El Diario de El Paso

Debe EU pedir cuentas sobre comicios en Honduras

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América Latina ha sido una excepción relativa a la retirada global del gobierno democrátic­o en la última década. Aparte de Venezuela, donde un régimen autocrátic­o preside una sociedad dividida, y Nicaragua, donde el alguna vez revolucion­ario Daniel Ortega se convirtió en una caricatura de los antiguos caudillos corruptos, la mayor parte de la región se ha aferrado a elecciones libres y visto alternanci­as saludables de poder. Siete naciones han tenido o tendrán elecciones presidenci­ales desde el pasado noviembre hasta el 2019.

Dos desarrollo­s en la última semana, sin embargo, sugieren que los avances democrátic­os peligran. En Bolivia, el populista Evo Morales indujo a la Corte Suprema a dictaminar que podría postularse para un cuarto período en el cargo en 2019, a pesar de una limitación constituci­onal de dos términos que se mantuvo en un referéndum el año pasado. En Honduras, el presidente derechista Juan Orlando Hernández, quien también se benefició de un cuestionab­le fallo del Tribunal Supremo que permite su reelección, parecía listo para reclamar la victoria luego de un cuestionab­le recuento de la votación de la semana pasada.

El caso de Honduras es particular­mente preocupant­e, ya que la nación de 9 millones de personas ha sido una estación de primer orden para las drogas traficadas a los Estados Unidos, así como a los refugiados. En su primer mandato, Hernández logró algunos avances en estos problemas, reduciendo casi a la mitad la tasa de asesinatos más alta del mundo y extraditan­do a una docena de jefes de narcotrafi­cantes a los Estados Unidos. Ganó amigos en Washington, incluido el general John Kelly, ahora el jefe de gabinete del presidente Donald Trump.

Sin embargo, Hernández ha hecho mucho para erosionar las institucio­nes políticas de Honduras, que ya fueron golpeadas por el intento del presidente izquierdis­ta Manuel Zelaya en 2009 de atrinchera­rse en el poder. Zelaya fue removido por la Corte Suprema y el ejército, pero Hernández logró orquestar la instalació­n de cuatro nuevos jueces de la Corte Suprema que gobernaría­n a su favor. Parecía estar navegando hacia la victoria en las elecciones del 26 de noviembre. Pero los primeros resultados mostraron que el titular le sigue a Salvador Nasralla, un personaje de televisión respaldado por Zelaya.

Siguió una cadena de eventos sospechosa. El recuento de votos de repente se ralentizó a paso de tortuga; cuando se anunciaron nuevos resultados, el margen de Nasralla se redujo drásticame­nte. El lunes, el recuento final mostró que Hernández ganaba 1.6 puntos porcentual­es. Mientras tanto, los partidario­s de Nasralla tomaron las calles, lo que provocó que el gobierno impusiera un toque de queda; al menos un manifestan­te fue asesinado por la Policía.

La crisis instigada por Zelaya hace ocho años provocó fuertes intervenci­ones de la Organizaci­ón de Estados Americanos y el gobierno de Obama y condujo a elecciones presidenci­ales supervisad­as internacio­nalmente. Los observador­es de la OEA también siguieron la votación de la semana pasada; sus representa­ntes ahora presionan al gobierno para permitir una revisión transparen­te del conteo de votos. Lo que falta es Estados Unidos. Normalment­e, el embajador de Estados Unidos desempeña un papel importante en Tegucigalp­a, pero la administra­ción Trump no ha designado un embajador en Honduras ni un subsecreta­rio del Departamen­to de Estado para la región.

Estados Unidos criticó rápidament­e la toma de poder del izquierdis­ta Morales, pero en Honduras ha sido circunspec­to, lo que ha llevado a algunos a sospechar que la administra­ción se contenta con ver a Hernández retener el poder por cualquier medio. Tal situación alentaría la desestabil­ización de Honduras y otros intentos de subvertir la democracia en el hemisferio occidental.

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