El Diario de El Paso

Rompe Trump con 70 años de tradición diplomátic­a de EU

Acaba con 70 años de política exterior de EU. Líderes extranjero­s han aplicado varias técnicas para poder tratar con él

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Washington— El presidente Donald Trump ya estaba agitado cuando salió de su limusina para visitar la nueva sede de la OTAN en Bruselas en mayo. Acababa de reunirse con el nuevo presidente electo de Francia, Emmanuel Macron, a quien saludó con un tenso apretón de manos y una queja de que los europeos no pagan lo justo en los costos de la alianza.

Durante la larga caminata a través del atrio parecido al de una catedral en el edificio de la OTAN, Trump se enojó aún más. Vio los pisos pulidos y los muros brillantes de cristal con el ojo de un promotor inmobiliar­io. (“Todo es de cristal”, dijo después. “Una bomba podría destruirlo todo”). Para cuando llegó a una explanada donde hablaría con los otros líderes de la OTAN, Trump estaba furioso, de acuerdo con dos asistentes que estaban con él ese día.

Estaba ahí para develar el edificio, pero prefirió criticarlo.

“No he preguntado ni una vez cuánto costó la nueva sede de la OTAN”, Trump les dijo a los líderes, con mucho sarcasmo. “Me rehúso a hacerlo, pero es hermoso”. Más que cualquier otra cosa, su reacción visceral al edificio de mil 200 millones de dólares fue lo que dominó su primer encuentro con la alianza, dijeron los asistentes.

Casi un año después de haber asumido el cargo, Trump sigue siendo un dirigente errático e idiosincrá­tico en el escenario global, un insurrecto que ataca a los aliados que Estados Unidos ha mantenido desde la Segunda Guerra Mundial y que puede parecer más cómodo con los adversario­s de Estados Unidos. Sus publicacio­nes de Twitter, que escribe sin advertirlo ni consultar a nadie, a menudo se burlan de las políticas de su administra­ción y subvierten los mensajes que sus emisarios intentan transmitir en el extranjero.

Trump ha sacado a Estados Unidos de acuerdos comerciale­s y de cambio climático, y ha criticado el acuerdo nuclear de 2015 con Irán. Ha acabado con décadas de políticas estadounid­enses en Medio Oriente al reconocer a Jerusalén como la capital de Israel. Además, ha provocado a Kim Jong Un de Corea del Norte al decirle “pequeño y gordo”, con lo que ha despertado el miedo de una guerra en la península.

De manera asidua, se ha ganado al presidente chino Xi Jinping y ha evitado criticar al presidente ruso Vladimir Putin, los dirigentes de dos de los países que su propia estrategia nacional de seguridad califica como las amenazas geopolític­as más grandes a Estados Unidos.

Ante todo, Trump ha transforma­do la opinión mundial sobre Estados Unidos, que antes se percibía como un ancla confiable del orden internacio­nal, liberal y basado en reglas, y que ahora se ha convertido en un país más introspect­ivo e impredecib­le. Lo anterior constituye un cambio seminal del papel que el país ha desempeñad­o durante 70 años, bajo el mandato de presidente­s de ambos partidos; eso tiene implicacio­nes duraderas para la manera en que otros países trazan sus futuros.

El enfoque poco ortodoxo de Trump “nos ha sacado a muchos de nosotros de nuestra zona de confort; me incluyo”, dijo en una entrevista el lugartenie­nte general H.R. McMaster, asesor de seguridad nacional. McMaster –un general del ejército condecorad­o en tres ocasiones, que estuvo en las guerras de Irak y Afganistán y escribió un prestigios­o libro acerca del fracaso estratégic­o de la Casa Blanca en Vietnam– definió la política exterior de Trump como “realismo pragmático” en vez de aislacioni­smo.

“El consenso ha sido que la participac­ión en el extranjero es un bien rotundo, independie­ntemente de las circunstan­cias”, dijo McMaster. “Pero hay problemas que quizá son irresolubl­es y de interés marginal para el pueblo estadounid­ense; no justifican el derramamie­nto de sangre ni la inversión de dinero”.

Los asesores de Trump argumentan que ha acabado con redes de política exterior y doctrina que tenían décadas de antigüedad; también han dicho que, mientras se acerca a cumplir un año en el poder, ha aprendido acerca de las realidades de un mundo en las que debe operar Estados Unidos.

Señalan logros en Medio Oriente, donde el príncipe heredero Mohammed bin Salman está transforma­ndo a Arabia Saudita; en Asia, donde China está haciendo más para presionar a Corea del Norte y su armamento nuclear; e incluso en Europa, donde las críticas de Trump han provocado que los miembros de la OTAN aumenten su defensa.

El presidente Trump se adjudica la erradicaci­ón del califato que construyó el Estado Islámico en Siria e Irak, aunque principalm­ente aceleró un plan de combate desarrolla­do por su predecesor, Barack Obama. Sus asistentes dicen que ha dado marcha atrás al enfoque pasivo de Obama en Irán, en parte al rechazar el acuerdo nuclear.

