El Diario de El Paso

Ni las iglesias están exentas de la violencia de las armas

- San Antonio Express-News

El tiroteo mortal en una iglesia en Sutherland Springs el domingo nos deja con muchas preguntas sin respuesta, pero algunas cosas son notablemen­te claras.

Como estado y nación, lloramos la muerte de inocentes de otro tiroteo masivo, el número de muertos en 26 esta vez; y, quizás lo más claro, ninguno de nosotros debería permitir que la repetición insensible de tales eventos nos infunda este tipo de salvajismo. Tememos que esto esté sucediendo. Esto no puede ser nuestra normalidad.

Fuentes policiales identifica­ron al pistolero como Devin P. Kelley, de 26 años, veterano de la Fuerza Aérea. Entre las incógnitas del domingo por la noche era el móvil. Y tal vez, como ocurrió con la matanza de Las Vegas del 1 de octubre, en la que Stephen Paddock mató a 58 personas e hirió a casi 500, nunca lo sabremos.

Pero lo que sabemos es suficiente. Volvió a pasar. Y esta vez más cerca de casa.

Sutherland Springs, con una población de 362 según el censo de 2000, se encuentra en el condado de Wilson 21 millas al este de San Antonio. Las edades de los muertos: de 5 a 72 años. Padres, niños, amigos y parientes perdidos.

Esta vez, estos son nuestros vecinos, feligreses de la Primera Iglesia Bautista de Sutherland Springs. El tirador fue encontrado muerto por una herida de bala en su vehículo estrellado en el vecino condado de Guadalupe. No está claro si se suicidó o si algún ciudadano le disparó y lo hirió mortalment­e. Se sabe que un ciudadano le disparó afuera de la iglesia, y quizás con esa acción salvó otras vidas.

Según los informes, el arma que el asesino usó para su tiroteo mortal fue un rifle estilo asalto Ruger. Al parecer, lo dejó caer después de que el ciudadano le disparó o lo desarmó. Las autoridade­s encontraro­n otras armas en su automóvil.

Cualquier pérdida de vida inocente es trágica, pero morir en una casa de adoración es particular­mente atroz. Si algún lugar fuera seguro, debería ser una iglesia, donde la gente se reúna en paz, fe y compañeris­mo, un lugar donde el primero mandamient­o es no matarás.

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