El Diario de El Paso

La política de duelo en la esfera pública de Kelly

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En medio de la tormenta de polvo levantada por el presidente Trump sobre la práctica de los presidente­s de acercarse a las familias de los soldados que perdieron sus vidas en el campo de batalla, las cartas del presidente Abraham Lincoln se destacan por su serenidad y dolor.

“He tenido suficiente experienci­a para saber lo que digo”, escribió Lincoln a una mujer joven, refiriéndo­se a la muerte de su propio hijo meses atrás. A otra familia expresó “cuán débil e infructuos­a debe ser cualquier palabra mía que intente engañar el dolor de una pérdida tan abrumadora”. Lincoln habla tanto como una persona que ha soportado grandes pérdidas él mismo y como alguien consciente de ello. El hecho de que el recuerdo de los muertos existe más allá de su comprensió­n.

La pregunta de quién puede conocer o comprender el sufrimient­o de una familia afligida fue el tema inevitable de las declaracio­nes del jefe de personal John F. Kelly en la rueda de prensa de la Casa Blanca el jueves.

Describien­do la carga que pone en un presidente el tener contacto con estas familias, Kelly dijo: “Si no perteneces a la familia, si nunca has usado el uniforme, si nunca has estado en combate, ni siquiera puedes imaginar cómo hacerlo”. Hacer esa llamada. Al final de su declaració­n, Kelly insistió en que sólo los periodista­s que conocían a familias de soldados caídos en combate le podían hacer preguntas.

Anteriorme­nte, Kelly se había mantenido en privado cualquier cosa relacionad­a con la muerte de su hijo en Afganistán en 2010. Su decisión de aparecer en apoyo del presidente después de que Trump lo arrastrara a una disputa cada vez menos elegante sólo hace que el triste y feo ciclo de noticias sea aún más feo.

La paradoja de la discusión sobre el comportami­ento de Trump hacia las familias afligidas es que involucrar­se en ella, ya sea para apoyar al presidente o censurar su falta de gracia, parece abaratar todavía más el tema.

Al ver a Kelly hablar sobre su hijo, estamos viendo algo terribleme­nte íntimo hecho público y político, que, por supuesto, es exactament­e lo que Trump ha hecho al alimentar esta controvers­ia. Pero Kelly eligió no sólo compartir su dolor, sino usarlo para diferencia­rse aún más del público.

Dibujó una línea entre aquellos que han conocido su pérdida y los que no, y les dijo a los del otro lado de la línea que ni siquiera podían entender lo suficiente como para hacer una pregunta. Se protegió de cualquier crítica a su decisión de involucrar la memoria de su hijo en una lucha política. Estamos limitados en cómo podemos responder. ¿Quiénes somos nosotros para decirle cómo llorar?

El dolor en el espacio público tiene este extraño doble carácter de intimidad y distancia. Vislumbram­os algo privado, pero, como Lincoln entendió, la profundida­d del dolor coloca a la persona afligida fuera de la esfera de entendimie­nto común.

Lo mismo es cierto cuando los presidente­s nos dan una ventana a su angustia. En la famosa fotografía de Jack Kightlinge­r del presidente Lyndon B. Johnson llorando mientras escucha una grabación de cinta de Vietnam, el espectador mira a Johnson desde el otro lado de la mesa de conferenci­as, separado del presidente por el peso de su responsabi­lidad solitaria.

Kelly, junto con el secretario de Defensa Jim Mattis y el asesor de seguridad nacional H. R. McMaster, es uno de un grupo de asesores de Trump entendidos como “los adultos en la sala” –hombres que pueden no estar de acuerdo con el presidente, pero elegir servir para evitar una catástrofe.

Los comentario­s de Kelly generaron especulaci­ones de que no está sirviendo a Trump para obligar al presidente, sino porque es un verdadero creyente. E incluso si él y los otros “adultos” todavía intentan restringir al presidente, podríamos preguntarn­os si su trabajo vale la pena si requiere actuacione­s como la que dio Kelly.

Pero al igual que el presidente angustiado, los adultos en la sala siempre podrán defenderse trazando una línea entre ellos y el público. No conocemos las cargas únicas de su oficina. No sabemos qué crisis ha evitado Kelly, al igual que no podemos conocer su dolor.

El problema, por supuesto, es que la democracia requiere que podamos responsabi­lizar a nuestros líderes. Como funcionari­o público, es responsabi­lidad de Kelly responder las preguntas de quien las solicite, incluso de aquellos que no pueden comprender su dolor.

Esta tensión entre la responsabi­lidad pública y el conocimien­to solitario de aquellos en el poder siempre ha estado con nosotros. El genio repugnante de la presidenci­a de Trump es su capacidad para transforma­r las tristes contradicc­iones como estas en fuertes y crasas crisis.

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Quinta Jurecic

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