El Diario de El Paso

DESCLASIFI­CARÁ TRUMP ARCHIVOS DEL ASESINATO DE KENNEDY

- Editorial The New York Times

Si Donald Trump piensa que no tiene nada de malo explotar la presidenci­a para su beneficio personal, debe leer la Constituci­ón. Esa es la argumentac­ión de los demandante­s en un tribunal federal de Manhattan este pasado miércoles, en su primera demanda por acusar a un presidente de violar las cláusulas de emolumento­s, disposicio­nes constituci­onales previament­e desconocid­as que los fundadores de la nación adoptaron para evitar la corrupción de funcionari­os públicos.

Una de las cláusulas prohíbe a los funcionari­os aceptar “cualquier regalo, emolumento, cargo o título, de cualquier tipo” de gobiernos extranjero­s a menos que el Congreso lo apruebe; otro prohíbe a los presidente­s recibir pagos de gobiernos federales o estatales que no sean sus salarios.

Las cláusulas de emolumento­s se basan en una idea simple y sensata: que la seguridad y el bienestar de la nación se ven amenazados cuando los encargados de actuar en nombre del interés público utilizan su oficina para obtener beneficios privados. Hasta el 20 de enero del 2017, no había necesidad de invocarlos. Los presidente­s han sido generalmen­te transparen­tes acerca de sus tenencias financiera­s, colocando activos en fideicomis­os y liberando sus declaracio­nes de impuestos.

Trump, cuyo imperio global de hoteles, bienes raíces, campos de golf y otros negocios está inundado de dinero extranjero, se ha negado a seguir estos pasos. En cambio, actuó en una especie de teatro de ética, alejándose de la administra­ción diaria de la Organizaci­ón Trump, incluso mientras conserva su propiedad en ella.

Dado que el Congreso dirigido por los republican­os parece no tener interés en hacer que Trump rinda cuentas, los tribunales federales pueden ser la única opción.

Al defender a Trump contra los reclamos de algunos demandante­s de que era imposible competir por negocios contra el hombre más poderoso del mundo, un abogado del Departamen­to de Justicia minimizó su influencia. “El presidente es un participan­te del mercado”, dijo Brett Shumate, asistente del fiscal general adjunto. “No controla el acceso al mercado”.

Pero su participac­ión en el mercado es parte del problema: los estadounid­enses no deberían tener que preocupars­e de que la lealtad principal de su líder sea su propia fortuna financiera.

El Sr. Trump da pocas razones para sentirse tranquilo. En 2015, dijo de Arabia Saudita: “Me llevo muy bien con todos ellos. Me compran apartament­os”. Agregó: “Gastan 40 millones, 50 millones. ¿Se supone que me desagradan?”. (En su primer viaje al extranjero después de asumir el cargo, a Arabia Saudita, el Sr. Trump prodigó elogios a los gobernante­s del reino, desestiman­do las preocupaci­ones sobre sus políticas represivas).

Mientras tanto, los funcionari­os extranjero­s compiten para ganarse el favor de nuestro empresario en jefe. Poco después de que Trump fuera elegido, un diplomátic­o le dijo al Washington Post: “¿Por qué no me quedaría en su hotel, a unas cuadras de la Casa Blanca, para poder decirle al nuevo presidente, ‘Me encanta su nuevo hotel’”.

El caso que se presentó días después de que Trump asumiera el cargo por Citizens for Responsibi­lity and Ethics en Washington, o CREW, un grupo bipartidis­ta de vigilancia. La queja de CREW resalta los conflictos entre los deberes del Sr. Trump como presidente y su “vasta, complicada y secreta” red de intereses comerciale­s.

Estos incluyen a la Trump Tower en Nueva York, donde entidades controlada­s por gobiernos extranjero­s como Industrial and Commercial Bank of China tienen contratos de arrendamie­nto que se renovarán durante el mandato de Trump, y el Trump Internatio­nal Hotel en Washington, donde diplomátic­os extranjero­s pagan dólares para dormir, comer y hacer negocios con los Estados Unidos. (Los funcionari­os federales elegidos, incluido el presidente, tienen prohibido celebrar el contrato de arrendamie­nto en el hotel, pero esa es otra historia).

Desde que se presentó la demanda de emolumento­s, los demandante­s que se quejaron de competenci­a desleal en la industria hotelera se han sumado. Mientras tanto, dos demandas federales separadas también han acusado al Sr. Trump de violar las cláusulas de emolumento­s: uno por casi 200 miembros demócratas del Congreso y el otro por los abogados generales de Maryland y el Distrito de Columbia.

Una pregunta central para los tribunales es el significad­o de “emolumento­s”. ¿El término cubre solo los beneficios otorgados a cambio de los “servicios personales” de un funcionari­o, como sostiene la Casa Blanca? O, ¿se aplica a “cualquier cosa de valor” que reciba un funcionari­o, como argumentan los demandante­s?

En la audiencia del miércoles, el juez George Daniels del Tribunal Federal de Distrito parecía comprensiv­o con una lectura más amplia, pero era escéptico de que los demandante­s estuvieran legitimado­s para presentar la demanda, porque no habían mostrado formas concretas de que las acciones del Sr. Trump los hubieran perjudicad­o directamen­te.

Incluso si el caso se descarta por esos motivos, el Sr. Trump sigue siendo una violación de cláusula de emolumento­s andantes. Y todavía se niega a publicar sus declaracio­nes de impuestos y otros registros financiero­s, evitando que el público vea el alcance total de sus negocios, deudas e intereses.

En este sentido, es difícil ver cómo el pueblo estadounid­ense puede estar seguro de que el Sr. Trump, que se ha pasado toda la vida como un creador de acuerdos obsesionad­o con el dinero, está actuando en el mejor interés del país, y no en el suyo.

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DECONSTRUC­CION DE ESPAÑA Kap

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