gente que Oñate y sus simpatizantes deberían estar avergonzados”.
Su apariencia sombría y su conversación belicosa parecían más apropiados para un chismorreo de cafetería que para un sabotaje político de verdad, pero para muchos en Nuevo México y en otras partes, la amputación tiene mucho significado.
El misterio del pie perdido de Oñate ha perdurado desde la década de 1990, y ha alimentado una tensión que se ha gestado durante mucho tiempo entre la población hispana y los indígenas de pueblos nativos de Estados Unidos. Y justo ahora que las ciudades, estados y universidades han estado lidiando con los monumentos de la Confederación, las riñas en torno a la estatua de Oñate reflejan un cuestionamiento más amplio en todo el país sobre los símbolos que hacen referencia a la conquista de los indígenas americanos.
El 8 de octubre, un grupo de manifestantes en Santa Fe irrumpieron en una representación del regreso de las fuerzas españolas a Nuevo México en 1692 después de una rebelión por parte de los aldeanos anasazi. En California, los activistas han desfigurado en repetidas ocasiones estatuas de Junípero Serra, un fraile franciscano del siglo XVIII que, según los detractores, erradicó culturas indígenas y provocó que muchos murieran debido a enfermedades.
En la ciudad de Nueva York, una estatua de Cristóbal Colón en Central Park fue destrozada, y la portavoz del ayuntamiento de la ciudad, Melissa Mark-Viverito, incluso ha sugerido que se quite la estatua del explorador en la plaza de Columbus Circle.
En días recientes en Nuevo México, Oñate surgió de nuevo como un blanco de escarnio, cuando el pueblo de Alcalde despertó para encontrar que el pie izquierdo de la estatua estaba pintado de rojo y las palabras “Remember 1680” —el año del levantamiento anasazi— habían sido escritas en el muro del monumento. Y en el último giro de esta historia, el hombre que dice haber robado el pie de Oñate decidió salir de su escondite.
Hace veinte años, manifestándose contra las próximas celebraciones del aniversario número 400 del primer asentamiento español en lo que ahora es el oeste estadounidense, algunos operativos de un grupo sombrío llamado los Amigos de Acoma se pusieron como objetivo la imponente estatua que honra a Oñate.
Durante las madrugada del 29 de diciembre de 1997, desprendieron el pie con una sierra, y desataron un debate en torno a las atrocidades de Oñate. Mientras que algunos en Nuevo México admiran al conquistador en baladas y celebraciones, otros están reexaminando la brutalidad de la conquista de Oñate.
Los académicos han documentado cómo Oñate supervisó atrocidades que incluyeron el asesinato de 800 personas en el pueblo de Acoma, un conjunto de casas de adobe en lo alto de una meseta de piedra arenisca de 109 metros de alto, donde aún vive la población acoma actualmente. Decenas de chicas acoma fueron repartidas para llevarlas a conventos en Ciudad de México, y los adolescentes fueron sentenciados a décadas de servidumbre. Se dice que Oñate ordenó, en un infame acto de crueldad, que sus hombres les cortaran uno de sus pies por lo menos a 24 hombres cautivos.
El robo del pie ya resuena entre los académicos y escritores que han explorado las ramificaciones del acto. Maurus Chino, de 63 años, un artesano acoma, dijo: “La estatua de Oñate simplemente es racista y obscena”.
“Cuando cortaron el pie, no escuché que una sola persona de los acoma estuviera en desacuerdo”, dijo Chino. “Si no pueden quitarse monumentos como estos, quizá es hora de que corten algunos pies más”.
Sin embargo, otros argumentan que las críticas a la estatua provocan desacuerdos entre pueblos que han vivido el uno al lado del otro durante siglos, a veces en discordia, pero a menudo casándose entre sí.
Para algunos hispanos, las estatuas de Oñate y otros conquistadores representan sus propios símbolos de resistencia ante el dominio que los anglosajones han ejercido frecuentemente en Nuevo México desde el siglo XIX. Emilio Naranjo, quien fue un poderoso líder del Partido Demócrata en la región, aseguró fondos para construir la estatua en la década de 1990 como parte de un proyecto para honrar la cultura hispana. Después del desmembramiento, su escultor, Sonny Rivera, creó un pie de repuesto para Oñate con un costo para los contribuyentes de 10.000 dólares, y lo soldaron en la estatua.
Thomas Romero, director ejecutivo de la Northern Rio Grande Heritage Area, cuya oficina está en el mismo complejo que la estatua, incluso se pregunta si la crueldad de Oñate se había exagerado un poco. Romero especula acerca de si los hombres de Oñate pudieron haber infligido represalias cortando dedos en vez de pies.
“Algunas personas han señalado que habría sido estúpido cortarles un pie completo a personas que iban a ser tus sirvientes”, dijo Romero. Aun así, arguyó que la discusión recrudecida en torno a la estatua demuestra por qué las complejidades de la época de Oñate, así como las nuestras, deben examinarse.
El ladrón del pie sonrió cuando hablamos de cómo su acto de sabotaje estaba despertando fantasmas del pasado. Fundió una parte del pie para hacer medallas para los líderes anasazi, pero lo demás sigue estando igual que cuando lo desprendió. “Siempre quise llevar el pie hasta Acoma”, dijo. “O quizá quedará enterrado como una cápsula de tiempo”.
“Pero eso no pasará con el espolón”, dijo, y explicó que planeaba guardarlo como trofeo de su acto. “Será mío para siempre”.