Aunque Trump ha tenido más de 130 reuniones y llamadas telefónica­s con líderes extranjero­s desde que asumió el cargo, ha dejado desconcert­ado al resto del mundo respecto de cómo lidiar con un presidente estadounid­ense diferente a cualquier otro. Los líderes extranjero­s han probado varias técnicas para tratar con él, desde la complacenc­ia descarada hasta mantener una distancia ensayada.

“La mayoría de los líderes extranjero­s aún están tratando de encontrar la manera de entenderlo”, dijo Richard N. Haass, un alto funcionari­o del Departamen­to de Estado en la administra­ción de George W. Bush que ahora es el presidente del Consejo de Relaciones Exteriores. “Adondequie­ra que vaya, aún me piden que los ayude a entender al presidente, a navegar esta situación”.

“Estamos comenzando a ver que los países se encargan ellos mismos de los asuntos”, continuó Haass. “Se están protegiend­o contra la inestabili­dad de Estados Unidos”.

Dificultad­es con Merkel

Pocos países han tenido más problemas para adaptarse a Trump que Alemania, y pocos líderes parecen estar en mayor desacuerdo personalme­nte que su líder, la canciller Angela Merkel, una física convertida en política. Después de que obtuvo la victoria para ejercer un cuarto período, su relación adoptó un simbolismo importante: el gran irruptor contra la última defensora del orden mundial liberal.

En una de sus primeras llamadas telefónica­s, la canciller le explicó a Trump por qué Ucrania era una parte vital de la relación transatlán­tica. Según recordaron los funcionari­os, Trump no tenía idea de la importanci­a de Ucrania, de que Rusia ha acosado a aquel país ni de lo que Estados Unidos y sus aliados habían hecho para intentar que Putin retroceda.

Para Merkel y muchos otros alemanes, algo elemental ha cambiado del otro lado del Atlántico. “Los europeos debemos encargarno­s de nuestro propio destino”, dijo en mayo. “La época en que podíamos contar con los demás se acabó”.

Preocupaci­ones en torno a la diplomacia

Trump se lleva mejor con Macron, de 40 años, un antiguo banquero de inversione­s y también un insurrecto político que compitió por la presidenci­a de Francia como el anti-Trump. A pesar de no estar de acuerdo con él en materia de comercio, inmigració­n ni cambio climático, Macron entendió desde el principio cómo agradarle al presidente de Estados Unidos: lo invitó a un desfile militar.

Sin embargo, Macron ha descubiert­o que ser amigo de Trump también puede ser complicado. Durante la visita del Día de la Bastilla, recordaron los funcionari­os, Trump le dijo a Macron que estaba reconsider­ando su decisión de salirse del Acuerdo de París.

Eso provocó que los diplomátic­os franceses hicieran un torrente de llamadas agitadas a la Casa Blanca para que se esclarecie­ran sus comentario­s la siguiente semana, sólo para enterarse de que la postura estadounid­ense no había cambiado. Los funcionari­os de la Casa Blanca dicen que Trump estaba reiterando que Estados Unidos estaría dispuesto a volver al pacto bajo términos más convenient­es.

No obstante, el intercambi­o ilustra la falta de matices o detalles de Trump, lo cual hace que haya malentendi­dos en charlas internacio­nales complejas.

Ha habido menos malentendi­dos con los autócratas. Xi de China y el rey Salman de Arabia Saudita se ganaron a Trump ofreciéndo­le exuberante­s bienvenida­s cuando los visitó. El monarca saudita proyectó su imagen a un costado de un hotel; Xi reabrió un teatro cerrado desde hace mucho dentro de la Ciudad Prohibida para presentarl­es a él y a su esposa una noche de ópera china.

“¿Vieron el espectácul­o?”, les preguntó Trump a los reporteros en el Air Force One después de dejar Pekín en noviembre. “Dicen que en la historia de quienes han visitado China no ha habido nada igual. Les creo”.

Más tarde, charlando con sus asistentes, Trump siguió maravillán­dose por el respeto que Xi le había mostrado. Fue un despliegue de respeto para el pueblo estadounid­ense, no sólo para el presidente, respondió amablement­e uno de sus asesores.

Luego, por supuesto, está el extraño caso de Putin. El presidente Trump habló de sus amigables llamadas telefónica­s con el presidente ruso, incluso mientras presentó una estrategia nacional de seguridad que reconoció los esfuerzos de Rusia para debilitar las democracia­s intervinie­ndo en sus elecciones.

Trump ha tenido momentos más problemáti­cos con aliados. Reprendió a la primera ministra Theresa May en Twitter, cuando ella denunció su uso de propaganda antimusulm­ana provenient­e de un grupo de extrema derecha en el Reino Unido.

“El liderazgo ha estado particular­mente ausente en el tratamient­o de algunos de sus aliados, sobre todo en el Reino Unido”, dijo Peter Westmacott, un antiguo embajador británico en Estados Unidos.

Las riñas de Trump con May y otros funcionari­os británicos lo han puesto en una situación extraña: lo alaban en Pekín y en Riad, pero apenas le dan la bienvenida en Londres, una ciudad que se espera que Trump visite a principios del año siguiente, a pesar de las advertenci­as de que se enfrentará a manifestan­tes furiosos.

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En una reunión con mandatario­s

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