El Diario de El Paso

Vulneran terrorista­s también a musulmanes

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El terror en Egipto ocurrido el viernes es sólo el más reciente recordator­io de que los musulmanes a menudo son las primeras víctimas de los fanáticos musulmanes.

La masacre de al menos 305 personas que asistían a una mezquita sufí en Bir al-Abd en la costa del Sinaí se atribuye a un afiliado local del Estado Islámico, conocido como Ansar Beit al-Maqdis. Esta matanza fue particular­mente venal. Los hombres armados esperaron que las ambulancia­s y los primeros en acudir a la mezquita después de una detonación inicial y dispararon balas contra los sobrevivie­ntes y los socorrista­s.

Un clérigo musulmán anónimo dijo que estaba sorprendid­o de que los asesinos atacaran una mezquita. Los objetivos anteriores para los terrorista­s en el Sinaí incluyen iglesias cristianas y un avión comercial ruso en el 2013.

Pero el asesinato de musulmanes no debería sorprender a nadie. Sólo hay que ver el rastro de sangre en Iraq. Los terrorista­s sunitas atacaron la mezquita al-Aksari en 2006 y 2007 en Samarra. El sitio es uno de los más sagrados en el Islam chiita y fue conocido por su cúpula dorada. Mientras fue reconstrui­do en 2009, el ataque desató promesas de represalia­s sectarias. Al Qaeda y el Estado Islámico perfeccion­aron los ataques con coches bomba que detonaron en mercados abarrotado­s en Bagdad, matando a musulmanes. Las milicias chiítas respondier­on a estos ataques al lanzar terror al azar sobre las minorías suníes en Irak con escuadrone­s de la muerte, a veces instigados por el ministerio del interior del estado. El asesinato no se limita a Irak. Las guerras civiles en Líbano, Siria y Yemen han enfrentado cada vez más a los extremista­s islámicos.

Esto es importante por algunas razones. Para empezar, desmiente el mantra del Estado Islámico, Al Qaeda y otros terrorista­s islámicos que están protegiend­o la fe de Occidente. Estos grupos son responsabl­es de convertir sus propios países en mataderos. Matan al grupo que dicen proteger.

Pero también es un recordator­io de la miopía del presidente Donald Trump, quien a veces ha intentado enmarcar la guerra contra el terrorismo como una competenci­a entre el Islam y Occidente. Es cierto que el Estado Islámico ha atacado a las minorías religiosas en el Medio Oriente como los cristianos y los yazidíes, pero esto no les ha impedido matar a muchos de su propia religión.

La disputa de Occidente es con los extremista­s del Islam político, o la secta de la fe que busca imponer la ley islámica a los demás, no a toda la religión. De hecho, nuestro ejército depende de los musulmanes locales que luchan a su lado en la guerra contra el terrorismo. Es una estrategia que el mismo Trump ha perseguido en Siria e Irak.

Muchos de los regímenes en el mundo islámico han internaliz­ado esta lección. Hoy, Arabia Saudita, Egipto, Jordania y los Emiratos Árabes Unidos ya no están tratando de comprar yihadistas o permanecer neutrales. Buscan confrontar tanto a los extremista­s suníes como a los chiítas.

Y aunque esta es una buena señal, tampoco es una panacea. Esto nos devuelve a Egipto. El actual líder, Abdel Fattah el-Sisi, ha tratado de aplastar a los radicales en su país con mano de hierro desde que asumió el poder en un golpe que derrocó al líder elegido e islámico de Egipto, Mohammed Mursi. Sin embargo, su ofensiva contra islamistas, grupos de derechos humanos y oposición moderada no ha detenido el terror. Y mientras el terror continúe, los civiles musulmanes sufrirán.

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