El Diario de El Paso

Redes sociales, la realidad alterna de la democracia

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Las audiencias del Congreso de la semana pasada sobre las redes sociales y la desinforma­ción se centraron ostensible­mente en el uso de anuncios de Rusia para inmiscuirs­e en la política de Estados Unidos. Pero en realidad, se trataba de mucho más: el crecimient­o de estas compañías de tecnología a una escala y poder que ni las plataforma­s ni el Congreso realmente entienden.

Representa­ntes de Facebook, Google y Twitter coincidier­on con la evaluación del senador Sheldon Whitehouse, demócrata de Rhode Island, de que las empresas tienen responsabi­lidades más allá de simplement­e proporcion­ar un foro para que los usuarios compartan contenido. Esta admisión puede parecer menor, pero representa un gran cambio en la forma en que estas empresas piensan en sí mismas.

Aquellos que abogan porque las compañías de tecnología hagan más para combatir la desinforma­ción y la mala conducta a menudo argumentan que deben ser vistos como organizaci­ones de medios con control editorial. Pero Facebook, Google y Twitter, han rechazado sistemátic­amente esta idea. Si bien las compañías ahora han aceptado cierta responsabi­lidad por el material en sus plataforma­s, no está claro en qué forma ven esa responsabi­lidad o cuán lejos va. Son más que plataforma­s neutrales, pero no editores, por lo que ni siquiera está claro qué son.

Muchos de los intercambi­os más reveladore­s de las audiencias pusieron de manifiesto esta confusión.

El representa­nte Trey Gowdy, republican­o por Carolina del Sur, interrogó al asesor general de Facebook Colin Stretch: “¿Cree que la Constituci­ón protege intenciona­lmente las declaracio­nes falsas?”.

“Estamos tratando de proporcion­ar una plataforma para la autenticid­ad”, respondió Stretch, explicando que “en Facebook, nuestro trabajo no es decidir si el contenido es verdadero o falso”. La razón por la cual Facebook congeló las cuentas rusas que distribuía­n publicidad­es políticas divisivas, dijo, no era que esos anuncios contenían informació­n falsa sino que las cuentas eran “falsas”.

El intercambi­o fue vertiginos­o. Gowdy planteó una cuestión de derecho constituci­onal, que controla el comportami­ento del gobierno. Stretch respondió afirmando el papel de Facebook como una “plataforma”, no como un gobierno, citando sus términos de servicio, que prohíben las cuentas falsas pero no toman posición sobre la verdad o la falsedad.

Otros legislador­es expresaron su asombro de que Facebook almacene más informació­n sobre los ciudadanos estadounid­enses que el gobierno federal.

Cuestionar­on si la compañía debería entenderse a sí misma como leal a los Estados Unidos o como una especie de entidad autocrátic­a amorfa.

Detrás de toda esta confusión había una pregunta simple a la que nadie, ni los miembros del Congreso ni los representa­ntes de la tecnología, parecían tener una respuesta: ¿qué son exactament­e estas empresas? No son periódicos, pero millones de ciudadanos acuden a ellos todos los días para leer noticias y discutir sobre política. No son gobiernos, pero pueden derrocar regímenes, cruzar fronteras. Son extraordin­ariamente poderosos pero han eludido una regulación significat­iva. No están controlado­s por las limitacion­es constituci­onales que obligan al gobierno de Estados Unidos, y sin embargo, se han establecid­o como los custodios involuntar­ios de la democracia del país.

Así es como terminamos con el senador Marco Rubio, republican­o por Florida, haciendo una pregunta completame­nte razonable pero totalmente absurda sobre si la intromisió­n en las elecciones rusas violó los términos de servicio de Twitter. Según el consejero general interino de Twitter, Sean Edgett, no fue así. Y es por eso que el intercambi­o entre Stretch y Gowdy fue muy revelador. Stretch habló en el idioma de los términos de servicio al cliente de Facebook, mientras que el congresist­a respondió en el lenguaje de la Constituci­ón.

Precisamen­te porque estas empresas, especialme­nte Facebook, tienen un alcance tan amplio, cualquier conversaci­ón significat­iva sobre su influencia sobre las elecciones y la salud de la república debe extenderse más allá del tema de los anuncios rusos. Como señaló el representa­nte Adam Schiff, demócrata de California, el problema mucho más grande es cómo las poderosas compañías de medios sociales avivan la división permitiend­o a sus usuarios vivir dentro de mundos políticos hechos a su semejanza, no sólo desconecta­ndo izquierda de derecha sino dándoles realidades separadas para llamar hogar.

“Todos los que aparecen en Facebook deben ser auténticos”, dijo Stretch.

En retrospect­iva, si la propaganda rusa fue efectiva, funcionó porque resonó con los “yo” que creamos en Facebook: nuestros miedos y deseos más feos, nuestra disposició­n a dejar de lado la verdad cuando no estamos de acuerdo con ella.

Facebook, Twitter y Google han abierto la puerta a esa fealdad. Esto en sí es malo, excepto que la puerta lleva a la nueva plaza pública estadounid­ense.

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