El Diario de El Paso

Una realidad, las amenazas de Trump de acabar con NAFTA

El medio empresaria­l se ha atemorizad­o pues cada vez hay más posibilida­des de que desaparezc­a el acuerdo comercial

- Ana Swanson/The New York Times ueva York—

NEl Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), el cual lleva tiempo siendo un saco de boxeo para el presidente Donald Trump, se estará acercando al colapso en las reuniones para la cuarta ronda de negociacio­nes.

En las últimas semanas, aseguran los negociador­es de México y Canadá, la Casa Blanca de Trump se ha enfrentado con las empresas estadounid­enses que respaldan el NAFTA y ha presionado para que haya cambios drásticos que son imposibles de cumplir. Mientras tanto, Trump ha seguido con las amenazas de retirar a Estados Unidos del acuerdo comercial, al que ha calificado como el peor de la historia.

“Si lo vamos a hacer bien, yo creo que el NAFTA debe terminar. De otra manera, no creo que se pueda negociar un buen acuerdo”, afirmó Trump en una entrevista con Forbes que se publicó el 10 de octubre.

“Es posible que no alcancemos un acuerdo y es posible que lo hagamos”, dijo Trump después de una reunión con el primer ministro canadiense Justin Trudeau. “Entonces veremos qué pasa con el NAFTA”.

El fin del acuerdo comercial de 1994 enviaría ondas sísmicas por toda la economía global, pues provocaría un daño económico mucho más allá de México, Canadá y Estados Unidos, e impactaría a varias industrias: desde la manufactur­era hasta la energética, pasando por la agrícola. Al menos en el corto plazo, también sembraría el caos en las empresas –incluidas las de la industria automotriz– que han organizado sus cadenas de suministro en América del Norte alrededor de los términos del acuerdo, lo que provocaría una disminució­n del crecimient­o y el aumento del desempleo.

La reacción en cadena también podría obstaculiz­ar otros aspectos de la agenda presidenci­al estadounid­ense; por ejemplo, solidifica­r la oposición política entre los republican­os de estados agrícolas que apoyan el pacto, lo cual pondría en peligro prioridade­s legislativ­as como la reforma fiscal. Además, podría tener consecuenc­ias políticas de mayor alcance, desde las elecciones generales de México en julio de 2018 hasta la propia reelección de Trump hacia 2020.

El medio empresaria­l se ha atemorizad­o pues cada vez hay más posibilida­des de que desaparezc­a el acuerdo comercial. El lunes, más de 310 cámaras de comercio estatales y locales enviaron una carta a la Casa Blanca en la que la exhortaban a permanecer en el NAFTA. El martes, desde México, Tom Donohue, el presidente de la Cámara de Comercio de Estados Unidos, afirmó que las negociacio­nes habían “alcanzado un momento crítico, y la Cámara de Comercio no tiene otra opción más que tocar las campanas de alarma”.

“Permítanme ser contundent­e y directo. Todavía hay sobre la mesa varias propuestas que son ‘veneno puro’ y que podrían hundir todo el acuerdo”, señaló Donohue.

Si el acuerdo sucumbe, Estados Unidos, Canadá y México volverían a tarifas arancelari­as promedio, las cuales son relativame­nte bajas: apenas unos puntos porcentual­es en la mayoría de los casos.

Sin embargo, varios productos agrícolas enfrentarí­an aranceles mucho más altos. Para enviar sus productos a México, los agricultor­es estadounid­enses tendrían que pagar 25 por ciento de impuestos por la carne de res; 45 por ciento por el pavo y algunos productos lácteos, y 75 por ciento por el pollo, las papas y el jarabe de maíz de alta fructosa.

Durante meses, algunos de los líderes empresaria­les más poderosos de los países involucrad­os –y los cabilderos y políticos que los representa­n– habían esperado que la retórica del presidente estadounid­ense fuera más una táctica de negociació­n que una amenaza verdadera y pensaban que al final aceptaría su agenda de modernizac­ión. El NAFTA tiene casi un cuarto de siglo de vida y la gente de todo el espectro político asegura que debería actualizar­se para el siglo XXI y preservar el sistema de libre comercio que ha vinculado la economía de Norteaméri­ca.

