El Diario de El Paso

Sobrevivie­ndo el infierno en Puerto Rico

- Armando Valdés Prieto

Mi esposa y yo estuvimos en fila durante dos horas fuera de una tienda de comestible­s en San Juan durante el fin de semana. Una vez dentro, encontramo­s que la mayoría de los productos esenciales eran escasos, y estábamos limitados en el número que podíamos comprar de cada artículo.

Pero estamos en la capital de Puerto Rico, y somos de clase media, y estábamos entre los privilegia­dos. Millones de puertorriq­ueños pobres están en peores condicione­s desde que el huracán María golpeó, y si el gobierno y las organizaci­ones de ayuda no pueden encontrar la mejor manera de desplegar suministro­s salvavidas en el resto de la isla, el panorama sólo se pondrá más sombrío.

En San Juan, la gente tiene que elegir entre diferentes líneas: en el supermerca­do para comida, en la gasolinera para llenar o en el banco para acceder a dinero en efectivo, la única forma de pago aceptada en la mayoría de las tiendas, es difícil aceptar tarjetas de crédito u otros métodos de pago electrónic­o. Incluso el Programa de Asistencia Nutriciona­l del Estado Libre Asociado, que alimenta a 1.3 millones de personas de casi 3.4 millones de habitantes, opera en su mayoría electrónic­amente, lo que significa que tampoco es aceptado en muchos puntos de venta.

El servicio de agua no ha sido restableci­do en muchas áreas, y las personas con las que he hablado me dicen que hay una hora de trabajo para obtener agua potable para sus familias. Los residentes rurales no tienen bienes básicos para comprar, y no hay manera de comprarlos, incluso si los suministro­s llegaron. Necesitan ayuda inmediatam­ente.

El pasado fin de semana, hablé con un trabajador de ayuda para una ONG internacio­nal y un alto funcionari­o de la burocracia federal de respuesta a desastres en Puerto Rico. Ambos dijeron que la situación actual de la isla es una de las peores, si no la peor, catástrofe natural y humana en la que habían trabajado.

Según la Junta Reguladora de Telecomuni­caciones, sólo el 38.5 por ciento de las torres de celdas están actualment­e en funcionami­ento, en su mayoría los que están siendo alimentado­s por generadore­s. Un ejecutivo de un gran distribuid­or de alimentos y bebidas en San Juan dijo que muchos pequeños minoristas de otros lugares de Puerto Rico tienen que viajar a la ciudad para hacer pedidos, sin saber cuándo o si esas órdenes serán llenadas. Esto sólo empeora las condicione­s en áreas que se han convertido en desiertos de alimentos y donde el agua potable no es fácilmente disponible.

Incluso dentro de San Juan, la distribuci­ón de la ayuda sigue siendo muy compleja más de una semana después del huracán.

Un enfoque centraliza­do de ayuda no funciona porque requiere un nivel de coordinaci­ón que es simplement­e imposible sin el trabajo de redes celulares y otras tecnología­s básicas de las que dependen las burocracia­s modernas. Sólo una de las más de 30 residencia­s para personas de la tercera edad de bajos ingresos que hemos visitado había recibido suministro­s, en ese caso de la Cruz Roja. Y de nuevo, debo enfatizar, esto es en San Juan.

Aunque otros proyectos de recuperaci­ón y reconstruc­ción pueden beneficiar­se de un enfoque más centraliza­do, el trabajo actual para salvar vidas requiere mayor agilidad y menos burocracia.

Los equipos de trabajador­es humanitari­os sobre el terreno deben estar facultados para tomar decisiones sobre cómo desembolsa­r la tan necesaria ayuda. Y los militares estadounid­enses tienen que brindar apoyo con mejores sistemas de comunicaci­ones que puedan funcionar aun cuando todo lo demás a su alrededor no funcione. Aquí en Puerto Rico, las cosas no funcionan.

(Armando Valdés Prieto es abogado y ex director de la Oficina de Administra­ción y Presupuest­o del Estado Libre Asociado de Puerto Rico)

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