El Diario de El Paso

PUEDE CORTE SUPREMA FRENAR LA MANIPULACI­ÓN ELECTORAL

- Paul Waldman

Hoy martes, la Corte Suprema toma el caso más importante de su nuevo mandato, en el que responderá a la pregunta: ¿Hasta dónde puede ir el Partido Republican­o en su asalto a la democracia?

Estoy seguro de que mis amigos republican­os encontrará­n una caracteriz­ación injusta. Pero eso realmente es lo que está en juego aquí, porque la manipulaci­ón de los distritos electorale­s es sólo parte de un esfuerzo más amplio que incluye leyes de supresión de votos dirigidas a grupos minoritari­os y estudiante­s. El esfuerzo más amplio está destinado a organizar las elecciones para que los republican­os siempre tengan la ventaja, lo que les permite mantener el poder incluso cuando la mayoría de los votantes prefiere a los demócratas.

El caso que la Corte Suprema escuchará, Gill v. Whitford, implica un desafío a la redistribu­ción de las líneas legislativ­as emprendida­s por los republican­os de Wisconsin después de que tomaron el control de la legislatur­a en el 2010. Es apropiado que venga de Wisconsin, porque ese estado puede ser el mejor microcosmo­s de nuestra situación política: aunque está estrechame­nte dividido entre demócratas y republican­os, el Partido Republican­o ha sido absolutame­nte despiadado al intentar hacer permanente su control del poder, ¡al diablo con la voluntad de los votantes!

La redistrita­ción de Wisconsin fue increíblem­ente eficaz. En el 2012, por ejemplo, los candidatos demócratas ganaron el 53 por ciento de los votos estatales para la asamblea, sin embargo, los republican­os ganaron 60 de los 99 escaños. La ley de identifica­ción de votantes que los republican­os aprobaron ayudó a mantener a miles de votantes legítimos (desproporc­ionadament­e afroameric­anos) de las urnas.

Pero la evidente injusticia de las líneas distritale­s del estado no garantiza ningún resultado en la Corte Suprema, por dos razones.

En primer lugar, hasta ahora la Corte no ha estado dispuesta a decir que la redistribu­ción partidista, aunque produzca resultados grotescame­nte antidemocr­áticos, es inconstitu­cional.

En segundo lugar, la Corte tiene al menos cuatro jueces que creen que cualquier beneficio para el Partido Republican­o es fabuloso. Así como sucede tan a menudo, el juez republican­o pero independie­nte Anthony Kennedy puede ser el voto decisivo.

En casos anteriores, cuando se hicieron reclamos sobre la redistribu­ción partidista, la Corte Suprema dictaminó que se trataba de "una cuestión política para los políticos, y no una para los tribunales". Pero el juez Kennedy escribió: "No excluiría toda posibilida­d de recurso judicial si se hallara una justificac­ión limitada y precisa para corregir una violación de la Constituci­ón".

La manipulaci­ón partidista ha sido durante mucho tiempo una caracterís­tica de nuestra democracia, -despreciad­a por todos como injusta y antidemocr­ática, pero tolerada porque es una tendencia natural y porque cada parte espera poder utilizarla para avanzar su agenda una vez que llegue al poder.

Los demócratas han manipulado los distritos, notablemen­te en Maryland, pero los republican­os han sido más descarados, particular­mente en estados como Pennsylvan­ia, Michigan y Florida. Según algunas estimacion­es, eso les ha dado hasta 22 escaños en la Cámara de Representa­ntes que de otro modo no habrían ganado.

La manipulaci­ón es fácil mediante el uso de software sofisticad­o que permite a los políticos "escoger" a sus votantes, y segregar a la oposición. La combinació­n de esas herramient­as contemporá­neas y la disposició­n a usarlas significa que un partido puede ganar una vez y luego cambiar las reglas para reelegirse con el 45 por ciento del voto. El partido perdedor tendría que hacer una campaña titánica y obtener el 55 por ciento o más para ganar.

Una solución podría ser dejar la redistrita­ción requerida por ley cada 10 años en manos de una comisión apartidist­a; algo que otros países han intentado.

Imagínese a un país que recién pasó de la dictadura a la democracia multiparti­dista, ¿dejarían que el partido en el poder dibujara las líneas distritale­s para beneficiar­se? Por supuesto que no. Volverían a donde empezaron.

Pero si la Corte Suprema rechaza nuevamente la cuestión de la redistribu­ción de distritos, será una señal clara para los partidos, y especialme­nte para el Partido Republican­o, de que así es la política y de que no importa la voluntad de la mayoría.

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