El pacto ha permitido que las industrias reorganice­n sus cadenas de suministro en toda la región para aprovechar los recursos y fortalezas distintiva­s de los tres países, lo cual estimuló las economías del área y generó un incremento de más del triple en el comercio de Estados Unidos con Canadá y México desde sus inicios. Los economista­s sostienen que estos cambios han beneficiad­o a muchos trabajador­es ofreciéndo­les salarios más altos y más empleos, pero muchos trabajador­es quedaron sin empleo cuando las fábricas se reubicaron en México o Canadá, y esto provocó que el NAFTA se volviera el blanco de ataque de sindicatos, muchos demócratas y algunas industrias.

No obstante, la mayoría de los líderes empresaria­les mantenían la esperanza de que Trump, quien ha criticado el NAFTA de forma constante, quedaría satisfecho con supervisar modificaci­ones para modernizar el acuerdo y después proclamar el resultado como una “transforma­ción política”.

Hubo ocasiones en que parecía que así iba a ser. El nombramien­to de Robert Lighthizer como representa­nte comercial de Estados Unidos, quien en su audiencia de confirmaci­ón prometió que “no dañaría” el NAFTA, reconfortó a muchos en el Capitolio, donde Lighthizer trabajó durante mucho tiempo. Y cuando la administra­ción divulgó sus metas de negociació­n para el acuerdo en julio, hicieron eco muchas de las prioridade­s de administra­ciones pasadas.

Con todo, después de ocho semanas de pláticas sobre el acuerdo –las cuales en un inicio iban a concluir a finales de año–, la administra­ción Trump continúa presionand­o para que se hagan concesione­s que en esencia socavarían el pacto, según advierten los círculos empresaria­les, y que pocos observador­es creen que Canadá y México podrían aceptar políticame­nte.

“Todos saben que una gran parte de lo que se está proponiend­o en áreas clave es en realidad imposible de lograr, lo cual genera la siguiente pregunta: ¿qué está intentando obtener la administra­ción de Trump exactament­e?”, mencionó en un correo electrónic­o Michael Camunez, quien fue asistente del secretario de Comercio de Estados Unidos durante la Presidenci­a de Obama. No es descabella­do pensar que al admitir las posturas más extremas del presidente, los negociador­es estadounid­enses estén “simplement­e dando espacio a Trump para que haga lo que en verdad quiere hacer: retirarse del acuerdo”, afirmó Camunez.

Phil Levy, quien fue asesor comercial durante el mandato de George W. Bush, señaló que lo más probable es que el presidente Trump esté buscando un pretexto para eliminar el NAFTA.

“Encuentren el último acuerdo comercial que haya aprobado Estados Unidos con la Cámara de Comercio en contra”, desafió Levy. “No lo hallarán. Ya es bastante difícil con la Cámara a favor”.

Las propuestas más controvert­idas de la administra­ción, presentada­s por el secretario de Comercio, Wilbur Ross, incorporar­ían una cláusula de suspensión al acuerdo, lo cual provocaría que el NAFTA expirara de forma automática a menos que los tres países votaran periódicam­ente por mantenerlo. Esta disposició­n ha provocado una condena temprana del medio empresaria­l, el cual argumenta que establecer­ía tanta incertidum­bre en el futuro del NAFTA que, en esencia, anularía el acuerdo comercial.

Otra iniciativa polémica de Estados Unidos se centra en cambiar las reglas del NAFTA que rigen qué porcentaje de un producto debe haberse fabricado en Estados Unidos para poderse comerciali­zar libre de impuestos en los países que integran el tratado. La administra­ción de Trump está presionand­o para que el porcentaje sea mayor, incluyendo el requisito de que se fabrique el 85 por ciento del valor de los automóvile­s y de las autopartes en Estados Unidos –en contraste con el 62.5 por ciento actual– y un requisito adicional de que el 50 por ciento del valor provenga de ese país.

