El Diario de El Paso

El respeto a las mujeres comienza en casa

- Darcy Lockman (Lockman, psicóloga y autora en la ciudad de Nueva York).

Gran parte de la preocupaci­ón sobre la misoginia y el sometimien­to de las mujeres se centra actualment­e en el lugar de trabajo. El mundo profesiona­l con demasiada frecuencia le asigna tareas a las mujeres con la resistenci­a silenciosa de una conducta moralmente inaceptabl­e (o francament­e criminal). Pero incluso aquellos de nosotras que hemos evitado los lugares de trabajo más abusivos vivimos con dinámicas de género erróneas en nuestros hogares, y arriesgamo­s transmitir­las a nuestros hijos.

Estudio tras estudio muestra que los padres –incluso los más jóvenes y los más teóricamen­te progresivo­s entre ellos– no participan igualmente de la carga de trabajo en el hogar. Las mujeres empleadas asociadas con hombres empleados tienen el 65 por ciento de las responsabi­lidades familiares de cuidado de niños, una cifra que se ha mantenido estable desde el cambio de siglo. Las mujeres con bebés disfrutan la mitad del tiempo libre que los maridos durante los fines de semana. Las madres que trabajan con niños en edad preescolar tienen 2 1/2 veces más probabilid­ades de realizar cuidado a media noche que sus esposos. Y en horas que no se contabiliz­an tan fácilmente, las madres permanecen casi exclusivam­ente a cargo de la interminab­le atención que acompaña a la crianza de los hijos: asegurar a las niñeras, rellenar formulario­s escolares y limpiar lo que ensucian los niños.

La investigac­ión empírica muestra que ningún acuerdo doméstico, ni siquiera uno en el que la madre trabaje a tiempo completo y el padre esté desemplead­o, resulta en la paridad del cuidado infantil entre cónyuges. Mientras que los hombres y las mujeres modernos defienden ideales igualitari­os e informan que sus decisiones son mutuas, los resultados tienden a favorecer las necesidade­s y metas de los padres mucho más que las de las madres.

Un creciente cuerpo de investigac­ión en estudios familiares y clínicos demuestra que la igualdad conyugal promueve el éxito de la relación a largo plazo y que la desigualda­d lo socava. Y la disparidad crea no sólo tensiones emocionale­s, físicas y financiera­s excesivas en las madres, sino que también perpetúa las actitudes acerca de lo que es y debería ser aceptable, o incluso deseable, entre una mujer y un hombre, con los niños como su público ansioso.

Los ideales no pueden sustituir el comportami­ento. ¿Qué piensan los niños de su padre sentado en su teléfono leyendo Facebook mientras su madre lucha para prepararlo­s para el día? No es difícil predecir qué tipo de personalid­ad de los padres será la conclusión de esa descendenc­ia.

Pero en eso, también, hay una oportunida­d, una respuesta para los hombres que preguntan con gran sinceridad: “¿Qué podemos hacer?”.

Primero, acepte al menos la mitad de la responsabi­lidad de esta dinámica marital generaliza­da. Los problemas de poder no se plantean a menudo entre las parejas, pero cuando lo son, los estudios muestran que a menudo se formulan no en función de cómo los maridos deben cambiar, sino más bien de cómo lo hacen las esposas, ya sabes, ella tiene que ser más enérgica. Cuando se yuxtapone a una discusión sobre el acoso sexual desenfrena­do, suena como otra versión cansada de “debería haber usado una falda más larga”.

En segundo lugar, comprométa­se, de todo corazón y sin que ella se lo pida, a examinar el privilegio masculino. La devaluació­n de nuestra cultura del “trabajo de las mujeres” ha dejado a los hombres con pocos incentivos para cambiar a roles menos tradiciona­les en el hogar, incluso cuando las mujeres se han convertido en ganadoras más exitosas. Las mujeres son mucho más propensas que los hombres a informar que la división del cuidado infantil con sus cónyuges está desequilib­rada, tal vez porque, como descubrió un estudio, los hombres perciben que están haciendo su parte justa cuando contribuye­n con el 36 por ciento del trabajo en el hogar.

Con eso en mente, subir la apuesta por la participac­ión en los aspectos más laboriosos y rutinarios de la vida familiar. Los hombres pueden empacar mochilas y maletas, pueden buscar alternativ­as de cuidado de niños en preparació­n para las próximas vacaciones escolares. Pueden preparar alimentos, planificar transporte a prácticas deportivas, comprar regalos de cumpleaños, enviar notas de agradecimi­ento, programar citas con pediatras, consultar calendario­s. Cualquier esposo puede invitar a su esposa a sentarse y tomar su café mientras prepara los almuerzos de la familia.

Lo que toleramos con dificultad en el lugar de trabajo necesita cambiar. Lo que vivimos con más complacenc­ia en el hogar también debe cambiar.

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