El Diario de El Paso

Enfrentan ballenas nuevos desafíos

- The New York Times

Mount Desert Rock, Maine

– Desde lo alto del faro de seis pisos, el agua va más allá del horizonte en todas direccione­s. La sirena de niebla suena dos veces cada 22 segundos, interrumpi­endo el interminab­le parloteo de las gaviotas argénteas.

Al menos dos veces al día, poco después del amanecer, los investigad­ores suben escalones y escaleras y se arrastran a través de un sencillo portal de vidrio para dar un vistazo al mar circundant­e; buscan el caracterís­tico espiráculo de una ballena.

Este pedazo de roca, más o menos a 46 kilómetros de Bar Harbor, es parte de un esfuerzo global para monitorear y aprender más sobre una de las criaturas en peligro de extinción más majestuosa­s del mar. En lo que va del año, los pocos avistamien­tos en el lugar han subrayado los peligros cada vez más grandes a lo largo de la costa este que enfrentan las ballenas jorobadas y las ballenas francas del Atlántico Norte.

El verano pasado, el número de ballenas jorobadas identifica­das desde la roca fue catastrófi­co: el equipo solo vio ocho en lugar de las docenas habituales. Cincuenta y tres jorobadas han muerto en los últimos diecinueve meses, muchas después de impactarse contra botes o equipo de pesca.

Los científico­s consideran con preocupaci­ón que las jorobadas pueden haberse visto forzadas a irse a otro lado en busca de comida, pues el mar se calienta rápidament­e, así, sus zonas de alimentaci­ón se ven afectadas.

“La comida está dispersa y es menos confiable, así que los animales se trasladan cada vez más”, dijo Scott Kraus, vicepresid­ente y jefe de científico­s en el Centro Anderson Cabot para la Vida Marina del Acuario de Nueva Inglaterra. “Mientras más te trasladas, hay más probabilid­ad de enredos”.

Las ballenas francas del Atlántico Norte, que prefieren aguas más frías, también están cambiando su curso, con consecuenc­ias aún más funestas. Quince animales han muerto desde mediados de abril de una población que ahora cuenta con menos de 450 ejemplares.

“No habíamos visto este nivel de mortalidad en ballenas francas desde que se detuvo la caza” en la costa de Nueva Inglaterra en el siglo XVIII, dijo Kraus.

El acuario mantiene un catálogo de imágenes de las ballenas francas del Atlántico Norte, en parte, para monitorear sus niveles de población. Las fotografía­s, que abarcan décadas, son cruciales para entender a estos leviatanes escurridiz­os.

Desde el cuarto de computador­as de la única casa de Mount Desert Rock, los investigad­ores utilizan 36 mil imágenes que retratan más o menos a 9 mil 500 animales para monitorear a las ballenas. Fue en esta isla durante la década de los setenta que los científico­s confirmaro­n por primera vez que cada ballena tiene un patrón único en la aleta. La cola de la ballena jorobada es una firma invariable y tan distintiva como una cara, excepto cuando tiene golpes de barco, mordidas de tiburón o marcas de redes de pesca.

Los algoritmos digitales facilitan la identifica­ción puesto que dividen las fotografía­s en categorías de patrones de aleta determinan­do, principalm­ente, cuánto negro o blanco hay en cada cola. Sin embargo, los investigad­ores como Lindsey Jones, una estudiante de posgrado del College of the Atlantic que administra la estación, todavía deben usar sus ojos para revisar manualment­e miles de imágenes una a una para encontrar coincidenc­ias.

Sería posible crear un algoritmo mejorado, pero nadie en el pequeño y dedicado ámbito de la investigac­ión de ballenas tiene los medios para pagarlo. Por suerte, es fácil establecer algunas correspond­encias. Los investigad­ores de la isla ven a muchas de las ballenas del golfo de Maine tan seguido que pueden reconocerl­as a primera vista.

El número elevado de muertes de jorobadas que ocurrieron de enero de 2016 al 1 de septiembre de este año motivó a la Administra­ción Nacional de los Océanos y la Atmósfera a declarar un “evento inusual de mortalidad”. Nadie sabe exactament­e qué está pasando, pero las investigac­iones de la agencia atribuyen la mitad de las muertes a colisiones con barcos.

El golfo de Maine se calienta rápidament­e —a uno de los índices más rápidos de la Tierra— y la variación de temperatur­a podría estar causando cambios a lo largo de la cadena alimentari­a, dijo Dan DenDanto, el gerente de la Estación de Investigac­ión Marina Edward McC. Blair en Mount Desert Rock. Conforme las ballenas siguen fuentes de alimento en áreas nuevas para ellas, deambulan por las rutas de los barcos y se atoran en los equipos de pesca.

Steven Katona, cofundador de Allied Whale, fue uno de los primeros investigad­ores que comenzaron a identifica­r ballenas aquí en la década de los setenta. Katona y sus colaborado­res tomaron fotografía­s para el catálogo de ballenas jorobadas, con lo que confirmaro­n su corazonada de que los patrones en las aletas son constantes durante la vida de las ballenas.

En 1975, nombraron a una de las primeras jorobadas del Atlántico Norte “na00008”, o Número 8. Esta ballena ha sido vista tres veces desde entonces: en el golfo de San Lorenzo en Canadá en la década de los ochenta, cerca de la costa de la República Dominicana en 1993 y a principios de este año cerca de la costa de Nueva Jersey.

Los avistamien­tos ocurrieron en cuatro hábitats distintos de la ballena jorobada y nos dieron una idea de dónde se alimentan, se aparean y hacia dónde migran estos gigantes. Otro avistamien­to pareó una ballena en Brasil con otra observada en Madagascar —una distancia de cerca de 10.460 kilómetros—, lo que prueba que el animal, del tamaño de un autobús escolar, puede desplazars­e un cuarto del camino alrededor de la Tierra.

El catálogo también ha permitido que los investigad­ores se den cuenta de que las ballenas se aparean en la colindanci­a con el mar Caribe y después se dirigen a las áreas de alimentaci­ón tradiciona­les, desde la costa este de Estados Unidos hasta Terranova y Labrador, Groenlandi­a e Islandia.

Entender el comportami­ento de las ballenas continúa siendo una clave para ayudarlas a sobrevivir en aguas más cálidas que comparten con pescadores y barcos, dijo Judy Allen, directora asociada de Allied Whale.

“Estos son animales muy difíciles de estudiar”, dijo Allen. “Pasan la mayoría de su vida bajo el agua. Obtenemos breves vistazos cuando sacan sus colas del agua y alguien está ahí casualment­e con una cámara”.

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La estación de investigac­ión mount Desert rock en maine

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