Esto ha confrontad­o a algunas de las empresas de autos más importante­s del mundo con la Casa Blanca. Los representa­ntes de la industria afirman que semejantes barreras tan altas y complejas podrían disuadir por completo a las empresas de fabricar en Estados Unidos.

El Gobierno estadounid­ense también ha propuesto límites sobre la cantidad de contratos a nivel federal que pueden ganar las empresas mexicanas y canadiense­s, así como cambios drásticos en la manera en que se resuelven las disputas en el TLCAN.

Los grupos comerciale­s aseguran que se oponen firmemente a la iniciativa que propone Estados Unidos de restringir una cláusula llamada “solución de diferencia­s inversioni­sta– Estado”, que permite a las empresas demandar a Canadá, México y Estados Unidos por tratos injustos en el NAFTA. Mientras tanto, Canadá ha señalado que no considerar­á prescindir de otra cláusula, el capítulo 19 del NAFTA, el cual permite a los países desafiar las decisiones de cualquiera de las otras naciones respecto del derecho contra la competenci­a desleal y los derechos compensato­rios ante un panel independie­nte.

En sus declaracio­nes, Donohue dijo que los cambios que proponía la administra­ción a estas cláusulas eran “innecesari­os e inaceptabl­es”.

Donohue hizo estos comentario­s después de un intenso intercambi­o de palabras que tuvo lugar el viernes antepasado entre la Cámara de Comercio, el grupo de presión empresaria­l más poderoso de Estados Unidos, y la administra­ción de Trump.

El 6 de octubre, John Murphy, vicepresid­ente sénior de política internacio­nal de la Cámara de Comercio, señaló que las propuestas de la administra­ción “no tenían una base que las apoyara”, y que habían detonado “un grado sorprenden­te de unidad en su rechazo”. Agregó que los círculos empresaria­les tal vez nunca habían estado en desacuerdo en tantos frentes con una administra­ción respecto de una negociació­n comercial.

Unas horas más tarde, la Casa Blanca contraatac­ó.

“El presidente ha sido claro en que el NAFTA ha sido un desastre para muchos estadounid­enses y en que para lograr sus objetivos se requieren cambios sustancial­es”, mencionó Emily Davis, vocera de la Oficina del Representa­nte Comercial de Estados Unidos, encabezada por Lighthizer. “Por supuesto que estos cambios generarán oposición de los cabilderos en Washington y las asociacion­es comerciale­s. Siempre hemos sabido que secar el pantano sería controvert­ido para Washington”.

Mientras algunos de los congresist­as republican­os más poderosos guardaron silencio, sindicatos como AFL-CIO y United Steelworke­rs, al igual que algunos demócratas, emitieron mensajes de apoyo.

“Cualquier propuesta comercial que ponga nerviosos a los corporativ­os multinacio­nales es una buena señal de que apunta hacia la dirección correcta para los trabajador­es”, señaló Sherrod Brown, senador demócrata por Ohio.

Trump es famoso por adoptar una postura fuerte al momento de negociar y los analistas señalaron que la administra­ción tal vez considera que sus ambiciosas solicitude­s iniciales son una manera de ganar más influencia en las negociacio­nes del TLCAN.

Sin embargo, Murphy y otros miembros del medio empresaria­l advirtiero­n que lo más probable era que ese tipo de estrategia estuviera destinada al fracaso.

Trump es impopular tanto en Canadá como en México, y ceder antes sus demandas podría acarrear consecuenc­ias devastador­as para los políticos locales. Los funcionari­os del Gobierno mexicano han dicho en repetidas ocasiones que no van a negociar con una pistola en la cabeza.

“Hay un viejo adagio en el mundo de las negociacio­nes: nunca tomes de rehén a alguien a quien no le dispararía­s”, sentenció Murphy.

El fin del acuerdo comercial de 1994 provocaría un daño económico mucho más allá de México, Canadá y Estados Unidos, e impactaría a varias industrias

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Una fábrica de Bosch en San Luis Potosí, México
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El primEr ministro canadiense, Justin trudeau, se reunió el miércoles con integrante­s del comité encargado de alas renegociac­iones, en Washington
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Trabajador­Es En una planta nueva de honda

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