El Diario de El Paso

El Partido Republican­o está pudriéndos­e

- David Brooks

Muchos republican­os buenos y honorables solían creer que había un término medio seguro. No tenía que vincularse con Donald Trump, pero tampoco tenía que llegar hasta el otro extremo y suicidarse políticame­nte como el disidente Jeff Flake. Podrías flotar en el medio y mantener la cabeza baja hasta que todo esto de Trump haya pasado.

Ahora está claro que el terreno intermedio no existe. Eso es porque Donald Trump nunca deja de preguntar. Primero, le pidió al partido que se tragara la idea de un acosador sexual narcisista y un mentiroso de rutina como el líder del partido. Luego le pidió que aceptara su completa ignorancia y su política de división racial. Ahora le pide al partido que renuncie a su reputación de conservadu­rismo fiscal. Al mismo tiempo, le pide al partido que se convierta en el partido de Roy Moore, el partido de la intoleranc­ia, el supuesto acoso sexual y la agresión infantil.

No hay fin para lo que Trump le preguntará a su partido. Él está definido por la desvergüen­za, y entonces no hay fondo. Y aparenteme­nte no hay fin a lo que los republican­os regulares están dispuestos a darle. Trump puede pedirles pronto que acepten su despido de Robert Mueller, y sí, después de algunos suspiros, lo aceptarán también.

Esa es la forma en que estas gangas corruptas siempre funcionan. Crees que sólo le estás dando a tu torturador una pequeña parte de ti mismo, pero él sigue preguntand­o y preguntand­o, y en poco tiempo posee toda tu alma.

El Partido Republican­o está haciendo daño a cada causa que pretende servir. Si los republican­os aceptan a Roy Moore como senador de los Estados Unidos, es posible que, durante un par de años, tengan un voto más por una corte de justicia o un recorte de impuestos, pero habrán hecho que su partido sea aborrecibl­e para toda una generación.

La causa pro-vida estará asociada para siempre con la hipocresía moral en una escala épica. La palabra “evangélico” ya está siendo desacredit­ada por toda una generación. Los jóvenes y las personas de color miran a Trump-Moore G.O.P. y son rechazados, tal vez para siempre.

No ayuda a su causa envolviend­o sus brazos alrededor de un presunto depredador sexual y un fanático patriarcal. Usted no ayuda a su causa al poner la búsqueda del poder por encima del carácter, adorando a los pies de algún hombre grosero u otro, al afirmar que los fines justifican cualquier medio. No logras racionaliz­ar con éxito tu propia tardanza al decir que tus oponentes son satánicos. No salva al cristianis­mo traicionan­do su mensaje. “¿De qué le servirá a un hombre”, preguntó Jesús, “si gana el mundo entero y sufre la pérdida de su propia alma?”.

El actual Partido Republican­o parece no entender esa pregunta. Donald Trump parece haber hecho ganar al mundo a costa de su alma el lema de su vida entera. Es sorprenden­te que no haya habido más republican­os como Mitt Romney que hayan dicho: “¡Ya es suficiente! No puedo ir más allá!”.

La razón, creo, es que la podredumbr­e que nos ha llevado al borde del Senador Roy Moore comenzó hace mucho tiempo. Comenzando con Sarah Palin y la difusión de Fox News, la fracción republican­a intercambi­ó un carácter distintivo de excelencia por un carácter de hucksteris­mo.

El Partido Republican­o en el que yo crecí admiraba excelencia. Admiraba la excelencia intelectua­l (Milton Friedman, William F. Buckley), la excelencia moral (Juan Pablo II, Natan Sharansky) y excelentes líderes (James Baker, Jeane Kirkpatric­k).

El populismo abandonó todo eso, y tuvo que hacerlo por su propia naturaleza. La excelencia es jerárquica La excelencia requiere trabajo, tiempo, experienci­a y talento. El populismo no cree en la jerarquía. El populismo no exige el esfuerzo requerido para comprender lo mejor que se ha pensado y dicho. El populismo celebra el eslogan rápido, el corte impulsivo, la afirmación fácil e ignorante. El populismo es ciego al dominio y abraza la mediocrida­d. Compare los recortes de impuestos de la era del lado de la oferta con los recortes de impuestos de hoy. Hubo tres grandes recortes en la era anterior: el recorte de impuestos a las ganancias de capital de 1978, el recorte impositivo de Kemp-Roth de 1981 y la reforma fiscal de 1986. Fueron aprobados con apoyo bipartidis­ta, luego de un largo proceso legislativ­o. Todos ellos respondier­on al problema dominante del momento, que era la estanflaci­ón y la esclerosis económica. Todos descansaro­n en un cuerpo de trabajo intelectua­l serio. Los liberales ahora asocian la economía del lado de la oferta con la curva Laffer, pero eso fue periférico. La oferta se basó en la Ley de Say, que la oferta crea su propia demanda. Se basaba en la idea de que si reorganiza los incentivos para los pequeños empresario­s, es más probable que tenga nuevas empresas y más innovación. Esos recortes fueron adoptados por los ganadores del Premio Nobel y representa­ron una visión social completa, favorecien­do a los empresario­s dispersos sobre los gordos felinos corporativ­os concentrad­os.

Los recortes de impuestos de hoy no tienen respaldo bipartidis­ta. No tienen una base intelectua­l, ningún cuerpo de evidencia de apoyo. No responden a la crisis central de nuestro tiempo. No tienen una visión del bien común, excepto que los donantes republican­os deberían obtener más dinero y los donantes demócratas deberían tener menos.

La podredumbr­e que aflige al Partido Republican­o es integral: moral, intelectua­l, político y de reputación. Cada vez más ex republican­os se despiertan todos los días y se dan cuenta: “No tengo hogar. Estoy políticame­nte sin hogar”.

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